jueves, 31 de diciembre de 2015

para una novela que no escribiré

     Esta es la historia de un plagiario inverso, un prodigioso imitador de estilos literarios capaz de hacer pasar por obras inéditas de grandes maestros textos enteramente escritos por él. Así empezaría, más o menos, la sinopsis que habría de figurar en la contraportada del libro. Luego iríamos viendo cómo ese hombre gris de edad indefinida, discreto profesor de literatura, no ha logrado publicar ni una sola de sus novelas o alguno de sus relatos, pero las musas le agraciaron con el don de imitar voces literarias de tal modo  que ningún especialista sería capaz de detectar la impostura, tanto en la forma, el ritmo, el tono o la sintaxis como en los contenidos narrativos. Todo empezó como un juego, un mero pasatiempo, pero aquella tarde en que probó a escribir un relato ‘a la manera de Borges’, no tardó en darse cuenta de que lo que le estaba saliendo era puro Borges destilado, y además de su mejor época, la de El Aleph, la de Ficciones. Pero la cosa no quedaría en eso, en un consumado imitador de Borges. Por seguir con el juego, probó con Juan Rulfo, y lo que salió de allí fue algo que ningún experto en Rulfo pondría en duda que esos dos relatos titulados Silverio Collantes y La muerte espera son dos joyas inequívocas pertenecientes al mundo mítico de El llano en llamas, al parecer desechadas por su autor y 'venturosamente aparecidas', se diría. Pero quizá el mayor virtuosismo en el arte de suplantar de nuestro insospechado camaleón literario sería el exhibido en las 23 cartas secretas (salvadas del fuego por una mano anónima) que intercambiaron Idea Vilariño y su amante Juan Carlos Onetti entre marzo de 1957 y octubre del 58. Esa correspondencia apócrifa no es la obra de un falsificador genial sino la de un verdadero creador que se apodera del alma de Onetti y de Vilariño (o ellos se apoderan de la suya) y pone en boca de estos las palabras que acaso nunca se dijeron, pero que bien se pudieron decir. Todo ello –la genial impostura, las obras 'recuperadas', las rentables operaciones editoriales- acaba teniendo una finalidad que sólo se descubre en los últimos capítulos: nuestro anónimo hombre gris de mediana edad avanzada no tiene amor ni amante pero sí una alumna de 15 años de muslos bien torneados, sonrisa húmeda y mirada perturbadora. Y como él no puede ni quiere reescribir Lolita, puesto que sería su perdición, gana tiempo (y dinero) escribiendo a la manera de Onetti o de Lezama Lima, a la espera de que la nínfula cumpla los 18, y así evitar la acusación, el juicio y la cárcel. Tiene por delante dos años y cinco meses para crear variadas obras maestras. Pero diríase que ella lo sabe y va a hacer lo imposible para acortar los plazos y ser realmente Lolita, "luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta."



jueves, 24 de diciembre de 2015

de buen mal humor

     ¿El mal humor es proclive a la rebeldía, al ímpetu de la revuelta? Pudiera serlo. Si así fuera, yo he pasado una temporada -coincidiendo con la campaña electoral- inusualmente malhumorado, como poseído por un estado de rebelión casi adolescente. El mero hecho de ver u oír a determinados personajes del panorama político español (o a sus palmeros más acreditados) me irritaba hasta el sarcasmo, o incluso el exabrupto. Sospecho que el mío no es un caso aislado; cada cual tiene sus propias fobias. Pero ese mal humor de gesto adusto, esa "cólera de un español sentado" ante el telediario o el ordenador no deja de ser un derroche de energía, un alarde de pasión más propio de los impetuosos veinte años que de la sosegada edad. Y es ahí donde quería llegar, a esa relación casi reconfortante entre el airado descontento y la exuberancia juvenil que implica. Es un hecho cierto que la indignación revitaliza al indignado, lo saca del dulce sopor o del apacible bienestar y lo devuelve de algún modo a la edad de las audacias y de los excesos. La ira, como el loco amor - "desmayarse, atreverse, estar furioso", otra vez Lope-, son arrebatos juveniles que a veces irrumpen por sorpresa como caballos en el palacio de invierno. Imprudente, sin duda, pero hermoso; arriesgado, pero excitante. Puestas así las cosas, me veo en el deber de mostrarme agradecido a mis bestias negras de la campaña electoral, porque gracias a ellas me siento rejuvenecer, como Cary Grant en aquella comedia de Howard Hawks. Y tirando de ese hilo, quizá la fórmula para recuperar los ardores juveniles consista en mantener viva una continua campaña electoral, con todo su ruido y su tensión nerviosa. Estresante, desde luego, y agotador, pero revitalizante y energético como un potente concentrado de endorfinas, ginseng y jalea real. No daré nombres -¡es Navidad!-, pero estoy seguro de que si veo el telediario... en cuestión de minutos regresarán a mí el ardor guerrero y a la pulsión erótica de los alegres días. Por cierto, había una canción en aquellos años que quizá algunos recuerden: "Manda rosas a Sandra que se va de la ciudad", decía el estribillo. Pues bien, voy a tener que mandar rosas a todos y a todas las Sandras que, tanto si se van como si se quedan, me devuelven la ardorosa pasión, nunca perdida, es cierto, aunque sí atemperada. De modo que, en estos días tan familiares y a la vez expectantes, sólo puedo desearles feliz Navidad y rosas frescas, en agradecimiento por esa rebeldía saludable que suscitan en mí, por ese despertar de la beligerancia y el alegre enfado que sin ellos... no sería lo mismo. Paz, amor, humor.


viernes, 18 de diciembre de 2015

suena el teléfono

     ...Tres, cuatro, cinco, seis veces suena el teléfono y nadie lo descuelga. ¿En cuántas películas hemos visto esa imagen? Un teléfono que suena y suena sin que nadie responda es angustioso. De esa llamada puede depender la vida del protagonista o el futuro de una historia de amor. Mientras suena el teléfono los espectadores contenemos la respiración, como para no interferir. Porque, aunque las posibilidades sean mínimas, mientras siga sonando habrá un hilo de esperanza. Siempre puede aparecer una mano que en la última décima de segundo levante el auricular y evite la catástrofe. O la tristeza infinita. Una variante de esa llamada infructuosa sería cuando sale una voz que dice "en este momento todas nuestras líneas están ocupadas; por favor, permanezca a la espera." Abusarán de nuestra paciencia, sin duda, y, como les ocurría en Casablanca a los que aún no habían conseguido un visado, tendremos que esperar, esperar, esperar... Le entran ganas a uno de dejarse de músicas celestiales y asaltar la centralita o tomar por las bravas el servicio de atención al cliente. No sucederá tal cosa. Envejeceremos esperando. Pero volvamos a esa llamada que suena sin que nadie la recoja. Desconocemos si descolgar ese teléfono será un error irreparable o, por el contrario, el no llegar a tiempo nos salvará de un cúmulo de calamidades que se habrían desencadenado fatalmente. Elegir es terrible. Y no elegir, también. Pongámonos en situación. La casa está vacía (o lo parece). Suena el teléfono. A partir del tercer tono, la esperanza de que alguien responda empieza a decrecer. A partir del quinto, se convierte en una angustiosa llamada de socorro. Sin embargo, hay algo de poético, aunque desolador, en ese teléfono que suena para nadie. O más dramático aún: en ese teléfono que tenemos al alcance de la mano y dejamos que suene sin mover un dedo. Eso mismo es lo que ha ocurrido aquí hace unos minutos: estaba tecleando "esperar..." cuando ha sonado mi móvil. Compruebo que es un número desconocido que no figura en mis contactos. Dudo si responder o seguir escribiendo. ¿Y si fuera la llamada de una joven y apasionada seguidora de este blog que quiere conocerme? El que no se consuela es porque no quiere. Pero también pudiera tratarse de uno de esos sucios bromistas que gozan escuchando en silencio al interlocutor que pregunta una y otra vez: '¿Síii?' '¿Quién es?' '¿Oiga?' A veces se les oye respirar, incluso sonreír. Aunque yo prefiero esas otras llamadas que no llegan a realizarse, pero que están ahí, latentes. Creo que ya he traído alguna vez aquel graffiti: "si no suena el teléfono, soy yo." Puede uno pasarse media vida haciendo esas no llamadas, dejando esos silencios, tan nuestros, a la caída de la tarde. Porque de igual modo que cada uno tiene su propia voz, también tiene su propio silencio. Sí, a veces casi es mejor que no suene el teléfono. O dejarlo sonar.

viernes, 11 de diciembre de 2015

500 películas, 200 libros

     Ya sé que en México me llamarían don Precavido, pero, por si acaso, no estaría de más ir organizando la resistencia individual, el exilio interior. Veamos. En el supuesto de que el domingo 20 las urnas no hicieran ni siquiera una pizca de justicia, convendría tener prevista una estrategia para resistir los próximos cuatro años, que serán duros, me temo. Yo ya he hecho mis cálculos de lo que necesitaría para sobrevivir durante ese largo y crudo invierno: quinientas películas y doscientos libros. Con esa barricada y una buena calefacción, creo que estaré en condiciones de resistir. En estas últimas madrugadas he empezado a elaborar una lista de libros y películas irrenunciables. Por cierto, estoy releyendo un libro sabio del maestro Sánchez Ferlosio cuyo título -¡no lo quieran los dioses!- parece premonitorio: Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. Para contrarrestar, en mi listado cinematográfico incluyo muchas comedias clásicas y modernas, así como no pocas historias románticas para morir de amor (si cierro los ojos, veo a Juliette Binoche y suena la música de El paciente inglés). Pero todo esto, ya digo, no es más que un cauteloso 'por si acaso', incluso me atrevo a decir que un entretenimiento para hacer más llevaderos los despertares prematuros, las horas sin sueño, a la espera de que suene el despertador y el día se ponga en marcha. He leído que hacer listas es bueno para la mente: pone las cosas en orden y neutraliza el avance del caos. Nada menos. De modo que voy a seguir elaborando listas en el silencio de la madrugada. Es posible incluso que ese ejercicio mental me ayude a conciliar un sueño breve y reparador de última hora, tal como me ha ocurrido ya alguno de estos días. Pero si se cumplieran los pronósticos más agoreros, confío en que alguna mente esclarecida, algún científico de los comportamientos sociales nos explique qué mueve a millones de personas inequívocamente decentes a convalidar con su voto la indecencia. Para mí es un misterio, lo confieso. A no ser que -es hablar por no callar- la corrupción irradie un cierto morbo, una ebriedad del alma o excitante cosquilleo íntimo ante la transgresión perpetrada a conciencia... Algo así. Aunque lo veo poco verosímil: demasiada sofisticación para un comportamiento masivo, y más aún tratándose de España y de los españoles, que no solemos tener una especial sensibilidad para esas sutiles perversiones del espíritu. ¿Entonces, dónde está el quid de la cuestión? Hace algunos posts hablaba yo de una realidad ilusoria creada ex profeso para dar el cambiazo y hacerla pasar por la otra realidad, la que previamente se ha hecho 'desaparecer' como por arte de magia de los telediarios.  Pero, ¿y si fuera yo quien vive inmerso en ese matrix, ese mundo paralelo o realidad ficticia? Tantas películas, ficciones, cuentos, novelerías, ¿no me habrán transportado a una irrealidad que me hace ver gigantes donde sólo hay molinos? No sé. Quizá debería hacérmelo mirar.

viernes, 4 de diciembre de 2015

elecciones 20-D

     Supongamos que me pidieran una guía básica y algo mundana para que los viajeros de paso por España pudieran moverse por nuestro mapa electoral. Creo que optaría por retratar a los principales candidatos. Por ejemplo, Albert Rivera: sin duda la estrella más rutilante del momento. Funciona de maravilla como flamante novio, yerno impecable, amiguete avispado, socio con pico de oro. Basta un cruce de miradas para saber que te va a ser difícil renunciar a su sonrisa bandida y votar a otro. Aunque también hay algo vertiginoso en esa mirada tan líquida, en ese brillo un tanto temerario que vale igual para hacerle perder la cabeza a tu mujer ('¡anda y que te den!') como para sacar del armario a un defensa central muy rudo o a un brigada con bigotazo. Es un gran vendedor. Ojo con él. Va a por todas. Pablo Iglesias: buena prosodia y contundente dialéctica; sus adversarios le temen tanto como le odian. Hace no mucho le respondió suavemente a un conocido presentador de radio: "Eso es como si alguien dijera que las opiniones de usted son anacrónicas o de extrema derecha." Ha conseguido que sean multitud aquellos que al sentirse avasallados, ninguneados, precarizados, etc, ya no se resignen ni pierdan la cabeza: ahora aprietan la mandíbula y calculan en silencio los días que faltan para las elecciones. Pero a Iglesias quizá le sobre un punto de arrogancia justiciera que lo hace algo antipático. Todo lo contrario a lo que ocurre con Pedro Sánchez: nadie daba un duro por él hace un año, y sin embargo ahí lo tenemos, como un brazo de mar al que le sientan divinamente unos vaqueros ajustados y una camisa azul cielo con las mangas remangadas hasta el codo. Es alto y guapo, y lo sabe. Tiene el gesto noble y la mirada limpia (sin vértigos) de quien no conoce el rencor ni ha pasado por dificultades proletarias o grandes desengaños amorosos. Quizá su encanto radique en ese aire de buen chico bien educado a quien invitarías a comer en casa, con la familia. Aunque resulta algo soso y un poco blandito, la verdad; no le vendría nada mal una pequeña transfusión de mala leche. Mariano Rajoy: un misterio envuelto en una niebla de enigmas. Veamos. El hombre sin atributos conocidos (no hablemos ya de sex appeal); el que sólo lee el Marca; el que nunca da la cara ni responde a lo que se le pregunta; el que será recordado por una frase (que yo me digo a mí mismo): "Luis, sé fuerte"; el que se hace el longuis, confiando en que 'ya bajará el souflé'; el que cuando le preguntan por Rato, Bárcenas, Granados, Fabra e tutti quanti pone cara de estar oyendo la alineación de Corea del Norte. Hace tiempo que la palabra de Rajoy es un cheque sin fondos. Sin embargo, no se descarta que obtenga cinco millones de votos. O más. ¿Que no se lo creen? Esperen a la noche del 20-D, vean los resultados y, de regreso a sus países, intenten explicarlo. Spain is -sigue siendo- diferent.

viernes, 27 de noviembre de 2015

imitación a la vida

    Que la naturaleza imita al arte es algo que ya nadie discute, pero también es cierto que la realidad imita a la ficción. O la plagia. Si uno se fija un poco, comprueba que con frecuencia se producen situaciones que incitan a echar un vistazo alrededor, por si aquello formara parte de un montaje, de un programa de televisión con cámara oculta o algo así. Asimismo, hay quienes se comportan como si fueran sus propios imitadores. O como si salieran de casa con el papel estudiado y se dirigieran a un casting, a una prueba donde demostrar que cada uno es quien dice ser. A veces me acuerdo de aquel sketch genial de José Mota en el que un grupo de actores y figurantes simulaba estar trabajando en un edificio en construcción. Sólo se ponían en marcha cuando alguien se acercaba a la obra. Se trataba de 'dar sensación' de actividad. Bueno, pues algo semejante percibe uno a menudo. Hay veces que todo el mundo parece fingir que hace su trabajo, o que pasea ociosamente, mira los escaparates o espera al niño a la salida del colegio. En las esperas es donde mejor se ve quien es creíble y quién no. Pero la realidad está llena de actores que no saben que lo son o que simulan no serlo, que pretenden hacerse pasar por honrados ciudadanos, discretos pasajeros, operadoras de telemarketing, tipos que hacen footing o sacan el perro a pasear. En mayor o menor medida, todos se comportan como actores que interpretan el papel que les cae en suerte en cada caso: el apresurado cartero del banco, la enfermera que vuelve tras 24 horas de guardia, el ama de casa tirando del carro de la compra. Todo costumbrismo tiene algo de representación. Aunque casi todos sobreactúan en algún momento, y eso nos hace dudar de ellos, de la realidad, pues sabemos que el exceso de apariencia suele ser engañoso. Dice Ennio Flaiano que "la realidad es la que nosotros conseguimos hacer pasar por tal." El que barre las hojas del parque, por ejemplo, no puede evitar mirarnos de soslayo como lo haría un agente infiltrado de los Servicios de Inteligencia. Yo, sin ir mas lejos, en un rizar el rizo de mucho virtuosismo, a veces salgo a la calle como quien finge simular no ser quien es, ni acudir o volver de donde no puede ocultar que va o que vuelve. Y, según tenga el día, subo al autobús con una expresión tal que de regodeo en la concupiscencia. Pero la señora que va sentada enfrente me ha calado, está segura de ello: 'este viene de pasárselo bien con un veinteañera que podría ser su hija, una estudianta de Farmacia que lo trae loco, no hay más que verle la cara de satisfacción. Qué asqueroso, cómo se va relamiendo por dentro, el muy guarro.' Claro que también a veces mentimos con verdades, o fingimos ser quienes en realidad somos. Inevitablemente, vienen al caso los versos de Pessoa: "El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente /que hasta finge que es dolor / el dolor que en verdad siente." Buenos días.

       

viernes, 20 de noviembre de 2015

de lo que (no) quiero hablar

    "En mi vida han chocado al menos dos tensiones siempre: la necesidad de estar y de no estar al mismo tiempo, y también la necesidad de escribir y a la vez la de dejar de hacerlo." Dicho sea con toda modestia, comparto enteramente estas palabras de Enrique Vila-Matas. Y algo de eso había, creo yo, en el post que publiqué aquí el pasado viernes. Es la tensión entre dos impulsos contrarios: 1) hablar por no callar; 2) dar la callada por respuesta. El problema de callar está, como es sabido, en que quien calla otorga, aunque también cuenta a su favor con la conocida sentencia de que uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. Sin embargo, a eso cabría darle la vuelta y afirmar que seremos juzgados por cuanto no denunciamos en su día ni advertimos ni dejamos constancia de ello. De modo que si uno habla, puede meterse en líos y buscarse enemistades; si calla, la mala conciencia no le dejará dormir tranquilo. Así las cosas, nos vemos avocados a equivocarnos doblemente: por lo que decimos y por lo que dejamos sin decir. Pero pudiendo complicar, para qué simplificar. Hay una manera aún más completa de equivocarse: es aquella que podríamos denominar 'tercera vía'. Consiste en tratar de salvar los muebles mediante un recurso formal, una salvaguarda a la que acogernos como el que a buen árbol se arrima. Pongamos por caso que yo recurriese aquí a una fórmula retórica, algo así como 'cosas de las que no quiero hablar', y a continuación escribiera un listado meramente enunciativo de aquello con lo que no quiero enfangarme. Por ejemplo, no quiero hablar de... de lo que está en boca de todos desde hace una semana. Ni de lo que arrojaría cada noche al fuego frío de la papelera de reciclaje. Ni tampoco acerca de algo no descartable: que el 20-D las urnas no hagan justicia. No quiero hablar de los cines que se cierran, de los fondos buitre, de los tristes tigres, de "que la vida iba en serio..." Y así podríamos seguir de mal en peor hasta completar el post de hoy. Pero no, no le daré gusto al malhumor ni al desaliento. Por el contrario, hay oros este otoño a partir de las cinco de la tarde que no tienen precio; también hay silencios muy limpios, de una elegancia vertical, como de línea recta, y versos de Tomás Salvador -"hay algo que se escapa, que se guarda / a oscuras en un tiempo que ha prescrito"- que podré releer esta noche y cualquier noche. Ya ve el lector, la lectriz, que no me privo de nada, que el lujo va conmigo incluso en las mañanas más austeras. Con razón dice mi compañero de letras Mario Pérez Antolín en su Oscura lucidez: "El temor a perder la vida hace que los hedonistas la disfruten y los afligidos la padezcan." Amén.                                                          
                                                                                                                               

viernes, 13 de noviembre de 2015

un poco de nada

     Hay días que no tiene uno el ánimo para pronunciamientos, y lo que de veras apetece, aunque tampoco mucho, es dar la callada por respuesta. No tengo claro si es más desgana que desdén o lo contrario, ni tampoco si ello es debido a la falta de fe o a "la falta de hierro" que aquejó a Curro El Palmo, pero es un hecho cierto que existen esos días en los que desde primera hora uno levantaría bandera blanca y la dejaría ahí hasta nueva orden; aunque quizá vendría mejor al caso la bandera amarilla de los apestados, como en  El amor en los tiempos del cólera. Y que no sonara el teléfono, ni llamara abajo el cartero del banco, ni nadie nos hiciera preguntas, más allá de las recompensadas de Nicequest. Días de silencio, sí, pero de un silencio al que uno se acoge, como en las películas americanas de tribunales en que el acusado ejerce su derecho de acogerse a la Quinta Enmienda. En este post de hoy me gustaría no decir nada. Pero hay tantas maneras de no decir, tantos silencios y tan distintos unos de otros. Cada silencio guarda un secreto. Y al revés: cada secreto requiere un silencio único, irrepetible, hecho a medida. 'Callar la boca' es un pleonasmo de una diversidad sin límites. ¿Cuántos silencios caben en un día? ¿Y en un espacio en blanco? Un secreto no es otra cosa que un pacto de silencio. Pero yo no pretendía aquí un pacto de silencio, sino más bien un pacto con el silencio que me permitiera sacar este post de la nada... sin decir nada. "Escribir también es no hablar, es callarse", dice Margueritte Duras. De acuerdo, escribir, pero escribir ¿qué? El compositor John Cage -el creador de la célebre 'pieza silenciosa'- escribió: "No tengo nada que decir y lo estoy diciendo, y eso es poesía." Mucho más modestamente, no es que yo quiera decir callando: lo que quiero es callar diciendo. (...) Y así estaban las cosas ayer a estas horas. Me había quedado mudo de escritura, tal que flotando en la nada, con la mirara perdida y la mente en blanco, como quien se queda dormido con los ojos abiertos. Pero algo sucedió a poco más de un metro de distancia, a mi izquierda... Todo empezó hace ya cinco semanas, cuando abrí la gaveta de la cómoda y descubrí que no estaba el monedero: negro, de piel, con forma de herradura, de los de toda la vida. Rara vez lo sacaba de allí. Tras buscarlo infructuosamente por todas partes -incluso pregunté en el súper y en la tienda de los chinos- lo di por perdido, no sin gran pesar y mala conciencia. Tan es así que durante estas semanas lo he mantenido en secreto. Pero ayer, a la salida de ese viaje al limbo, con la mirada todavía desenfocada, percibo que algo cobra nitidez entre los cachivaches de la estantería: es negro, de piel, tiene forma de herradura. No dije nada. Ni siquiera hice intención de alargar el brazo y tocarlo con los dedos. Tan sólo me quedé mirándolo en silencio. Luego cerré los ojos y sonreí hacia dentro, rendido a la evidencia. 

viernes, 6 de noviembre de 2015

esto es Matrix

      Llevo publicadas 133 'confesiones' en este blog; apenas he dedicado tres a la política. Ante quienes me acusen de diletante y hedonista, o sea de deleitarme sólo con las bellas artes y los placeres de este mundo, tendría que defenderme alegando que a diario leo, escucho y hablo de cuestiones políticas. Bien es verdad que al cabo de un rato la querencia me lleva a otros asuntos. Y de ahí voy pasando al cine, la moda, el glamour... Uno empieza, o quisiera empezar, en Le Monde Diplomatique y acaba sin remedio en Vanity Fair, que es fascinante, por cierto. A lo que iba: la política me atrae sobre todo cuando se acerca temerariamente a la ficción. Pondré un ejemplo. ¿Por qué me asombra nuestro presidente Rajoy? No por sus logros invisibles, ni por sus méritos supuestos o atribuidos, pero sí por su proximidad con Bioy Casares, el autor de La invención de MorelVeamos. Allí, en la isla donde transcurre la acción, tiene lugar un extraño fenómeno de realidad ilusoria que el protagonista observa en secreto, incluso interactúa con ella. Pues bien, aquí ocurre casi otro tanto: hay una realidad imaginaria que suplanta a la realidad de los hechos vividos. Los generadores de apariencias trabajan a pleno rendimiento, y han alcanzado tal perfección que son capaces de crear y mantener vivas unas ilusiones ópticas asombrosas, hasta el punto de que la simulación generada parece más real incluso que la otra, la cruda realidad. Se queda uno pasmado viendo visiones, sí, comprobando que ante sus propios ojos se ha desvanecido, pongamos por caso, el edificio de la Telefónica, incluso toda la Gran Vía, y en su lugar aparece una especie de 'Marina Dor, ciudad de vacaciones'. ¡Oh! ¡Cómo es posible!, exclamamos. Pero los magos nunca desvelan sus secretos. Si bien es cierto que las ganas de creer en los prodigios consiguen maravillas. Vale, eso es así, y hay que admitirlo, pero que nadie le quite méritos a los aparatos de sugestión, a los potentes generadores de hologramas en tres dimensiones, realidades virtuales, mundos paralelos. Y ello sucede, en gran medida, porque hay unanimidad en los comunicados oficiales reproducidos ad infinitum por todos los medios: al fin hemos salido triunfantes (o estamos saliendo) de la maldita crisis, del infierno en el que nos hallábamos, y ahora tenemos delante un cielo azul y un aire limpio donde hacer volar las cometas y la imaginación. Aunque queda algún pequeño detalle que no acaba de encajar en la nueva realidad. Resulta que -dejando aparte lo sucedido en Sanidad, Educación, Cultura, Investigación y otros estragos- cuando nuestro Mariano Morel tomó posesión -"hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro"- había 17.200.000 afiliados a la Seguridad Social. Tras estos años, tenemos el mismo número de trabajadores inscritos, aunque con medio millón menos de contratos indefinidos y más de dos millones de parados que no reciben prestación alguna. ¿Entonces? ¿Dónde está el milagro? ¡Aaaah, descreídos! Poned el Telediario de las tres y veréis. Bienvenidos a Matrix.
 

viernes, 30 de octubre de 2015

películas por hacer

     El otro día, comentando con un amigo una astracanada que acababa de estrenarse, concluí: '¡Con la cantidad de buenas películas que están por hacerse!' Es algo que pienso siempre que veo a directores de gran talento que, por la razón que fuere, han dejado de hacer cine. O más bien, la industria del cine los ha dejado a ellos. Los casos de Víctor Erice o Francis Coppola son escandalosos, sí, pero hay muchos otros que -aun siguiendo en activo- llevan décadas sin dar la menor muestra del talento que acreditaron en su día. ¿O acaso es que también el talento se desvanece, se echa a perder, de igual modo que se pierden el cabello o la esperanza? Es posible que en algunos casos sea así, pero tiendo a creer que las más de las veces se debe a otros motivos. No olvidemos que Billy Wilder, con ser Billy Wilder -cinco oscars, un montón de nominaciones, veintitantos éxitos consecutivos-, fue retirado de la circulación por las productoras de Hollywood cuando aún estaba en plenas facultades físicas y creativas. El gran Charles Laughton sólo pudo dirigir una película, ¡una!, La noche del cazador, obra maestra absoluta. De los proyectos fallidos de Orson Welles... mejor ni hablemos. En fin, a qué seguir. Pero el que no se consuela es porque no quiere: a cambio de esas expectativas malogradas nos queda el derecho irrenunciable a fantasear con aquello que pudiendo ser (que mereciendo ser) no fue. Nada ni nadie nos puede privar de ver en sueños despiertos algunas secuencias de la legendaria aunque imposible Megalópolis con la que Coppola se estaría despidiendo del cine como sólo él sabe hacerlo: a lo grande. A menor escala, también hubiera sido una película maravillosa aquella adaptación de El embrujo de Shanghai, de Juan Marsé, dirigida enteramente por Erice. Y qué decir del Don Quixote de Welles, película con la que soñó toda su vida, rodó varias secuencias, lo intentó una y otra vez... infructuosamente. O las adaptaciones de Pedro Páramo y de Bajo el volcán que Luis Buñuel quiso pero no pudo hacer. Hay noches de insomnio en las que concedo un año de gracia y rodaje a los cineastas con los que mejor me siento. Antes del amanecer me devuelven tales maravillas que deslumbrarían a cualquiera. Siempre he creído que a los grandes creadores deberíamos juzgarlos no sólo por las obras que nos dejaron sino también por las que nos pudieron dejar, por aquello que formaría parte de su imaginario creativo. Y lo que vale para un artista también puede aplicarse a cada uno de nosotros: qué luminosos días de un abril encantado no estuvimos junto al lago Como; qué tres o cuatro noviazgos dejamos en blanco, cuando la naturaleza y el azar estaban a favor de la querencia; qué poemas -los mejores poemas- no escribí aquel verano de todas las risas y las rosas de este mundo; qué regalo descarté ayer, para no entregártelo hoy, 30 de octubre, antes o después de encender las velas o descorchar el vino elegido para la cena. Y así podríamos seguir un largo rato. Tenemos tantas responsabilidades por omisión como recompensas que no nos merecemos. Unas y otras son inseparables de nosotros, forman parte de nuestra biografía. Como los sueños y los secretos, como los deseos más inconfesables.





viernes, 23 de octubre de 2015

de vita beata

     "En un viejo país ineficiente" situaba Jaime Gil de Biedma su imaginario retiro, "en un pueblo junto al mar" donde "poseer una casa y poca hacienda / y memoria ninguna." Supongo que todos hemos jugado a pensar alguna vez en un hipotético retiro a la medida de nuestro agrado. Yo, la verdad, no me veo haciendo mío el proyecto de vida que Gil de Biedma describe en ese poema memorable; demasiado dramático para mí, demasiado heroico. Por el contrario, situaría la acción en algún lugar apacible y algo aburrido a orillas de un lago, aunque no demasiado lejos de cines, museos y cafés. Estoy pensando en Lausana, Lucerna, Locarno... De un tiempo  a esta parte, Suiza me atrae en ese sentido de manera creciente. A veces fantaseo con ello, incluso alguna tarde navego por Internet en busca de localizaciones donde situar un ilusorio retiro espiritual, un exilio llevadero junto a alguno de esos limpios lagos muy azules: Leman, Constanza, Maggiore, Lugano... Pero, ¿por qué esa insistencia mía en Suiza, país tan (supuestamente) anodino y alejado de nuestro estilo de vida? Lo desconozco, aunque es posible que su encanto esté precisamente en eso, en la escasez de ruido y de sensacionalismo, en el dulce tedio -"la más benigna de las pasiones," según Mark Strand- de sus aguas serenas. Aunque hay algo más: quiero suponer que en tiempos tumultuosos o de tribulación podría sentirme a buen recaudo en el sosiego de esos laicos lugares. Y no ignoro que esa paz de balneario, esa amabilidad de ciudades impolutas y verdes valles está basada en el secreto mejor guardado y en las grandes fortunas evadidas de medio mundo: una especie de república corsaria, refugio de sátrapas, defraudadores de altos vuelos y otros pájaros de cuentas. De acuerdo, pero ¿qué puede uno hacer, además de firmar manifiestos y votar en consecuencia? En fin, dejemos eso ahora. En ese retiro fantasioso, yo sería un hombre discreto, un buen ciudadano que paga sus impuestos, respeta las costumbres y saluda educadamente a los vecinos. Nadie tendría queja de mi comportamiento. Lo demás sería leer no poco y escribir lo justo, pasear sin prisa, ir a comprar el pan cada mañana en bicicleta, viajar de vez en cuando en tren por el país, encender la chimenea en otoño a la caída de la tarde. En esa casa nunca faltarían buenos vinos del Véneto y del Duero, variados quesos, rica miel, así como los mejores chocolates negros de las más acreditadas marcas suizas. Una buena conexión a Internet y una pantalla de 72 pulgadas aportarían su calidad de vida en high definition. Luego, pasados los años -largos y bien cumplidos años-, los legendarios laboratorios suizos le brindarían al poema, al relato, un final de viaje no sólo digno sino casi elegante, como quien se va quedando dormido mansamente tras la cena, al amor de la lumbre, con un libro en el regazo. Afuera cae la nieve. Así las cosas, esta fantasía, mi particular de vita beata con vistas al lago, habría merecido la pena.



viernes, 16 de octubre de 2015

malhumorados

     Hace algunos años le oí contar a Serrat en una entrevista que, recién llegado a Buenos Aires, ya en el propio aeropuerto percibió algo raro, difuso, desagradable, y así se lo hizo saber a unos amigos porteños. '¿Como un cierto malestar?', le preguntaron. 'Sí, una especie de malestar', respondió. La sentencia de sus amigos fue unánime: 'Esa es la señal inequívoca de que has llegado a la Argentina.' Cuento esto porque acá, en la madre patria, se percibe en el ambiente un malhumor cada vez más extendido. Y no digamos ya en las redes sociales, que al malhumor se le suman, además del cabreo puntual y justificado de cada día, de cada telediario, la mala baba, el encono, el encabronamiento perenne de algunos..., en fin, todo ese magma confuso y desapacible que llaman 'estado de malestar'. Es algo que ya forma parte del paisaje, como la contaminación en las grandes ciudades. Tan es así que a veces tiene uno la sensación casi culpable de que si no está encabronado de remate se debe a que es un frívolo sin arreglo, o a que nada en la abundancia y no se entera (no se quiere enterar) de la la misa la media. En ese sentido, vaya en mi descargo que me desagradan no pocas cosas que están ahí; algunas otras me irritan de veras, incluso me indignan o enfurecen por momentos. Nos sobran los motivos para apedrear farolas y escupir después con desprecio. Pero yo sé que eso no me sienta bien, ni me hace más lúcido ni mejor ciudadano. Por ello, trato de evitar en lo posible riesgos innecesarios, y no frecuento sitios ni individuos ni ciertos programas o tertulias que -bien lo sé- no me van a traer nada bueno para mi salud mental y de la otra. Claro que no ignoro que hay personas (conozco a algunas: sensatas, honestas, en absoluto depravadas) a las que les da morbo -o eso dicen- ver, leer o escuchar asiduamente a acreditados traficantes de odio, profesionales del embuste o la conspiración, enardecidos fanáticos, etc. Me cuesta entenderlo, sí, pero admito que tales prácticas sadomasoquistas puedan llegar a constituir algo así como una parafilia de lo más excitante. Aunque he de confesar aquí que esas sugestivas depravaciones nunca me han atraído lo suficiente; supongo que se trata de un artefacto intelectual demasiado sofisticado para mí. Tengo que ser, pues, autocrítico y aplicarme las palabras de Andreotti: manca finezza. Pero, en fin, llegada la edad madura, debe uno conocer sus propios límites, y aceptar sus limitaciones. Dicho sea con toda humildad: yo no estoy capacitado para gozar con el dolor, para aplicarme tormentos que me pongan la carne de gallina y los pelos de punta. No. Yo: Bill Evans, martini rosso, Ennio Flaiano (¡gracias, Máximo!), las tardes de octubre, el chocolate negro, este cielo ilimitado de Madrid, esta luz bendecida... Ahora lo entiendo: no es admisible tanto bienestar. Mientras ahí fuera el mundo se derrumba, la mala leche se desborda, aquí, en esta casa, en este blog, después de la mejor música se deja oír el silencio más limpio. En todo este rato no ha sonado el teléfono. Me acuerdo inevitablemente de aquel grafiti: "si no suena el teléfono, soy yo."


viernes, 9 de octubre de 2015

sin palabras

    'Noto que a veces me faltan las palabras', me confesó el otro día una buena amiga, como sorprendida por ello. Le respondí, medio en broma, que a mí me pasa eso mismo y lo contrario, que a veces me sobran las palabras. De modo que, en unos casos por exceso y en otros por defecto, con demasiada frecuencia no encuentra uno la palabra precisa a su debido tiempo. Aunque lo peor no es ese vacío, ese espacio en blanco que la palabra deja en medio de la frase, de la conversación; no, lo peor es cuando la desaparecida reaparece, pero ya tarde y fuera de lugar. Entran ganas de retirarla para siempre de la circulación. ¿De dónde sales tú, y a qué vienes ahora, deslenguada? ¿Dónde estabas cuando te necesité y no acudiste, arruinándome de ese modo la frase mejor construida, la idea más brillante del jueves? Estoy convencido de que por culpa de esas palabras inconstantes he perdido en gran medida el prestigio de buen orador que no tengo, la excelencia que no han alcanzado mis escritos. Mi escasa capacidad de persuasión también se la atribuyo a ellas, las muy volátiles. Y como todo está relacionado, resulta inevitable asociar esos pequeños pero irreparables vacíos con las citas incumplidas, con los 'plantones'. Nadie sabe lo que una incomparecencia puede llegar a traernos. Y a quitarnos. "Si tú me dices ven, lo dejo todo", vale, de acuerdo, ¿pero qué ocurre cuando atendemos ese requerimiento -ven- y allí no hay quien nos reciba? Existen mil razones o motivos por los que han podido darnos plantón. Confieso que a mí -como a todo el mundo, supongo- me han dejado plantado varias veces, aunque tampoco demasiadas. Claro que también yo he dado algún que otro plantón... sin saberlo, sin enterarme de ello hasta varias horas o incluso días después. Pero puedo asegurar que jamás he faltado a una cita deliberadamente, ni por pereza o mero antojo (si acaso, por causa mayor: taquicardia aguda, crisis de ansiedad...) En todos esos encuentros que no tuvieron lugar se abre un vacío, una expectativa fallida que ya no podrá cumplirse nunca. Mira que es triste. Las incomparecencias dejan siempre a su paso un rictus de suave tristeza que, con el tiempo, deviene en resignación. Ya sabemos aquello de que 'todo lo que pasa es porque tiene que pasar', pero, ¿eso incluye 'lo que no pasa'? Si nos atenemos al tamaño, la respuesta sería no. Porque 'lo que no pasa' no es la otra mitad, el hemisferio opuesto a 'lo que sí pasa': lo no sucedido es por definición (o por indefinición) infinitamente más amplio y numeroso que su contrario. Así pues, las palabras que no comparecieron, los encuentros malogrados, las frustradas tentativas, todo aquello que queda en suspenso se convierte en materia volátil -aire, nube, deseo, aroma-, en ese espacio inhabitado donde pueden discurrir o perpetuarse los sueños, las sombras... de cuanto no sucedió.


viernes, 2 de octubre de 2015

tiempo de silencio

     Minutos de espera, tiempo de silencio que se convierte en baño de humildad. Pero esperar ¿qué? Esperar el milagro: que una musa improbable se apiade de ti, que en el último instante llegue el indulto en forma de ángel que te traiga la buena nueva del post que no has sido capaz de escribir hasta ahora. Aunque el tiempo pasa y el indulto no llega. No hay musas que te susurren melodías al oído, ni dulces dedos invisibles que acaricien el teclado del ordenador. Mira que es triste la pena del condenado a esperar el milagro... cuando ya no queda tiempo para que se produzca el milagro. Qué momento este en que la espera se convierte en un mero esperar por esperar... sin esperanza ninguna. Pero también es cierto -dicen que el que no se consuela es porque no quiere- que este tiempo de espera sin fe y sin nada es un espacio muy limpio y exento de ruidos, de conflictos, 'como quien espera el alba' ya sin sueño ni miedo. La suerte está echada: hoy, viernes, 2 de octubre, a las 9.30 h se procederá a publicar la nada, y en consecuencia se hará público el vacío mental de quien suscribe estas confesiones. Pero antes o después, toda impostura se acaba descubriendo. Ha llegado la hora de las verdades: confieso haber tenido un negro escribiente que nunca me había fallado hasta hoy; todos los viernes a primera hora de la mañana él tenía escrito y revisado el post que yo me limitaba a leer por encima y hacer clic en "Publicar". Y eso era todo. Qué bien hecho estaba el mundo. Ahora ese mundo se viene abajo: los negros se rebelan; los esclavos nos desafían y se atreven a ponerse en pie (que es como levantarse en armas) y decirnos a la cara con insolencia: 'yo soy Espartaco'; y en cuanto a las musas, ay, las musas son tan variables, además de infieles... Ellas no se casan con nadie: hoy contigo, mañana con tu enemigo. Y en esas estamos: haciendo como quien espera el indulto del Gobernador, pero a sabiendas de que el indulto no llegará antes de que amanezca en el patio, donde todo está listo y el reverendo tiene abierto su libro de oraciones por la página que más consuela: el Libro de los Salmos. Es el momento de cerrar los ojos y evocar aquellos versos de José Hierro en que Lope, ya viejo, le habla a Marta de Nevares, ya medio ida, de "aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos, / de lugares vividos y soñados..." Diríase que cuando todo está perdido surge el Ángel de la Nada y enciende la última vela. A continuación, sopla y apaga esa luz. Pero en ese soplo ha deslizado una idea, un post, unas líneas que te pueden salvar del cadalso. Y es entonces cuando, un segundo antes de pulsar clic, das las gracias a Hierro in extremis: "abre tu ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar." Y aunque parezca mentira (aunque lo sea), a las 9.28 horas de este luminoso viernes 2 de octubre dices: ¡Salvado! Cuentas con una semana más, otra semana, para seguir navegando.

viernes, 25 de septiembre de 2015

lo que nos perderemos

     Qué bien entiendo al neurólogo Oliver Sacks cuando, consciente de que tenía los meses contados, confesó que lo que más lamentaba eran los descubrimientos que aparecerían en Science o en Nature y que él ya no vería. Creo que no hay peor castigo para un científico. Pero eso vale también para un apasionado del arte, un cinéfilo, un amante de los coches deportivos que se presentarán en las próximas ferias del automóvil. Es una vieja idea, un pesar que nos acompaña a muchos: qué hermoso ha de ser aquello que no alcanzaremos a ver... por poco, por muy poco. Sin ir más lejos, alguna noticia recóndita que aparecerá en el periódico del día siguiente. O el primer amanecer en el que no estaremos. A veces piensa uno que si todo esto se acabara como acaban las películas en el cine, al mismo tiempo para todos, quizá entonces el vivir y el morir serían más llevaderos: resolveríamos ese The End con fuegos artificiales nunca vistos y un fin de fiesta del copón de la baraja. En ese sentido, la idea del Fin del Mundo no me parece mala solución, aunque, eso sí, un Fin del Mundo con ninfas, sátiros, sirenas, náyades. Pero perdernos los próximos capítulos, las bellísimas piernas que saldrán a la calle en primavera, una grabación de Coltrane que se daba por perdida y reaparece, la final de la Champions con un golazo que recordará el de Zidane... Perdernos todo eso no tiene gracia. Si por un descuido uno se fuera de este mundo sin haber visto alguna película de Marion Cotillard o de Rachel Weisz, tampoco tendría ninguna gracia. Si los oros del otoño incendian los arces del Canadá o los álamos del Canal de Castilla, pues ya sé que "se quedarán los pájaros cantando", pero maldita la gracia que me hace. Por cierto, nunca he tenido del todo claro si ese célebre poema de Juan Ramón -El viaje definitivo- es una resignada aceptación lírica de lo inevitable o si, por el contrario, contiene una grave queja a quien 40 años después será su dios deseado y deseante. Es verdad que todo está muy apacible en ese poema, pero hay en él un verso delicadamente atroz: "se morirán aquellos que me amaron." No se me ocurre un endecasílabo que más pueda dolerme. Mejor no pensarlo. Y llegados a este punto, es preferible hacer de la necesidad virtud y celebrar cuanto está por ver y tenemos al alcance en este otoño recién estrenado. Hay un ejercicio que viene bien practicarlo al inicio de cada estación: ¿qué quiero hacer en las próximas semanas? Respondo: ver algunas películas de estreno (Woody Allen, Sorrentino, Amenábar...); leer, entre otros, el libro de María Belmonte Peregrinos de la belleza y el poemario Confiado, de González Iglesias; pasear por Madrid en octubre; escribir a alguna amiga un correo que le resulte inolvidable... durante unos minutos; degustar buenos vinos los sábados al mediodía con Paco y Máximo; encontrar un buen editor para mis Joyas robadas; ver ganar al Madrid bordando el fútbol (Isco, James, Karim...); conseguir con alguno de estos posts que alguien me quiera más.



viernes, 18 de septiembre de 2015

hay que cambiarlo todo

     No es fácil escribir, no lo es, aunque a veces pueda parecerlo. Más aún: creo que la mayor dificultad está en hacer creer al lector que las palabras escritas han surgido con la misma naturalidad que él percibe ahora al leer esa frase, ese párrafo que fluye sin obstáculos ni arrepentimientos como agua que mana y corre. Pero las palabras a menudo se nos ocultan, se camuflan, se hacen pasar por otras. Sí, las palabras precisas -que son las más preciadas- presentan resistencia. No se conquista una oración definitiva así por las buenas: antes hay que entrar a saco en el idioma, asediar la ciudadela de los sustantivos, cortarle la cabeza sin misericordia a los primeros adjetivos que nos salgan al paso, admitir que, en efecto, "no hay adverbio que te venga bien". Bueno, también las caricias suelen ser persuasivas. En el trato con las palabras, sólo cuando uno admite que no es propietario de nada, que todo es prestado y provisional, sólo entonces está en condiciones de empezar a hablar. O a escribir. Pero es verdad que hay días en que las palabras solicitadas dan la callada por respuesta. Aunque siempre será preferible, o al menos más honesto, una incomparecencia a una suplantación. Escribir 'gato' cuando se debería haber escrito 'liebre' puede resultar incluso divertido por momentos, pero al cabo deja un cierto amargor, entristece en secreto. Los que escribimos -bien, mal o regular, o todo ello revuelto y junto- sabemos que más nos vale que las palabras acudan, que nos asistan, porque sin las palabras precisas no hay ideas claras, no discurre el pensamiento. Y bien, ¿adónde pretendo llegar con todo esto? Eso quisiera yo saber. Pero si uno echa un vistazo al panorama de la actualidad, quizá en aquello que ve, y en lo que entrevé -en lo que aparece y en lo que no aparece ni por asomo en los medios-, encuentre la respuesta a esa pregunta. Yo no pretendo fastidiar el día a nadie (soy hedonista, ya es sabido), pero desde hace varias semanas me acuerdo con frecuencia de la última frase de una serie televisiva de mediados los años 70: La señora García se confiesa, protagonizada por Lucía Bosé, escrita y dirigida por Adolfo Marsillach (ver Wikipedia). Esa frase, mecanografiada letra a letra en el último plano de la serie, decía así: "hay que cambiarlo todo." Se refería, claro está, a la situación del país y de la sociedad española de entonces. Pues bien, 40 años después, la realidad y las noticias de cada mañana me reafirman en la idea de que, efectivamente: "hay que cambiarlo todo". O casi todo. Y sí, ahora lo sé: esas eran las cuatro sencillas palabras que yo venía buscando, sin saberlo, desde hace tiempo.
   

viernes, 11 de septiembre de 2015

la siesta

                                                                                                                       a Diego Fernández Magdaleno

     Haciendo limpieza de papeles, aparece un sobre que contiene un tesoro. En él puede leerse en letras verde pistacho: 'Van Gogh/en de kleuren van de nacht/13.02 - 07.06. 2009.' Firmado: 'Van Gogh Museum, Amsterdam'. Dentro del sobre hay fotos y postales adquiridas en las tiendas de los museos, en galerías de arte, incluso en mercadillos o en puestos callejeros a lo largo de los años. Y así, junto a una bellísima Santa Cecilia de Burne-Jones, que puede verse en una de las vidrieras de la catedral de Oxford, aparece una mujer con alas negras junto a un dragón, arrodillada, consternada, cubriéndose el rostro con las manos mientras alguien observa la escena desde la puerta entreabierta del gabinete; se trata de un conocido collage de Max Ernst que lleva por título La cour du dragon 10. Pero después de esa pesadilla surrealista aparece una postal que yo he mirado mucho: La siesta, de Julio Romero de Torres, óleo sobre tabla, fechado en 1900. Vemos en él a una mujer joven, sin duda esbelta, que aspira el aire de verano a la hora de la siesta en el jardín de su casa, en el sur. Está sentada, de perfil, en una mecedora modernista o art nouveau. Su vestido blanco de gasa o muselina flota en el aire cálido de primera hora de la tarde. Aprovechando la disculpa de las flores, mira para el otro lado. Ha renunciado a la sombrilla, roja, de la que se ha desprendido hace un minuto con más indolencia que desdén. Un minuto que ya parece una eternidad a eso de las cuatro de la tarde. Huele a azaleas y a magnolias que esa mujer escucha con los ojos cerrados. Quizá espera una carta de ultramar. Aunque la mayor duda está en saber si es una mujer recién casada o a punto de serlo. Incluso es posible que esa manera de mirar hacia allá, de volver el rostro al otro lado, sea debido a que espera la llegada de un barco, y que un novio descienda con su traje color vainilla y busque con la mirada a la novia más bella del puerto y del mundo, la que no duerme la siesta y espera en silencio, balanceándose en la mecedora del jardín fragante. Creo que el mayor acierto del pintor está en ocultarnos el rostro de esa mujer; aunque también su pie derecho -ese apenas visible zapato gris- tiene su aquel. El cabello recogido en la nuca sin esfuerzo, el calor que se acumula en la tapia, el vaivén de esa mecedora que recuerda el compás de las habaneras... Si uno cierra los ojos oye el zumbido de un moscardón. Sería faltar a la verdad si yo hiciera sonar ahí una música; no hay tal. El silencio de las cuatro de la tarde a primeros de agosto es inequívoco, se le reconoce siempre, ya sea aquí o en Camagüey. Pero yo quiero hacer sonar ahora una música, no dentro de ese cuadro sino en la mente del observador, y si fuera posible en la de esa esbelta mujer que espera y mira hacia otro lado. Quiero que suene ahora, sí, la 'Evocación' de la Suite Iberia, de Albéniz. Es un capricho, lo sé, pero estoy en mi derecho de hacer que suene. Y está sonando, está sonando...

Isaac Albeniz, Suite Iberia: Evocación - YouTube
Cuadro de La siesta de Julio Romero de Torres | - Cuadros famosos, Cuadros de Julio Romero de Torres - ARTEFAMOSO

viernes, 4 de septiembre de 2015

¿volver o no volver?

     Me pregunta una amiga imprescindible: "¿comienzas ya a escribir los viernes?" Se refiere a si reanudo la publicación semanal en este blog. Confieso que durante casi toda la semana no he tenido una respuesta clara, aunque la duda me ha llevado a ejercitar la mente en una partida de ping-pong entre el sí y el no. ¿Volver el viernes 4, o retrasar la vuelta hasta la semana siguiente, o incluso dejarlo para fin de mes? Nada tendría de extraño que este mirón reapareciera a primeros de octubre, pues es bien sabido que los veraneantes de toda la vida nunca hemos vuelto del todo antes de haber disfrutado por entero el sol del membrillo; o tras la vendimia, con el sabor reciente de las primeras uvas moscatel. ¿Volver antes de tiempo? ¿Para qué? ¿Para ponerme en evidencia, tras una larga inactividad ante las teclas del ordenador, y que este suene como un piano desafinado? No, yo todavía no me he incorporado a la rutina de la nueva temporada, y de algún modo sigo veraneando, aunque ya en Madrid. El pasado lunes, en su venturosa reaparición, mostraba El Roto a un bañista solitario paseando por la playa y haciéndose esta reflexión: "Lo mejor de las vacaciones es cuando se les acaban a los demás." Yo también lo veo así. Creo que con playa o sin ella -y sin necesidad de yate atracado en Port Andratx ni de mansión en Malibú o en Portofino- hay un estado de ánimo ocioso que se puede extender a lo largo de septiembre, incluso adentrarse en la primera quincena de octubre. Claro que para ello se requiere un especial talento diletante, una saludable tendencia al hedonismo. Más que de un ejercicio voluntarista, se trata de una cierta disposición favorable a contemplar la puesta de sol sin prisa ninguna, pero también sin dolor por el día que arde en el crepúsculo. No, nada de dolor, porque el atardecer se entrega a la noche como un río en toda su amplitud se vierte al mar. Algo así. Y ya sabemos que la noche y el mar están llenos de tesoros expectantes, de racimos de estrellas, de caballos azules noche adentro, mar adentro... Recuerdo ahora un retrato que Manuel Vicent, en su sección 'Mitologías', le hizo a Billy Wilder -aquel genio del que dijo William Holden que en lugar de ideas en el cerebro tenía cuchillas de afeitar-. Pues bien, al final de ese retrato concluye Vicent que "a este mundo ha venido uno a divertirse y a empujar con la yema del dedo la aceituna hacia el fondo del martini mientras resumes el mundo y la existencia con una frase feliz. Fuck you." Y en esas estamos, empujando con la yema la aceituna y viendo cómo sale a flote una y otra vez, a la espera de que una frase feliz emerja desde el fondo del martini y justifique el universo. O al menos la reaparición de este blog, me temo que algo precipitada. No sé, quizá dos o tres semanas más de silencio hubieran favorecido la primera entrega, el primer capítulo de esta serie, ya en su cuarta temporada. Pero eso es hablar por no callar. ¿Volver o no volver? Sea cual sea la respuesta, casi da igual. Como me dijo otra buena amiga hace ya muchos años: "tanto si me caso como si no, sé que, haga lo que haga, me voy a arrepentir." De todos modos, bienvenidos a septiembre.



miércoles, 5 de agosto de 2015

petersburgo

     La gente bien de entonces decía coloquialmente 'Petersburgo', de igual modo que las personas importantes de hoy acuden a 'Zarzuela', sin el engorroso 'Palacio de la'. Así leemos que Ana Karenina iba o venía siempre de Petersburgo, aunque en los meses de estío se instalaba no muy lejos de allí, en su palacio de verano, en Peterhof. Viene esto a colación porque mi mujer y yo hemos visitado estos días Petersburgo. Allí hemos visto los mismos palacios y hoteles que veía o frecuentaba Ana, las mismas avenidas, canales navegables, parques y jardines fragantes. Por momentos dudaba yo si estábamos en aquella ciudad cosmopolita a orillas del Báltico o en algunas de las más de 600 páginas de la gran novela de Tolstoi. En Petersburgo pervive de algún modo un mundo ido, un mundo tan evanescente, tan efímero... -¿qué son cien años?- que ya casi apenas fue, y que habita más en la imaginación y en los sueños que en ningún otro ámbito. ¿Qué queda de todo aquello que fue y que no fue? Queda casi todo, pero de otra manera; o sea, casi nada. Los puentes sobre el Neva, el Palacio de Invierno o el de Yusupov, la Perspectiva Nevski, el templo de La Sangre Derramada,  el Gran Hotel Europa, el café Singer, las noches blancas... Todo eso está muy bien, y es hermoso en verdad, pero, tras haber estado allí (y allí mirado mucho), sólo si uno cierra los ojos, en el duermevela de la siesta de agosto empieza a escuchar una música, un vals que nos llega procedente del gran salón donde tiene lugar el baile de gala; o el sonido y el vapor del expreso de Moscú, suntuoso y puntual, haciendo su entrada en la estación de ferrocarril; o las expresiones de ansiedad o de entusiasmo en la tribuna del hipódromo en plena carrera. Con los párpados entornados, en la,penumbra de la siesta, entre las pestañas se filtra una luz que viene de muy lejos en la distancia y en el tiempo: es la luz que ilumina la escena, a la altura del capítulo diez de la segunda parte, cuando "...Wronsky se hincó de rodillas para ver mejor el rostro que pugnaba aún por esconderse a sus miradas. Al fin levantó ella la cara y, separándolo con una mano, dijo con voz apagada: ¡Ya todo se acabó! Ya nada me queda en el mundo más que tú, no lo olvides." Wronsky arguye la felicidad que les espera, pero ella le replica de manera terminante: "¡Felicidad!-exclamó Ana, con una expresión tan violenta de terror y de repugnancia que lo dejó en suspenso-. ¡Ni una palabra más, por Dios, ni una palabra más!" Sí, es la luz que fulgura en sus ojos la que llena la escena y se filtra a través de mis pestañas, a las cuatro de la tarde, procedente de 1875, más o menos. Volveremos a Petersburgo, confío, aunque diga Sabina que "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver."Y además, Petersburgo casi no es un lugar: es un estado de ánimo elevado a categoría estética, un deslumbramiento que ocurre cuando el amor sucede y unos ojos centellean de tal modo que iluminan el mundo, las avenidas, el salón de baile, las páginas de un libro, la mirada del otro.    (Y ahora sí, hasta la vista, ya en septiembre)

viernes, 17 de julio de 2015

hasta la vista

     La verdad es que no se está mal del todo aquí, en estas tardes tórridas de cafés con hielo, persianas bajadas, cerrada penumbra y ventilador en marcha. En estos días de estío todo discurre de otro modo, tiene su propio ritmo, su música, su tono, su pereza. También se habla más bajo y más despacio por teléfono. Eso sí: el congelador trabaja a pleno rendimiento y la ducha en sombra nos acoge varias veces al día como un lugar de encuentros y de fantasías frescas. ¡Qué sería de nosotros, los veraneantes solitarios, sin esa bendita promiscuidad de duchas frías! En tardes como esta, siempre hay sobre la mesa artículos atrasados, reseñas de libros o de exposiciones, cosas dispersas a medio leer. Y qué diferente, de qué otra manera suenan en julio, a media tarde, los discos de Bill Evans -como este I will say good bye que está sonando ahora- cuando nadie te espera ni esperas nada novedoso en lo que resta del día. El hecho de tener varias horas por delante sin obstáculos genera un hábitat distinto y nuevo, una disposición de ánimo que consiente de buen grado las reflexiones amplias y la sintaxis de Ferlosio; también los hexámetros de Horacio y las películas clásicas de larga duración. Quiero decir que si durante cinco o séis horas estás desconectado o fuera de cobertura (y sabes que vas a estarlo), puedes crear o disponer de grandes espacios exentos, cien páginas ininterrumpidas de novela, largometrajes suntuosos, inabarcables ensoñaciones. Y cuando la tarde languidece y renacen las sombras, procede un gintonic bien servido en copa de balón con muchísimo hielo. Lo que son las cosas: tengo el pálpito de que con uno de esos tragos fríos voy a escribir cualquier tarde de estas un micrrorelato o un endecasílabo de tal belleza y hondura que, para la primavera de 2016 -coincidiendo con las primeras lluvias sobre las casetas de la Feria del Libro en El Retiro-, Luis García Montero llevará mi nombre al Consejo de Ministros (del Gobierno Tripartito) para el cargo de Director General de Poesía Contemporánea. Pero, tranquilos, chicos, que en el Consejo Asesor de mi Dirección estarán, entre otros, Luis Ángel Lobato, Carlos Medrano, Acuyo Donaire, Blanca Andreu (si es que acepta), Esperanza Ortega (que estará, aunque no acepte), Eduardo Fraile, Julia Otxoa, Rabanal, López Andrada, Marion Cotillard... En fin, un Consejo como Dios manda. Pero no adelantemos acontecimientos: estamos a mediados de este sofocante mes de julio de 2015. El próximo viernes, 24, no estaré yo aquí, a pie de blog, para publicar nada ni responder a nadie. Eso sí, la casa queda en orden y mi hijo el mayor contesta las llamadas y se ocupa de las plantas. Hablamos a la vuelta, queridos. Hasta la vista.

viernes, 10 de julio de 2015

entre las fumarolas del sueño

     Cuántas veces sucede que las cosas nos llegan por puro azar en el momento oportuno. Libros, películas, canciones o personas que aparecen cuando todo el trabajo previo estaba recién hecho para que algo, alguien, apareciera por sorpresa y ocupara ese espacio intacto. Creo haber traído aquí alguna vez la frase que le oí a una amiga: "como decimos en Cuba, todo lo que pasa es porque tiene que pasar." Discutible, sí, pero es cierto que en ocasiones sucede o aparece exactamente aquello que debería aparecer. ¿Tendrá ello algo alguna relación con ese aforismo zen según el cual 'el maestro surge cuando está maduro el alumno'? Claro que también hay quien le da la vuelta al argumento y asegura que es el alumno quien aparece cuando está maduro el maestro. Sea como fuere, hay sucesos y mañanas de abril con lluvia repentina que llegan cuando todo estaba listo para que eso sucediera. También hay viejos discos necesarios que reaparecen alguna tarde de julio en la penumbra quieta de la casa, cuando afuera los termómetros se acercan temerariamente a los 40º, y esas reapariciones evitan cometer algún crimen pasional o marcar teléfonos indebidos. Un lied de Schubert a su debido tiempo, o un soneto de Rilke por sorpresa, pueden evitar males mayores que estaban por suceder. Una noche de verano sin sueño puede llevarnos a la amanecida más hermosa del mundo. O casi. Es entonces cuando se acuerda uno de aquel verso tan limpio que todos leímos hace muchos años: "llegas como el rocío a las corolas." Una secuencia de Encadenados, o de Verano del 42, un disco de Coltrane, una sonrisa de Silvia Pérez Cruz en youtube, justo antes de empezar a cantar Paraules d'amor... Todo eso, si llega a su debido tiempo, puede ser tan oportuno como una farmacia de guardia o como una botella de whisky alguna mala noche. ¿Por qué cuento todo esto?  Pues muy sencillo. Yo suelo tener el tema de este blog desde casi el día siguiente de publicar el post anterior. Hoy, cuando esto escribo, es miércoles 8 de julio, y hasta hace un rato no tenía la menor idea acerca de qué demonios iba a escribir aquí. Ese es un viejo temor que todos los creativos de publicidad conocen bien: '¿y si no se me ocurre nada... presentable?' Hay quien lleva esa desconfianza hasta la paranoia, lo sé, aunque, por fortuna, ese no ha sido nunca mi caso. Pero es verdad que cuando pasan los días y no tengo tema... pues como que me incomodo, incluso me mosqueo conmigo mismo. Y así estaban las cosas hasta las cuatro y cinco de la tarde, hace una hora, más o menos. Me había quedado dormido con la radio encendida. De pronto, entre las fumarolas del sueño, me parece oír las notas de una guitarra que me suenan conocidas. A continuación, una voz familiar dice: "Túuu no puedes volver atrás / porque la vida ya te empuja / como un aullido interminable / interminable." Medio sonreí, pero sin abrir aún los ojos, quizá por precaución, para evitar que algo sucediera. Palabra tras palabra, fui acompañando mentalmente a Paco Ibáñez. Luego surgió la voz de Carles Francino, pero para entonces yo ya sabía cuál iba a ser el tema de este post: las cosas que llegan... cuando tienen que llegar.



viernes, 3 de julio de 2015

pero si un mirar me hiere al pasar

      Al leer ese título prestado, quizá no todos hayan advertido su procedencia, aunque si lo ponemos en su contexto, raro será que alguien no lo tararee: "Cuántos desengaños, por una cabeza, / yo juré mil veces no vuelvo a insistir, / pero si un mirar me hiere al pasar..." Sí, pertenece a ese tango eterno de Gardel, cuya letra, como tantas otras, escribió Alfredo Le Pera (ambos murieron en el mismo accidente aéreo, en Medellín, aquel 24 de junio, hace ahora 80 años), uno de los mejores letristas de siempre. Qué difícil ese oficio, y cuántos grandes poetas han fracasado en el intento. El propio Le Pera tiene poemas que no llegan ni de lejos, creo yo, a las letras de sus tangos. Es el mismo que escribió aquel verso inmenso, quizá el más evocador que yo conozca: "Era, para mí, la vida entera." Aunque también escribió mentiras insuperables como "que veinte años no es nada". O aquella estrofa, que ya hubiera querido para sí Petrarca: "El día que me quieras / la rosa que engalana / se vestirá de fiesta / con su mejor color. / Y al viento las campanas / dirán que ya eres mía / y locas las fontanas / se contarán su amor." Quizá este post debería acabar aquí, ¿pero cómo dejar fuera aquel verso de Armando Manzanero, cuando, tras ver llover toda una tarde en ausencia de la amada, afirma o grita: "¡al mar oí cantar!" Qué no hubiera dado Rubén Darío por esas cinco sílabas con esa tilde en medio. Hay que reconocer que cuando un letrista acierta de pleno... es la envidia de todos los poetas. Y qué añadir a aquel verso de una rara canción, cuando después de habérselo perdonado todo a esa mujer, exclama: "¡Lo que no te perdono / es haberme besado con tanta alevosía!" Ya sé que dicho así, parece rencoroso, pero a continuación remata, a propósito de ese beso imperdonable: "Tengo testigos: un perro, la madrugada, el frío, / y eso sí que no te lo perdono, / pues, si te lo perdono, / seguro que lo olvido." Quizá ese beso alevoso del que se queja Silvio Rodríguez fue "un beso de esos que valen por toda la química de la farmacia" (escribe Javier Laguna, canta Zenet).Y ya puestos, qué decir de José Alfredo Jiménez cuando: "yo me volví a meter entre tus brazos, / tú me querías decir no sé qué cosas, / pero callé tu boca con mis besos / y así pasaron muchas / muchas horas." Y en esas horas de José Alfredo cabe la noche entera con todas las estrellas, la risa loca, el vértigo, el desconsuelo que vendrá después. Nuestro Rafael de León constituye por sí solo un cancionero completo que va de la copla al kitsch, pero también: "...y yo estoy muerto /como una triste rosa seca en la basura, /como una jarra de agua de taberna /que a nadie apeteciera su frescura." Habría que volver al verso de Le Pera que dejé en suspenso: "pero si un mirar me hiere al pasar..." Letraheridos estamos.


viernes, 26 de junio de 2015

¿está Kafka? que se ponga

     Aunque seamos de Letras, estamos muy unidos a los números, casi que inseparablemente unidos a algunos números. Por ejemplo: fecha y hora de nacimiento;  peso, altura, talla, calzado; dorsal que lucíamos en la camiseta del equipo del colegio; número del DNI o de la tarjeta sanitaria; código postal; la matrícula de tu coche; la línea de autobús que te llevaba a ella. El 3-4-8 pertenece ya para siempre a la avenida Corrientes y a Gardel; 33 eran las revoluciones por minuto de aquellos vinilos long play. Y cómo renunciar a el número Pi de Wislawa Szymborska, o al 7, al 9 y al 15 de la romería de Yerma, cuando Morente mueve tal que así la mano izquierda, y después la derecha, para decir: "¡gemía, siete veces gemía, nueve se levantaba!", y enseguida sabremos que "quince veces juntaron jazmines con naranjas." Nos atrae el 0 porque es filosofía de principio a fin, o de la nada al infinito; deseamos el 69 porque nos lleva a un simultáneo placer simétrico; el 221 remite a Baker Street y, por tanto, a Sherlock Holmes; 1.280 alude a una novela negra americana, brutal como pocas; el 451 nos recuerda a Ray Bradbury y a Truffaut, y es la temperatura -escala Fahrenheit- a la que, al parecer, arden los libros. El 20 pertenece por derecho propio a la 20th Century Fox; Uno, dos, tres es puro y vertiginoso Billy Wilder, aunque "el uno, el dos, el tres..." forma parte de una bonita canción de Mecano. 983 es el prefijo telefónico que marco cada día, a eso de las 21 h. Y así llegamos inevitablemente al número del teléfono fijo de esta casa, y a los de los móviles integrados en el mismo contrato. Y aquí debo confesar que, tras larguísimas conversaciones telefónicas con los servicios de ¡atención al cliente!, seguimos empantanados en una tierra media donde no se vislumbra salida ninguna: ya no es que 'estemos en' sino que 'pertenecemos a' Orange y a Vodafone al mismo tiempo. Pese a las múltiples solicitudes, Vodafone no consiente en darnos de baja; Orange, por su parte, no es capaz de librarnos  de las garras de su competidor. Así pues, aquí tenemos dos ADSL, dos routers, dos operadores telefónicos, dos facturas mensuales. Estamos en un laberinto sin salida. Kafka no se imagina lo que es esto. Mi mujer -que es quien lleva el tema- lo ha intentado ya con todos los recursos: expositivos, racionales, pedagógicos, amistosos, democráticos, ligeramente irónicos, de súplica, desesperados, amenazantes... Nada, no hay modo. Esta gente -no me refiero aquí a los sufridos y malpagados teleoperadores/as- no hace usuarios: hace prisioneros. Esas poderosas transnacionales invierten grandes cantidades en marketing y publicidad, bien lo sé, en eventos y en patrocinios, en Fórmula 1, etc, pero lo cierto es que estos campeones del libre mercado no captan usuarios: toman rehenes. Los números de teléfono que te asignan, te los graban a fuego en la piel con toda amabilidad. Pronto descubres, ay, que esos dígitos son tatuajes. Y en esas estamos, en el asombroso mundo del tatoo.

 Enrique Morente -Romerías de Yerma- www.estrella-morente.com - YouTube

viernes, 19 de junio de 2015

la jungla de asfalto

     "Decenas de fieras escapan del zoo de Tiblisi en las inundaciones de  Georgia", decía el titular. Más adelante se informaba de que entre los fugados había tigres, leones, lobos, osos, hipopótamos... Inmediatamente se desató el bestiario en mi imaginación. Es un viejo tema que yo he visitado bastante; o él me ha frecuentado a mí, entre la vigilia y el sueño. En Poeta en Nueva York había, y sigue habiendo, creo, cocodrilos de ojos glaucos reptando por los rascacielos. Y en Remando al viento -aquella inolvidable película de Gonzalo Suárez- hay una escena en que aparece una gran jirafa en el interior de un palacio veneciano. Me gustan esas mezclas de barroco y leopardos, papagayos y sacristías, archiduques y caimanes, trenes repletos de fieras enjauladas que irrumpen de pronto en un palacio suntuoso -como aquella caballería cosaca de Capricho imperial irrumpiendo en el salón del trono- y las bestias escapan de sus jaulas, ascienden por las escalinatas de mármol, se apoderan de los salones, de las alcobas, y dejan a su paso un rastro de sangre caliente. Hay boas estrujando la cintura de las estatuas, o haciendo añicos las arañas colgantes del salón rococó. Suena el Recondita armonia de Puccini por todo el palacio en penumbra. Un toro de ojos verdes vela los sueños de una princesa nórdica. Un tigre de Bengala le hace el amor a un chambelán. El aullido de los lobos resuena cada vez más cerca del jardín francés. Claro que también está esa fantasía de las avenidas de Manhattan tomadas por las cebras y los jaguares. La jungla birmana apoderándose de Central Station y de Wall Street. El Empire State coronado por King Kong... Lágrimas caen. Sí, a veces imagino instalaciones artísticas en palacios o en rascacielos deshabitados, en catedrales y en cementerios románticos donde las bestias se apoderan de los edificios, derriban pedestales, profanan tumbas, se encaraman en los púlpitos, abrevan en las pilas bautismales de ónice, fornican a cuatro patas (como no podía ser de otro modo) sobre el lecho nupcial. Pero lo mejor y más moderno de esas instalaciones imaginarias es que allí todo sucede sin testigos, como cuando amanece para nadie o llueve en el bosque. Mientras todos duermen, los sigilosos guepardos se están introduciendo en el convento de Entre tinieblas y en las suites del Waldorf Astoria, del Danieli, del Negresco... Sí, se está urdiendo una conjura, un zarpazo con todas las garras contra el stablishment. Vale, lo admito: hoy estoy en el lado equivocado, estoy salvaje. Mañana seré un cordero.

Walk on the wild side,Lou Reed,subtitulado en español - YouTube

viernes, 12 de junio de 2015

dios salve a la reina

     "Sirmione, el retiro de Maria Callas", leí hace unos días en un reportaje donde se contaba que durante los años 50 la gran diva solía retirarse a una villa en lo alto de esa localidad, situada junto al lago de Garda. Confieso que a mí siempre me han atraído esos lugares elegidos por algunos para retirarse por una temporada o indefinidamente. En los tiempos del Imperio Romano, cuando venían mal dadas o fracasaba alguna conjura en el Capitolio, los patricios y senadores implicados solían retirarse prudentemente al Aventino, donde tenían sus villas bien atendidas y dispuestas, ya fuese para un tiempo de silencio o para una bacanal como mandan los dioses. En Davos, en Sils Maria, Baden-Baden, Karlovy Vary, Marienbad... se han 'retirado' personalidades como Goethe o Freud, Rilke, Nietzche, Proust, Lou Andreas Salomé, Thomas Mann... En España, a ese respecto, siempre hemos tenido Yuste, Valdemosa, Caldas de Reis, Cestona y otros lugares apacibles donde tomar las aguas o reponerse de unos amores contrariados. Pero no todo el mundo requiere o está a la altura de una retirada al Aventino. Sólo algunas almas sensibles, hiperestésicas, merecen realmente largas sesiones de talasoterapia en Buçaco o el Grande Hotel da Curia, una convalecencia del espíritu en Lucerna o en Locarno, frente al lago, un dulce otoño en la Toscana o en una casita con jardín en la campiña de Oxfordshire...Y aunque es verdad que todo eso está muy bien, y goza de un gran prestigio literario, lo que me ha traído hasta aquí ha sido el hecho en sí de 'retirarse' por un tiempo... o de por vida. Qué tentadora ha de ser esa idea: una oportuna retirada en el momento idóneo y al lugar adecuado donde refugiarse y ponerse uno a salvo: con buena calefacción y chimenea en invierno; sombra y frescura en los meses de estío; libros, amor y buenos vinos durante todo el año. Allí las prisas quedarían abolidas; la codicia, retirada de la circulación; el perro conviviría sin problemas con la gata; la propiedad sería compartida con los amigos; las noticias llegarían con sordina y con retraso. Pero es preciso haber hecho un largo y provechoso viaje para alcanzar esa disposición de ánimo, y también, por qué no decirlo, esa sabiduría: aprender a renunciar a algunas cosas que no valen lo que pesan y ocupan, para, de ese modo, dejar espacio a otras, acaso más modestas, pero también más agradecidas y mejores compañeras de viaje. "Somos el tiempo que nos queda", dice Caballero Bonald. ¿No deberíamos pararnos a contemplar nuestro estado y sacar alguna conclusión? Yo no digo que haya que dejarlo todo ya mismo y retirarnos tres o cuatro meses -qué menos- a un hotelito con encanto a orillas del lago Como, lo que digo es que hay que aprender a soltar lastre, a distinguir lo prescindible, lo renunciable, de lo que no lo es. Hay que elegir, no queda otra. Es como estar en una partida de ajedrez: si queremos salvar la reina, tenemos que renunciar al alfil, al caballo, es posible que incluso a la torre. De lo contrario... habremos perdido el tiempo que nos queda.
  

viernes, 5 de junio de 2015

segunda oportunidad

     Hay días que salen repetidos. Desde primera hora nota uno que le falta frescura a la mañana, como si nos vendieran un periódico atrasado; pronto notamos que esas noticias, esos titulares, ya los habíamos leído. Es una sensación antigua y conocida. Parece como si el guionista de nuestra vida se encontrara indispuesto, y alguien -el encargado de la continuidad- sacase del archivo un día cualquiera ya vivido y tratara de colarlo como si fuera un estreno. Pero no cuela: la memoria, el olfato y los demás sentidos detectan enseguida que se trata de una reposición. Es muy conocida la frase de El perseguidor, de Cortázar: "esta música ya la toqué mañana." Ocurre lo mismo pero a la inversa con esos días que salen del amanecer ya usados, gastados, sin novedad o sorpresa que ofrecernos. Es cuando, tras el segundo sorbo del primer café del día, nos decimos: este café ya lo tomé el lunes... o una mañana de octubre, a finales de los años 90. A partir de ese descubrimiento, todo lo que nos va llegando es material reutilizado, momentos en diferido, plagios, programas en redifusión. Claro que también en esto hay clases. No es lo mismo la burda copia de un martes sin sustancia que la reproducción unánime de un bolso de Prada o de un cuadro de Hooper o de Grosz. En esos días duplicados se dan los mismos menús, las mismas tentaciones, propuestas semejantes. Y eso lo adviertes cuando suena el teléfono y la voz empalagosa y dominicana que hace un mes te invitó a cambiar de operador, es la misma que ahora te propone una oferta -más tentadora, si cabe- para desandar lo andado y regresar a casa, renunciando a Orange y volviendo a Vodafone. O incluso que repudies a ambas para dejarte querer por Jazztel o MoviStar. Y luego dicen que el pescado es caro, y que si somos infieles, promiscuos, libertinos... ¡Pero si nadie ha hecho tanto en favor de la promiscuidad y el intercambio de parejas como este modelo económico de las grandes empresas y las traiciones recompensadas! Bueno, dejemos eso ahora, que no quiero distraerme. La cuestión es: ¿qué hacemos con los días que nos llegan ya vividos, como trajes de otro o coches de segunda mano? De acuerdo que tienen algo de fraude, de pequeña estafa, pero tampoco hay que despreciarlos, creo yo. Cuánto daríamos, llegado el momento, por disponer de una abultada bolsa de días repetidos, con su luz ya usada, sí, pero con la sombra disponible, transitable... Y ahora que lo pienso, quizá la otra vida, en caso de existir, sería eso: habitar la sombra de los días, el lado de las horas que no usamos. Así las cosas, quizá en ese improbable más allá nos espere a los diestros un mundo raro hecho a la medida de los zurdos. Y viceversa. De algún modo, estaríamos admitiendo la existencia de eso que llaman segunda oportunidad.    

viernes, 29 de mayo de 2015

zoon politikón, ma non troppo

     Este blog lleva 116 entradas cumplidas. Solo en dos de ellas se habla abiertamente de política o cosa semejante. Por supuesto que yo hablo de política con mis amigos, con mi mujer, con la radio, conmigo mismo, aunque como tema de conversación me da solo para un rato: pronto paso a otra cosa con toda naturalidad. Pero, tranquilos, que no voy a escribir aquí sobre las elecciones; ya lo he hecho en otros sitios, para malestar de algunos y, supongo, conformidad de otros. La política puede ser apasionante, sí, pero me resulta de corto recorrido. Va muy bien para el desahogo, para despacharse uno a gusto y quedarse limpio, en la mejor disposición para empezar a conversar sobre las cosas que realmente nos gustan. O sea, para ir abriendo boca va estupendo, pero, al menos en mi caso, nunca pasará de ser un apreciable aperitivo. Lo mejor, lo más apetitoso y de mayor enjundia y regodeo viene siempre después: fútbol, cine, literatura, arte, juegos, pensamiento, actualidad, belleza... Y ahí, ya metidos en faena, nos pueden dar las tantas conversando, o ver llegar las claras del día. Por cierto, ¿no deberíamos reservarnos una alborada así para la despedida, tras disfrutar de una rica y abundosa cena la última noche? Estaría bien que así fuera. Pero hablaba yo de política. Es verdad que se tarda en aprender, sí, aunque se acaba aprendiendo. Si no se es completamente cerrojo, la experiencia nos hace ver algunas cosas sencillas y esclarecedoras. Hace muchos años que aprendí una lección: viene a decir que -al menos en España- solo se puede hablar de política con personas políticamente afines. Y aun así, ¡ojo! Admitir esto es para mí una triste claudicación, lo confieso, va en contra de algo que yo siempre he considerado irrenunciable: el poder de la palabra, la fuerza de las ideas, la capacidad de persuadir y de ser persuadido... Pero todo eso se desmorona y queda en entredicho cuando, por ejemplo, una entrañable celebración familiar deviene en destemplado gallinero a causa de la política. Y lo que estaba siendo un amable encuentro, una conversación bien llevada, con buen humor, pues resulta que en unos pocos minutos se transforma en un guirigay donde resulta imposible entenderse. Al final, casi siempre se acaba con mal sabor de boca, con un cierto encabronamiento sordo, muy español, por otra parte. La conclusión suele ser que no mereció la pena. Y volvemos a hacer propósito de enmienda: la próxima vez no pienso entrar en nada que no sea la meteorología, o lo guapos que están los niños de la familia (que lo están, ciertamente). Termino este post con una especulación, un supuesto: si ahora se publicase un librito mío -pongamos por caso un poemario que llevara por título Mientras canta Billie Holiday- ¿cuántos ejemplares dejaría de vender, cuántos lectores perdería por culpa de mis opiniones y manifestaciones políticas? Qué bien estarías calladito algunas veces, Luis Alonso.

viernes, 22 de mayo de 2015

el club de los lugares abandonados

     Leo con asombro y fascinación que existe el Club de Exploradores de Lugares Abandonados. Esa es una noticia que yo llevaba esperando (sin saberlo) desde hace décadas. La breve reseña cita viejos teatros arruinados, pueblos vacíos, barcos, subterráneos... Yo hubiera preferido enterarme de ello gracias a una confidencia íntima, y no a través de una revista de gran tirada. Es una lástima que una idea así no permanezca en el ámbito de las secretas sociedades, en una estricta clandestinidad: una de esas cosas que existen, sí, pero sólo para los muy adictos y avisados, tipos cabales que saben guardar un secreto hasta el final, o más allá si fuera necesario. Estoy pensando, cómo no, en Beau Geste, una de las películas más hermosas y elegantes que yo recuerde, con Gary Cooper al frente del reparto. Pero, volviendo a la noticia del Club, creo que desde niño he sentido esa fascinación por los lugares perdidos, abandonados, por aquello de lo que se hizo cargo el tiempo, y sólo el tiempo. Hay algo en esas casas deshabitadas en las que al introducirnos sigilosamente percibimos una sensación como de antiguas y sin embargo muy recientes presencias, de conversaciones y risas que se hubieran desvanecido hace apenas unos segundos, al oírnos llegar. Y junto a algunas de esas casas con yeso desprendido y botellas vacías por el suelo, a veces hay jardines clausurados en los que han crecido a su antojo el jaramago y las enredaderas, las higueras bravías, las telas de araña, las palomas muertas... ¿Cuántas pasiones, cigarrillos, deseos incumplidos, apresurados polvos, declaraciones de amor habrán tenido allí lugar hace diez años o diez meses o una eternidad sin testigos? Estoy recordando ahora esas imágenes del Cine Cervantes de Tánger en un puro abandono, ya tan solo habitado por gatos, termitas y mendigos. Se me viene también a la memoria la belleza abatida aunque insurgente, avasalladora, de la Sexta Esclusa del Canal de Castilla, en Tierra de Campos. Hay vías muertas de ferrocarril entre estaciones desaparecidas. Hay minas abandonadas donde las paredes rezuman y un goteo espaciado crea charcos oscuros, ácidos. Hay templos derruidos, ermitas sin techumbre donde se aprietan las zarzas y se solean los lagartos. Son los lugares de la memoria que el abandono  protege: un palomar caído, desmoronado como un flan, como una tarta de adobe en medio de los trigos; pero también un cementerio de coches tomados por el óxido y las flores que revientan las ventanas, el capó... Aceptemos que el abandono es a veces como el cielo protector de Paul Bowles, que nos protege de la nada que hay detrás. Ese abandono es un manto que extiende el olvido para organizar la resistencia. Lugares abandonados, derrotados, sí, mas no extinguidos.

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viernes, 15 de mayo de 2015

¿cuándo empieza el viaje?


     ¿Un viaje empieza cuando subes al avión, cuando cierras el maletero del coche? No, el viaje da comienzo mucho antes: cuando todavía no has elegido el destino y empiezas a barajar nombres, itinerarios, páginas web. Es posible que incluso antes de eso. Julio Cortázar estaba en lo cierto cuando dijo que "un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y su última palabra." Un viaje es algo muy parecido a un libro. Al llegar por vez primera a una ciudad, ¿quién no ha tenido esa sensación de 'yo ya he estado aquí'? Casi todos los viajes tienen en algún momento un déjà vu. Es inevitable. Libros, novelas, películas, documentales... Hace mucho tiempo que ya es imposible llegar 'por primera vez' a Nueva York, París o Roma. No digo nada nuevo si afirmo que cada cual visita la ciudad que lleva en su imaginario. Por eso son tan importantes las películas y los libros que uno ve y lee en su juventud. A sabiendas o no, viajamos a los lugares de la memoria, de las lecturas. Cuando creemos que volamos a Egipto estamos viajando en realidad a El cuarteto de Alejandría, de Durrell; Cuernavaca es sin remedio la Quauhnahuac de Bajo el volcán, de Lowry; Manhattan es Ghotam City y es Woody Allen; Lisboa es Pessoa; Valladolid es el escenario de El hereje, de Delibes; el barrio londinense de Notting Hill ya será siempre Julia Roberts. Y así podríamos seguir con Anna Karenina, El tercer hombre, Innisfree, El año pasado en Marienbad... Hay tantos itinerarios, tantas novelas y películas por visitar... Como el cabarette de Montevideo en el que Gilda baila su inolvidable Put the blame on mame. Yo, como ya habrá intuido el lector asiduo de este blog, tengo puestas todas mis esperanzas una vez más en las farmacéuticas suizas y sus drogas de diseño, particularmente en la especialidad 'agencia de viajes'. Estoy dispuesto a vender mi alma al diablo de Zurich con tal de poder pagarme en su momento un tour de antología: para empezar, Memorias de África en todo su esplendor, tanto de la novela como de la película, seguida de un buen Orient Express en su recorrido completo: desde Victoria Station hasta la estación termini en Estambul; El Gatopardo (también libro y película) no podrá faltar; algunos capítulos de Suave es la noche, de Scott Fitzgerald, me los reservo como quien tiene  reservada una suite en el Negresco, con un Bugatti verde a la puerta y unas amigas de Tamara de Lempicka -muy bisexuales ellas- esperándome impacientes en la recepción del hotel. Pero esto no es más que el principio, las primeras grageas. Una noche loca en algún motel de carretera con Thelma y Louise parece bastante probable. Por otra parte, una buena huida a México siempre estará ahí, disponible. Y el morbo del Terciopelo azul también. El amante, de Marguerite Duras. Bélver Yin, de Jesús Ferrero, y El embrujo de Shanghai, de von Sternberg, completarían una trilogía exótica y asiática...  Bueno, confiemos en la ciencia, y en los cientos de comprimidos que nos podremos pagar, llegado el día, cuando se haga de noche.




viernes, 8 de mayo de 2015

el mirón mirado

     Que este blog ha dado un estirón es un hecho cierto. Tanto es así que en las últimas semanas se ha duplicado el número de visitas que recibe a diario, tal como informan las estadísticas servidas por Blogger en tiempo real. Superadas (aunque nunca del todo) las pequeñas vanidades, surgen las preguntas: ¿por qué ese incremento? ¿Y por qué ahora? El hecho de que buena parte de esas nuevas entradas procedan de China, ¿qué explicación tiene? ¿Acaso ello está relacionado con la expansión que en todos los órdenes -comercial, económico, político, demográfico- viene experimentando desde hace años el gigante asiático? Sabemos por experiencia que las cosas nunca vienen solas, y que la ley de los vasos comunicantes funciona más allá de los libros de Física. No sería pues de extrañar que la tendencia al alza de la Bolsa de Shanghai tuviera alguna relación con el aumento de páginas vistas desde China de este humilde blog. Pero, con ser apasionante, no es eso lo que a mí más me atrae o desvela. No. La pregunta que se me aparece mientras no duermo es: ¿quiénes son esos visitantes anónimos que entran a curiosear o pasar unos minutos en esta isla mínima de la blogosfera? Quisiera conocer no tanto sus nombres como sus caras, sus andares y maneras de moverse, el modo en que han llegado hasta mí, los gestos de sorpresa o desaprobación al leer tal o cual frase. Me los imagino como a secretos mirones que entraran en mi casa de madrugada, cuando todos dormimos, y examinaran sigilosamente cómo han quedado la cocina y el salón, los dos o tres libros y las gafas que anoche dejé sobre la mesa, la disposición de las tazas del desayuno de mañana, el estado de las cosas... Como en una película de intriga y misterio, me los imagino -linterna en mano- examinando la respiración acompasada de mis hijos profundamente dormidos. Avanzarán por el pasillo. Mirarán con indiferencia o extrañeza los cuadros de Capa y de Allas. Ya en nuestra alcoba, tras observar a mi mujer en su dormir sereno, ¿decidirán apoderase de ella para siempre?, ¿hacerme una oferta y negociar?, ¿asfixiarme con la almohada? ¿O bien dejarán un detalle, una flor pequeña en el vaso de agua? No sé cómo expresarlo. Al saberme leído me siento observado. Decidme, ¿quiénes sois? ¿Cuáles son vuestras fantasías más recurrentes? ¿Dormís mal? ¿Tenéis acaso una profesora de español que os ha recomendado mi blog? ¿Cómo lo veis? A veces pienso que el mundo se divide entre los que les gusta mirar y quienes prefieren ser mirados. O sea, voyeurismo activo o pasivo. En fin, creo que tendré que acostumbrarme a saberme observado por miradas anónimas. Y habré de admitir también que cuando yo miro algo, hay alguien que, en silencio, me está mirando a mí.



jueves, 30 de abril de 2015

obsolescencia programada

     La primera vez que oí esa expresión fue a través de la radio, hace ya bastantes años, en la voz de un psicoanalista argentino (no es broma). Pensé que se trataba de alguna milonga. Obsolescencia programada va más allá de una fecha de caducidad: me recuerda a Blade Runner, y en particular a la escena en que el replicante se presenta ante su creador, el 'dios de la biomecánica', a pedirle cuentas y exigirle un imposible rediseño. Es una escena con una tremenda carga dramática, pero también libertaria: el replicante no acepta su destino y se revela ante el gran ingeniero, el responsable de haber programado su existencia y su final, y, al ver que no hay salida, destruye a su creador. Romanticismo puro y duro. Pero, volviendo a la la realidad de ahora mismo, cabe preguntarse por el continuo acortamiento de los períodos de vigencia con que nacen nuestras creaciones, ya sea un teléfono móvil o un contrato de trabajo temporal. Mientras la vida se alarga, los fármacos caducan cada vez más pronto. Y la paciencia también. Ya no se sabe si el ordenador que compramos el año pasado va a resistir sin petar hasta después del verano o del librito que estamos escribiendo. Es verdad que todo en la vida es provisional y efímero, y no parece inteligente hacer planes a largo plazo. Aunque también cabe la pregunta acerca de lo que entendemos hoy por 'largo plazo'. Llegados a este punto, siempre me acuerdo de unos versos de Luis Rosales: "Tal vez es cierto y sin embargo es triste / que nuestro amor sólo puede durar mientras que dure un beso." Cuando leí ese poema -allá por los años 80-, bromeé diciéndome algo así como: "o sea, docenas de amores, miles de besos." Es una triste conclusión: todo está sometido a un plazo fijo, a un período de caducidad, a lo que dure un viaje, una banda sonora, una película. Cuanto más hermoso el viaje o más inolvidable la película, más triste su final. El hecho en sí mismo del final, aunque sea un final feliz, un happy end, es de una crueldad inaceptable. Pensar que hay sonrisas y miradas vivas que se perderán en el tiempo como... (mejor ni decirlo) es algo tan doloroso, tan cruel, que más vale ni insinuarlo. Frente a la obsolescencia programada en todos los órdenes de la vida, cabe la pregunta latente en Blade Runner: ¿alguien tenía derecho a crearnos... con fecha y hora de llegada y de salida, como trenes en la noche? No. No lo tenía. Pero aún así alguien nos creó, nos atribuyó un horario. Ya es tarde para no revelarnos. Para no desafiar al dios de la biomecánica, para no leer, no haber leído, el poema de Rosales. Tarde, tarde, tarde. De igual modo que al final de la película ¿Quién teme a Virginia Woolf? Liz Taylor dice aquello de "triste, triste, triste." Vale, de acuerdo, la suerte está echada, pero no nos resignamos, no nos resignamos...


sábado, 25 de abril de 2015

premio Dardos

Confesiones de un mirón ha recibido el Premio Dardos 2015. Supongo que es el fruto de mis muchos sobornos, chantages y y corrupciones de diversa índole repartidos generosamente por la blogosfera. No digo que los medios empleados para su obtención hayan sido éticos, pero sí perfectamente legales. Todo un honor. Muchas gracias.




premio es otorgado en reconocimiento a valores personales, culturales, éticos y literarios que son transmitidos a través de una forma creativa y original mediante la escritura. La insignia fue creada con el afán de promover la hermandad entre bloggers, mostrar cariño y gratitud por añadir valor a la blogosfera”.
Normas

  1. Incluir la fotografía del premio.
  2. Mencionar y enlazar al blog que te lo otorga
  3. Entregar el galardón a otros blogs merecedores de nuestro reconocimiento.
El Blog del Amor, de María Rodríguez, me ha otorgado un premio Dardos 2015.  
El que yo propongo es: Entra caminante, y descansa..., de María Jesús Prieto.




viernes, 24 de abril de 2015

digamos que fue un sueño

     Mi mujer se levanta algunas mañanas con un gesto de reproche venial hacia mí, aunque enseguida suavizado por un asomo de sonrisa que le surge a su pesar. Conozco bien esa expresión: viene a decirme que en algún momento de la noche me he portado mal, que he sido 'malo' en sus sueños. Aunque, claro está, ella sabe que no soy responsable de los actos que haya podido cometer en su mente; si acaso, más bien sería yo quien podría pedirle explicaciones por hacerme aparecer en sus sueños sin mi consentimiento, pero, como soy tolerante y más bien tirando a generoso, siempre le perdono esas ensoñaciones en las que al parecer me comporto de manera inadecuada. Ahora bien, yo sospecho que cuando el río de los sueños suena... Dicho a la brava: creo que cada uno induce sueños a quien tiene más cerca o duerme a su lado. A ver si me explico. Es como si entre uno y otro se produjera una especie de transferencia de datos por bluetooth. No voy a entrar en detalles personales, pero ¿qué pasa cuando lo soñado desde un lado de la cama coincide a la mañana siguiente con un extraño bienestar en la otra parte? Observo su mirada a las 7.45 en el cuarto de baño y deduzco que hace un par de horas o menos he propiciado algo excepcional y no del todo confesable: ¿quizá un trío con... Marion? ¿O tal vez hemos tenido un encuentro con los Pitt en su mansión de Beverly Hills, en plan swingers? Es entonces cuando, a la salida de la ducha, admito: no te voy negar que esta noche lo he pasado bien con Angelina, pero reconoce que lo tuyo con Brad... tampoco ha estado nada mal. Y ahí se impone un silencio, un cruce de silencios de al menos cinco segundos. Luego van apareciendo en el espejo las primeras sonrisas del día. Compruebo una vez más que siempre que sale este tema me acuerdo de aquello que escribió Luis Cernuda: "¿quién gobierna en el reino de los sueños?" Nadie. Si acaso, son los propios sueños quienes gobiernan o desgobiernan nuestras vidas. Pero me gusta la idea de incidir en los sueños de otro. Y no digamos ya cuando lo que uno sueña coincide -aunque sea solo en parte o de pasada- con aquello que está sucediendo en el sueño de quien duerme a su lado... o a miles de kilómetros. Si en un gran mosaico de pantallas pudiéramos ver todo cuanto está siendo soñado simultáneamente en un minuto de la madrugada... Si pudiéramos mover miles de sueños y de plasmas como los naipes de la baraja, veríamos que lo recién soñado por una muchacha en Singapur aparecería de pronto a la orilla de otro sueño que está teniendo lugar ahora mismo en un ático de la Plaza de Olavide, por ejemplo, en pleno barrio de Chamberí. Hace años -imposible saber cuántos años- sonó en mis sueños el Adiós Nonino de Astor Piazzola, y en el propio sueño una joven preciosa lo estaba escuchando en Buenos Aires, y los dos acabamos bailando muy juntos, muy apretados, Adiós Nonino, a diez mil kms de distancia.   

 André Rieu - Adiós Nonino (Farewell father) - YouTube