viernes, 28 de octubre de 2016

pequeñas cosas

     Frases, ideas, notas, viñetas, versos, fragmentos y otras breverías constituyen un mosaico cambiante, un caleidoscopio que me acompaña siempre. Yo mismo lo genero al fijar la atención en esto y no en aquello, al marcar un párrafo o anotar algo. Sería un buen tema para tratar con el psicoanalista (que no tengo) y averiguar por qué se queda uno con esta parte y no con las demás. Aunque tal cosa nos llevaría a una divagación de largo recorrido, y no están los tiempos para eso. Mucho antes de que se impusiera el tweet de 140 caracteres ya nos había recomendado el aforista Jerzy Lec que "seamos breves", porque "el mundo está superpoblado de palabras." De palabras y de casi todo lo demás, cabría decir hoy. A lo que iba: si echo un vistazo a los papeles y notas que menudean por aquí, me encuentro con una frase definitiva que Augusto Monterroso pone en boca de la esposa de un intelectual: "cuando no se le ocurre nada escribe pensamientos." Todo lo contrario a la respuesta dada por Eduardo Mendoza en una entrevista reciente: "hay que saber callarse a tiempo; yo en eso estoy trabajando." No es fácil callarse como sabe hacerlo Mendoza. Quizá sea querencia de mirón pero no puedo callarme ahora el título de un libro  que me persigue desde que supe de su existencia: Te miro para que te quedes. De haber sabido que su autor, Andrés Barba, tenía en mente ese título, le habría sondeado a fin de permutárselo por uno de mi propia cosecha. Con ese título tendría yo para escribir durante toda una temporada otoño-invierno, y más allá. En fin. Me consuelo con traer aquí el título de una canción de Bob Dylan, It takes a lot to laugh, it takes a train to cry ("Cuesta mucho reír, basta un tren para llorar") que Ray Loriga ha recordado en un emocionado artículo. Sigamos. De Raúl Zurita -poeta enorme al que leo en estos días gracias a mi cuate Paco Layna- se me han quedado en la memoria dos versos que suenan a grafiti: "han destruido tantas cosas que/ solo los sueños parecen despertarnos." Sin embargo, de todo lo que he anotado últimamente, nada contiene tanto en tan poco espacio como este lema de Daimler (Mercedes Benz) comentado por el sutil Vicente Verdú: "claridad sensual"; o sea, eros y logos, ligereza y densidad, racionalidad y emoción. Y ya que tenemos el 1 de noviembre a vuelta de página, nada resulta más propio que acabar con un epitafio como este de Tennessee Williams, tan poético, que hace de la fragilidad un explosivo: "Las violetas en las montañas han roto las rocas." Pero, tranquilidad, queridos míos, porque también aparece por aquí este diálogo: "Un día vamos a morir, Snoopy." "Sí, Charlie, pero los otros días no."

  

viernes, 21 de octubre de 2016

mientras los demás duermen

     Si damos por bueno que lo que no se recuerda es como si no hubiera existido, y que no todo lo recordado existió realmente, entonces ¿dónde empieza y acaba la responsabilidad de cada uno? Y eso nos lleva a una cuestión que antes o después nos sale al paso: ¿cuándo prescriben los actos (y las omisiones) en la conciencia? Si la pena máxima son 30 años de prisión, no parece justificado mortificarse por algo que sucedió hace una eternidad. Quizá deberíamos ser más compasivos con nosotros mismos y perdonarnos aquello cuya penitencia ya cumplida exceda al daño causado. Una mala noche la tiene cualquiera. Y unas copas de más, también. ¿Quién, en la alta madrugada, no ha apuñalado por la espalda a su mejor amigo? ¿Quién, en la fiesta de Navidad de la empresa, aprovechando la confusión, no ha besado apasionadamente a la mujer de su jefe y le ha propuesto una fuga loca a la Riviera Maya? Si cada uno tuviese que responder de sus deseos más inconfesables, habría que establecer de inmediato el infierno en la Tierra. Aunque, si bien se mira, ¿qué otra cosa son las pesadillas sino el castigo a nuestros secretos anhelos movidos por la codicia, la envidia, la lujuria, el rencor? Por otra parte, cómo no sentir desasosiego al saber que cada cierto tiempo aparece alguien que ha pasado la juventud en la cárcel por un delito que no cometió. Pero también, ¿por qué pecados ajenos cumplo yo penitencia con mis horas insomnes? El mundo no está bien hecho: mis desvelos nocturnos están pagando el karma de otro, de otros. Al principio me resignaba a ello como algo inevitable; pasado un tiempo, para resarcirme un poco, me aficioné a dejarme llevar por fantasías que, de conocerse, perjudicarían seriamente mi reputación. Así pues, ante un castigo que no responde a delito ninguno, mi justicia poética consiste en fantasear con atrocidades y perversiones que sonrojarían al más desvergonzado de los libertinos. No voy a entrar en detalles escabrosos, claro está, pero confieso que mangoneo a mi antojo en los escrutinios electorales, hago saltar la banca de los casinos, vacío cuentas en paraísos fiscales, arruino de la noche a la mañana a los Donald Trump del mundo. A cambio, financio causas justas y lleno las arcas de Médicos sin Fronteras, Amnistía Internacional, Acnur, Save the Children, Greenpeace... Aunque también, ay, convertido en el hombre invisible, me deslizo como una sombra trémula en las alcobas de las bellezas más deseadas. Y de ese modo tan grato, tan dulce, espero a que el sueño me llegue mirando a las estrellas.

viernes, 14 de octubre de 2016

musas

     Es curioso, en lo que va de semana he escrito suficientes posts como para irme un mes a Isla Mauricio sin tener que ocuparme de la confesión de los viernes en este blog. ¿Afán acaparador, síndrome de la despensa llena? No, no lo creo; soy más cigarra que hormiga. ¿Laboriosidad japonesa? Eso sería algo contra natura en mí. ¿Entonces? Supongo que las musas andan sueltas y vienen a rondarme todas a un tiempo. Las musas de otoño son las preferidas de la madurez, las más voluptuosas y tentadoras, como tardías chicas de Ipanema que viniesen a sugerirnos ideas un poco locas, desacostumbradas, o nos soplaran al oído melodías muy dulces que a veces, ay, son cantos de sirenas. Pero ¿a quién no le tientan los cantos de sirenas? Y más aún a estas edades del hombre. ¿No es de una gozosa promiscuidad juvenil escuchar seis u ocho cantos a la vez y tratar de transcribirlos? Aunque también, en este caso, pudiera tratarse de un recurso para mirar hacia otro lado y evitar así la mala conciencia por las cosas dejadas en blanco, a medio hacer, abandonadas... Recuerdo haber leído que el prolífico Vázquez Montalbán escribía de pie, y que tenía en su estudio varias máquinas de escribir en otros tantos atriles por las que iba pasando de una a otra con toda naturalidad. Por ejemplo, dejaba a Pepe Carvalho haciendo la compra a media mañana en el mercado de La Boquería y en la olivetti más próxima completaba un artículo para la revista Por Favor; en la siguiente, el compromiso semanal con Mundo Obrero; dos pasos más allá, le esperaba la columna de El País. No sé si su poesía también entraba en ese trasiego. Habrá quien considere que así no se puede escribir, que no es serio, pero yo pienso todo lo contrario: claro que se puede, y además, esa manera alterna y discontinua, ese escribir a brincos, da mucha agilidad y a menudo produce sinergias insospechadas. Pasar de rosa al amarillo, o de las musas al teatro en horas veinticuatro, aviva el seso tanto como (supongo) tener activos tres amores a la vez, varios domicilios, cuatro o cinco pasaportes, distintas dedicaciones. Si de escribir hablamos, nada me resulta tan excitante como mantener abiertos en el ordenador media docena documentos e ir pasando de uno a otro con esa desenvoltura de quien entra y sale alegremente de los bares. Qué gozo interrumpir un largo correo de mucha complicidad para contestar a otro recién entrado, o añadir algunos versos al borrador de un poema, o rematar este post, o empezar uno nuevo. ¿No es este vaivén un regodeo en la concupiscencia? Y si además llegan de pronto todas las musas del otoño... Entonces esto se convierte en una orgía.

viernes, 7 de octubre de 2016

brindis

     Son más de cien metros de acera en los que se alinean las mesas de sucesivas terrazas al costado del parque. El pasado sábado, al mediodía, pude ver y oír a mi paso hasta tres brindis en diferentes mesas. Y esa insistencia me llevó a la divagación: ¿bebemos para brindar o brindamos para beber? Ya sé que plantear esto así es como tener que elegir entre azul y buenas noches, artes o letras, felicidad o placer. El brindis es la expresión de un deseo compartido, aunque rara vez se oye alguno ingenioso, original, conciso, bien formulado; normalmente suele despacharse con el rutinario '¡salud!' y poco más. No hay que confundirlo con el casi siempre espeso, previsible y repetitivo discurso pronunciado a los postres. En cierto modo, el brindis es al discurso lo que el microrrelato a la novela. Tampoco es un aforismo, ni un saludo de cortesía, ni una felicitación navideña. Si acaso, cuando el brindis es íntimo -cosa de dos- pudiera estar emparentado con la dedicatoria. Y me alegro de haber llegado a este punto, porque si es verdad que en los brindis me defiendo, y suelo salir del paso decorosamente, he de admitir que en el espacio de las dedicatorias me muevo muy a gusto. Yo he escrito muchísimas dedicatorias de libros (propios y ajenos), y puedo asegurar que nunca he repetido dos iguales, al menos a sabiendas. En cada una de ellas he intentado siempre hacer un guiño, un gesto de complicidad o una más o menos velada insinuación amorosa. Si yo fuera más listo, más precavido, me habría quedado con una copia de cada dedicatoria regalada, y ahora estaría en disposición de publicar El libro de las dedicatorias, y hacerme rico y famoso. Sería todo un clásico editorial, casi como las 1080 recetas de cocina de Simone Ortega, pero en el género de las dedicateses. Porque, vamos a ver, ¿quién no se ha visto alguna vez en la necesidad de escribir unas palabras con intención, dos o tres líneas dedicadas a alguien en las que nos va el prestigio, la imagen, acaso una noche loca o algo más? Pues bien, en esos casos en que, como diría Brummel, un hombre se la juega en las distancias cortas, acudirían en su ayuda las dedicatorias del libro. Entre ellas, las más audaces y las más sugerentes, ambiguas, emotivas, apasionadas, discretas, brillantes, intemporales, poéticas o sonreídas dedicatorias para dar y tomar. Brindemos pues por ese libro que, quién sabe, quizá algún día me anime a escribir.