viernes, 31 de enero de 2014

santos lugares

Laicos o no, todos tenemos nuestros santos lugares. Los míos me llegaron por revelación una tarde de primavera, tras dejar el petate en una pensión muy kitsch de la calle Mayor, a un minuto del metro de Sol. Año 1978, creo. Me dejé llevar por el olfato, callejeando sin rumbo, y mis pasos me llevaron por calles estrechas, nuevas para mí. Calle de la  Victoria, Matheu, Cádiz, La Cruz, Espoz y Mina, Callejón del Gato... Y de pronto aparezco en un salón urbano donde me recibe un trueno de palomas al llegar: la Plaza de Santa Ana. En ese instante supe que había ingresado en la plaza de mi vida, con su teatro, su hotel con treinta miradores blancos, su cervecería, su estatua. Y es que hay cosas que se ven de una vez por todas y para siempre. Yo noté aquella tarde de mayo que algo me había sucedido inmediatamente después de que cien palomas levantaran el vuelo a mi llegada. Aquel estruendo sordo fue la señal de que había entrado en un recinto acogedor que me estaba esperando desde siempre. Un lugar para quedarse uno a vivir, a mirar, a tomar café o gintónics. Aquella tarde inspeccioné meticulosamente las calles aledañas, las tiendas, los bares, los portales, las fachadas... Cuando se hizo de noche yo estaba tomando algo en la barra de Los Gabrieles, escuchando a un viejo cantaor -Rafael Romero 'El Gallina', toda una leyenda- que hacía lo que podía por soleá. Y luego por tientos y tangos, ya más entonado. Recuerdo que guitarrista y cantaor  hicieron un alto 'para cenar un poquito', dijeron. Y así fue: un platillo de aceitunas negras y una botella de Fino La Ina. Para qué más. Luego vendrían los whiskies y los fandanguitos, el mirabrás, las bulerías, las alegrías de Cádiz. Esa noche volví tarde a la pensión, pero bien alegre y animoso. Había descubierto una plaza. Y en una plaza, un mundo. Ahora, tantos años después, cada vez que vuelvo por allí tengo la sensación de no haber salido de esa plaza y de sus calles afluentes (Prado, Príncipe, Huertas, Echegaray, León, callejón de Fernández y González: La Trucha, el Viva Madrid, Los Gabrieles, La Toscana...). Varios años después de aquella tarde y noche, una mañana silenciosa de domingo, a primeros de junio, en la terracita del Viva Madrid, a escasos metros de la plaza, yo tomaba café y leía el periódico. No hubo entonces palomas que levantaran el vuelo, pero yo sí levanté la mirada, como intuyendo que algo fuera a suceder. Fue entonces cuando apareció ante mi vista un arcángel rubio de poco más de veinte años, con un vestido blanco y vaporoso, sin mangas, de largas piernas muy esbeltas y un caminar con música que llevaba hasta el mar. Mis ojos la vieron venir como sin pisar el suelo, y la vieron pasar por delante de mi mesa. Al cruzar a no más de un metro y medio de distancia, todas las noticias del periódico enmudecieron. La seguí con la mirada: y en efecto, era tan arcángel por detrás como lo había sido de frente. Por entonces, o poco después, yo escucharía a Vinicius de Moraes decir aquello de "creo que sentí toda la Terra rodar." Supe al punto que estaba cometiendo un error imperdonable al no levantarme y seguir sus pasos hasta el cielo... o dondequiera que vayan los arcángeles las mañanas de domingo. Luego acomodé el pensamiento a mi conveniencia, para concluir que acaso el cielo era eso: el silencio habitable de una mañana festiva; el café negro, aromático; el humo del marlboro recién encendido; ser el primer y único cliente de la terraza, cuatro mesas; no tener prisa ninguna; ver venir a un arcángel de cabellos de oro, verlo pasar con su música de andares cadenciosos y alejarse despacio hasta desaparecer... girando a la izquierda en Ventura de la Vega. En resumidas cuentas: esos son mis santos lugares, allí donde se producen (o alguna vez han tenido lugar) los milagros. Amén.

viernes, 24 de enero de 2014

oír para ver

Es como meter en la trituradora las Páginas Amarillas y luego tirar por la ventana o aventar desde la azotea los papelillos resultantes, cada uno con sus palabras sueltas, sus entrecortadas direcciones, restos de actividades, fragmentados anuncios, números de teléfono, urgencias, reparaciones, servicios de mantenimiento, peluquerías, instaladores, suministros, farmacias, restaurantes, bazares, academias, distritos... Se podría reconstruir la vida, el día a día, recogiendo uno a uno y juntando los miles, los cientos de miles de minúsculos papelitos lanzados al aire. Algo así podría hacerse con las frases aisladas oídas al azar, con los restos de conversaciones cogidos al vuelo que cada día se producen en los autobuses, en las barras de los bares, en las salas de espera. A poco que uno se mueva por ahí, oye cosas que producen estupor, o que ruborizarían al más desahogado, o ante las que resulta casi heroico no soltar la carcajada. Nadie sabe las confidencias que pueden llegar a hacerse dos amas de casa muy normales mientras esperan su turno en la pescadería del AhorraMás. Ayer mismo mi mujer llegó vivamente impresionada tras haber escuchado (sin pretenderlo) la frase tremenda que un marido de avanzada edad y clase media le espetó a su esposa a la salida del súper: "No sé cómo te he podido aguantar. Tú has sido mi ruina. Me has destrozado la vida." Claro que, eso no es lo más fuerte, comparado con lo que se oye por ahí. Y es que a poco que se sea mirón de oído (sin necesidad de ser cotilla), se encuentra uno a diario con retales de conversaciones y frases tan abrasadoras que podrían dar lugar a una nueva Comedia humana. Pero es que, además, la conversación subidísima de tono que mantienen en el autobús tres adolescentes bien desenvueltas, aún con el uniforme del colegio, tiene su réplíca horas después en un vagón del metro en el que un muchacho de unos diecisiete años habla por el móvil con voz trémula, todavía un poco aflautada, y quienes están cerca de él oyen inevitablemente, no sin cierto pudor, las palabras más dulces y estremecedoras que se hayan pronunciado nunca en la Linea 5 del metro. En las esperas de los ambulatorios se cuentan como si tal cosa (y se oyen, quieras o no) secretos de familia qué nadie sospecharía, relatos de enfermedades y experiencias quirúrgicas atroces, odios africanos entre pacíficos vecinos de toda la vida, amores apasionados (¡y celos turbulentos!) surgidos en las residencias de ancianos y en los viajes del Inserso a Benidorm, esa nueva Babilonia de la tercera edad... En fin, que vaya uno donde vaya le salen al paso -le asaltan, más bien- palabras mayores, insospechadas frases sueltas, deslumbrantes hallazgos expresivos, retazos de conversaciones que, reunidas y bien hilvanadas unas con otras -a la manera de las colchas de patchwork-, darían unas obras completas más grandes que la vida.      










viernes, 17 de enero de 2014

orange

Orange no es dueño del naranja, dice la sentencia del Supremo, y argumenta que los colores son de interés general. ¡Estaría bueno que no lo fueran! ¿Cómo puede pretender una empresa ser propietaria en exclusiva de un color, apoderarse de su dominio? Es algo semejante a esos individuos que registran a su nombre la propiedad de barrios enteros del cosmos, constelaciones alejadas de la Tierra a millones de años luz. No deja de ser un brindis al Sol, o a las supernovas que estén a punto de estallar y fragmentarse como bombas de racimo dentro de una eternidad, un suspiro, en el espacio interestelar azul oscuro casi negro. Por cierto, qué alta maravilla habría de ser asistir en el último momento a una eclosión de esa naturaleza, al desbordamiento de una estrella de color fuego (orange) sobre un fondo de negro charol ilimitado. ¿Dónde hay que firmar para que esa idea empiece a 'coger fuerza'? Y si, por lo que fuere, una visión así de la bóveda celeste no pudiera hacerse realidad, ¿a qué están esperando los laboratorios suizos para sintetizar la fórmula que nos permita esa contemplación deslumbrante, ese milagro previo al último parpadeo? Qué melena de astros cayendo... Qué lluvia de piedras preciosas fundidas... antes de cerrar los ojos. Pero estaba con los colores, con ese color naranja de interés general, que es lo primero que se ve al abrir la puerta de mi casa: un tríptico de 157 x 44 cms. da la bienvenida al visitante con un recibimiento muy energético. Es obra de mi amigo Jesús Capa. La vimos en su estudio de Valladolid, una noche de frío, por Navidad, y nada más verla, dije: 'o mía o de nadie'. Entiendo los colores como paisajes (no sé si del alma o de dónde), como estados de ánimo, que hay tantos y tan diversos como tonalidades cromáticas. Las horas, los minutos, tienen a su disposición todas las referencias del pantone. Ayer mismo -buscando otra cosa- me encontré un texto que escribí hace años para una presentación muy colorista a una marca de relojes. Extraigo algunas frases: "si cada minuto de tu tiempo es diferente al anterior y al que vendrá después, ¿por qué no vas a tener a las 12.42, por ejemplo, una sensación azul cobalto muy intensa? A las 17.14 quizá vivas una experiencia en amarillos van gogh. Sin embargo, a las 19.33 podría pasar por tu cerebro un raudo pensamiento violeta. Y cuando sean exactamente las 21.40, ¿por qué no mantener una conversación en verde aguamarina? ¿Y a las 23.59? En ese instante pudiera ser que apareciera en tu vida alguien que te haga pasar del azul noche al rojo pasión. Incluso es posible que a las 00.00 tu mente se quede en blanco unos segundo y te dé tiempo a soñar un color nuevo, algo nunca visto que aún no tiene nombre." En fin. La propuesta de anuncio a doble página llevaba este titular: "¡No hay color!"





viernes, 10 de enero de 2014

serotonízate

Leo que la serotonina es un neurotransmisor que controla la ira, el sueño, el apetito, la sexualidad, y que es conocida como 'la hormona del humor y del placer'. Nada menos. Leo también que el déficit de serotonina favorece la ansiedad, la depresión, el estrés, la tristeza, la baja autoestima... Al parecer, en los meses de escasa luminosidad (invierno) y de menor exposición al sol, nuestro sistema nervioso produce dosis más reducidas de esa jovial hormona afrodisíaca. ¿Qué hacer por tanto entre diciembre y febrero? Pues muy sencillo: meterse uno al cuerpo una sobredosis de triptófano, ese venturoso aminoácido que libera serotonina por un tubo. Por cierto, hace muchos años, mediados los 80, en la agencia de publicidad en la que trabajaba entonces, nos entró la cuenta de Redoxón, aquellas pastillas redondas y efervescentes con sabor a naranja que todos hemos tomado alguna vez. Pues bien, creí haber dado con la fórmula infalible para la campaña: "Redoxón. Vitamina C por un tubo." ¡Es perfecto, Luis!, me dijeron. El cliente también dijo que era perfecto, pero me lo echó para atrás sin mayores explicaciones. Pasado el tiempo, y ante los estados carenciales en tantos aspectos, frente a la falta de sueño de no pocas noches, el desasosiego, la intemperancia ocasional, el no buen humor de algunos ratos, alguna tristeza no bien justificada (aquello de 'la pura pena de no saber por qué'), el exceso de libido (tan irregular como su carencia o escasez), la desgana, el desinterés por uno mismo y por tantas cosas... todo eso estaría muy bien que pudiera corregirse con un par de 'redoxones' disolviéndose en el vaso de agua. O con una cápsula o dosis adecuada de triptófano en vena que liberara en el cerebro una pleamar de serotonina que invadiera y se dejara sentir por todo el sistema nervioso. Y mediante ese baño inducido acabaríamos con los temores y los resquemores, recuperaríamos el apetito más voraz, dormiríamos sin interrupciones de doce y media a ocho menos cuarto, sonreiríamos como los ángeles más bellos con la llegada de la primera luz del día. El orfidal está bien; la (o el) viagra está bien; la morfina está (y estará) mejor que bien. Pero a la serotonina, ay, 'la quiero a morir', como cantaba Francis Cabrel en un precioso español contagiado de francés. Lástima que a día de hoy no dispongamos aún de laboratorios suizos, fórmulas, recetas... que nos permitan ser un poco más felices algunos cuartos de hora al día, algunas tardes por semana. Dos cápsulas de serotonina darían para convertir la mañana de un lunes en un viernes por la tarde, y la tarde de un domingo (¡sin Carrusel Deportivo!) en la noche de un jueves de gloria. No hay duda de que follar es una bendición de Dios o del Diablo, pero ¿quién le pide a Uno o a Otro la licencia para producir serotonina... por un tubo? Por tanto, ¿estamos obligados a ser infelices? ¿El placer, la alegría, la broma, el juego, los 'malos' pensamientos, la mirada del mirón... siguen siendo pecado? Entonces... quizá yo debería clausurar este blog. ¡Ojo! No me costaría lo más mínimo, lo juro. A la menor insinuación lo apago, lo cierro, me desentiendo de ello y... aquí paz y después gloria.




jueves, 2 de enero de 2014

excesos y buenos propósitos

Tras los excesos cometidos estos días y noches, procede intervenir con determinación. Como primera medida, un cóctel vigorizante de ginseng, jalea real y vitamina C, que es un aporte altamente recomendable para añadir al desayuno y reponer las energías alegre e insensatamente derrochadas en esas madrugadas extenuantes. También el zumo de pomelo, la fruta de la pasión o maracuyá, una o dos piezas de mango (fruta pulposa y jugosa, rica en magnesio y protovitaminas antioxidantes), y junto a ello, una rebosante cucharada de rica miel, así como un puñado de nueces u otros frutos secos, contribuye a restablecer los niveles energéticos y, acaso, nuestros generadores de feromonas. Y es que el desgaste de todo tipo a que sometemos al cuerpo, la mente y el sistema nervioso es de tal intensidad en estas fechas que provoca auténticas devastaciones. Se impone, pues, recuperar la buena forma y restablecer el equilibrio para afrontar con garantías los desafíos que tenemos por delante. Quizá sea debido a los efectos causados por la crisis y la nefasta austeridad (¡el austericidio que tanto daño ha hecho y amenaza con seguir haciendo!), pero se percibe en el ambiente una reacción irrefrenable en favor del hedonismo y los placeres de este mundo. Y así, frente a las contrarreformas en marcha y las llamadas a la resignación y subordinación de la esposa al esposo, la revista femenina S Moda propone a la mujer de hoy "8 propósitos sexuales para el 2014", entre otros:  firmar la paz con el propio cuerpo, cultivar la autosatisfacción, hacer realidad al menos una fantasía erótica, explorar el mapa erógeno, seducir a alguien... Son diversos los indicadores que vienen a confirmar esa misma tendencia hedonista. El refinamiento y la delicadeza también aportan su gota de agua en la misma dirección: en este caso es el agua de lencería -Eau de Lingerie- que la acreditada firma francesa  Guerlain saca al mercado para perfumar sin dejar mancha alguna en la delicada ropa interior. Se trata de "un cóctel de cereza ácida, rosa turca y fondo de pachuli." Tengo que admitir que a mí estas exquisitas composiciones me exaltan no poco. Y esta en particular me evoca aquel mundo de refinamiento sin límites de los poetas arabigoandaluces, los fragantes jardines nazaríes, el esplendor omeya, los alcázares perfumados de azahar a la luz de la luna mientras las aguas rumorosas producen ensoñaciones, sinestesias... En fin, que en esa fragancia de Guerlain percibo un oasis de sutiles placeres en medio del desierto. Confío (deseo, más bien) que en este año recién estrenado avancen los oasis de todo tipo y ganen terreno a los desiertos, a la tierra quemada. Que así sea.