viernes, 24 de febrero de 2017

brillan las pérdidas

     'Perder' es uno de los verbos más versátiles, tiene un montón de acepciones y de usos cotidianos: vale igual para perder la cabeza, el tiempo, la juventud, el partido, los ahorros, la paciencia -"¡Comendador, que me pierdes!"- o perderse uno al anochecer por esas calles torcidas que bajan a los puertos. Se pierde la memoria de un rostro, de unas horas remotas, pero a cambio también se pierde el pudor en ocasiones. Con lo cual, lo que se va por lo que se viene. Arden las pérdidas, de Antonio Gamoneda, además de un título hermosísimo es un poemario de una estremecedora lucidez. Recuerdo el verso inicial: "La luz hierve debajo de mis párpados." Ahí brillan las pérdidas, fulguran. Bueno, dejemos eso ahora. Es cierto que cada día nos perdemos decenas de instantes irrepetibles, de cosas que suceden para nadie. "Se canta lo que se pierde", sí, pero, ¿y lo que se pierde sin que nadie lo cante? Por cada hecho registrado, ¿cuántos suceden en silencio sin dejar rastro? A veces fantaseo con la invención de un detector de momentos inadvertidos, un artefacto capaz de recogerlos y reproducirlos. Todo ese material formaría parte de una gran Oficina de Momentos Perdidos. Allí los habría nuevos, seminuevos, usados, de segunda mano, como los objetos y servicios de todo tipo que aparecen en Milanuncios. Allí acudirían los clientes en busca de momentos extraviados, propios o ajenos. Y qué gustosa tarea la de buscar un instante en paradero desconocido; o recuperar algún pasaje inédito de hace...17 años. Sucedió en un bonito apartamento con las persianas levantadas. Nadie en el patio de manzana estaba despierto, ojo avizor, para asistir al espectáculo; de modo que el juego, el baile, el streeptease y cuanto pasó allí aquella madrugada, sucedió para nadie. En esa Oficina habría billones de sucesos registrados. Uno acude a ella en busca de algún pequeño episodio que extravió o salió de su memoria como un sueño desvanecido, y lo que se encuentra es algo de una improbabilidad infinitesimal: un paseo por Rosales en octubre de 1986; sucedió una tarde que llovía con una suavidad, una dulzura, como no se recuerda que haya vuelto a llover desde entonces; y qué belleza la suya, y qué andares sin prisa ninguna ni paraguas, con qué sonrisa apareció aquella tarde con veinte minutos de retraso. Claro que allí también acude quien no espera nada de las próxima horas o días, semanas, y echa de menos algo, una ráfaga de instantes memorables que le haga vibrar, que le devuelva por momentos una mínima parte de lo que ha ido perdiendo con los años. Tampoco han de faltar aquí hombres y mujeres audaces que busquen sensaciones nuevas en jardines ajenos: una suerte de travestismo, de transexualidad en cierto modo, un asomarse al otro lado, al otro hemisferio. Pero esa ya es otra historia.

viernes, 17 de febrero de 2017

fabricamos coartadas

      Con la crisis haciendo estragos y fortunas fabulosas, las agencias de publicidad languidecían hasta desaparecer muchas de ellas; la nuestra llevaba ese camino. No quedaba más remedio que 'reinventarse', nos dijeron. Y así fue como, tras numerosas reuniones de brainstorming, surgió una luz en medio del escepticismo: '¿Y qué pasa si en vez de hacer campañas nos dedicamos a vender coartadas?', soltó alguien de pronto a las 19.03. Cuando se llevan horas de reunión sin resultados, la mejor de las ideas suele dar lugar a bromas, a sarcasmos; esta vez no fue así: a los pocos segundos se fue haciendo un silencio expectante, como el que surge tras una detonación. Nos mirábamos. Se mascaba en el aire que ese insólito new business era demasiado tentador para dejarlo escapar.Tres frenéticas horas después, la estrategia y la reorganización interna estaban prácticamente diseñadas. Levantamos la tumultuosa sesión y alguien propuso ir a tomar unas pizzas a Casa Nostra, muy cerca. En la papelera y en la mesa de la sala de reuniones se acumulaban decenas de latas de cerveza. Bien. Así empezaría más o menos el primer capítulo. En seguida iríamos viendo el modus operandi de la reconvertida agencia, los procesos de generación de soluciones en el departamento creativo, los primeros trabajos realizados. La calculada aparición de personajes y asuntos escabrosos irá dosificando misterio, acción y morbo. Pronto comprobaremos que dieciocho semanas después de aquella idea luminosa, la agencia funciona a pleno rendimiento y todos han interiorizado irreprochablemente su papel. Luego se verá que los nuevos clientes se dividen básicamente en dos grupos: 1) los que están dispuestos a pagar lo que haga falta para que sus esposas (sus maridos, en menor medida) no conviertan las sospechas en certezas, las evidencias en demanda judicial; 2) clientes de altos vuelos -siempre a través de representantes o intermediarios- en busca de coartadas irrefutables que protejan su buen nombre, que los deje a salvo de algún suceso que pueda tener lugar dentro de varias semanas o meses. Entradas de ópera, pasajes de avión, facturas de hotel, de restaurante (tal día, a tal hora, en tal ciudad), sellos en el pasaporte, fotos personales con fondos turísticos (la Sagrada Familia, el Taj Mahal, EuroDisney), oportunas llamadas registradas, mensajes de voz en el móvil, vídeos domésticos grabados en las pistas blancas de Gstaad, en las cataratas de Iguazú, en las carreras de  caballos de Eaton... La narración se mueve en un mundo despiadado pero encantador en apariencia. En un breve epílogo se dará noticia de que directivos de A3Media estarían subiendo ahora mismo en el ascensor a fin de negociar los derechos para convertir Fabricamos coartadas en serie de TV. Trece capítulos.

viernes, 10 de febrero de 2017

quiéreteme

      "Se habla de la esperanza/últimamente", escribió Ángel Gónzalez. Pero no es 'esperanza' la palabra de moda, ni siquiera lo son 'posverdad', 'populismo' o 'youtuber'. No. La palabra más de actualidad es 'odio'. Aparece muy a menudo en estos días, tanto pronunciada como escrita. Y no deja de resultar inquietante encontrársela uno, oírla con su acerada sonoridad de martillazo. Como sabemos, el odio aparece en algunos tangos y en buena parte de las obras de Shakespeare; quizá por eso para mí siempre ha sido una categoría del teatro, de la ópera, del melodrama, algo que solo estalla en algunas escenas del mejor cine negro, en el silencio intransitable de ciertos párrafos de Onetti, en el exceso pasional de algún bolero malherido: "te odio tanto/que yo mismo me espanto/de mi forma de odiar." Pero ese veneno elevado a categoría estética tiene su grandeza dramática, y no es comparable con el que aparece en las redes sociales al amparo del anonimato, o el que destilan ciertos individuos, casi siempre anacrónicos, en algunos programas o tertulias. Rara vez les presto atención o me dejo enfadar por sus miserias -soy hedonista, ya se sabe-, mas no puedo evitar en algún caso un cierto sentimiento de lástima, de conmiseración. Sufre quien odia, no lo olvidemos. Y cuando esa ferocidad del sentir dura lo que un bolero, una película, una noche de mala entraña, pues pase; ahora bien, cuando se convierte en actitud, en una disposición del ánimo, entonces apaga y vámonos. Por un golpe de odio se puede cometer una barrabasada, algo que ocurre entre dos copas de más o en unos segundos de furia y ceguera. Bien, de acuerdo, y quien la hace la paga; pero el odio continuo, de por vida... Eso es solo para los muy atormentados, los que eligen la condenación, el perpetuo dolor. No sé, creo que los que se instalan en ese malquerer, malquererse, llevan, como se suele decir, en el pecado la penitencia. A mí todo ese odio que circula impunemente por las redes me repugna, claro está, pero he intentado ponerme alguna vez en el lugar de quienes odian de ese modo, más que nada por tratar de entender algo acerca de ese mundo yermo, sin otro consuelo que el propio odio, que debe ser algo así como el amor propio, pero a la inversa. Qué locura.Y qué pérdida de tiempo y de energía. La semana pasada leí casualmente estas sabias palabras de Stendhal: "lector, no desperdicies la vida en odiar y tener miedo." En fin. Es verdad que no se habla de la esperanza últimamente, pero hay que admitir que a veces la publicidad nos da la solución sin pretenderlo. Pues bien, los creativos de la campaña de rebajas de El Corte Inglés han dado con ella: quiéreteme. Nadie lo había dicho así. Enhorabuena, compañeros. ¡No sabéis cómo os odio!

Voz: Ángel González. Pedro Guerra - Habanera - YouTube

viernes, 3 de febrero de 2017

tiempos convulsos

     Antes de empezar este post siento una especie de hormigueo, como si lo que hoy pueda decir aquí ya lo hubiera escrito hace meses; y digo meses por no remontarme a los tiempos de las ciegas intuiciones, de los augurios. Sin embargo, lejos de estimular mi vanidad, me desagrada no poco esa amarga victoria que consiste en ver cómo se cumplen aquellos temores que yo preferiría atribuir a un pesimismo 'antropológico', quizá congénito, con el que no estoy ni quiero estar de acuerdo. El filósofo Cioran le agradeció a un joven Fernando Savater "sus esfuerzos por ser pesimista." Hace tiempo que yo no soy joven (no del todo, al menos), aunque confieso que cada mañana, en mi caminata diaria, hago intención de ser más templado que fogoso, más aristotélico que platónico, más racionalista que romántico. Y eso está muy bien, pero luego pones el telediario y todo parece confirmar (dulcificado, claro) los pronósticos más agoreros. Sí, da un poco de vértigo lo que está pasando. Cuando una y otra vez la realidad confirma que las cosas son lo que parecen, le entran a uno ganas de hacerse el loco y abrir por las tardes una consulta del tarot o algo así. Había una canción que me viene ahora de perlas: "Eche veinte centavos en la ranura, si quiere ver la vida color de rosa". Es un poema de Raúl González Tuñón, poeta argentino, años 30 del pasado siglo. Por entonces también sucedían cosas tremendas. Pero mejor hablemos de las palabras, que es algo que no compromete demasiado. ¿O sí? Juegos aparte, soy de la opinión de que las palabras lo dicen todo. Tomar la palabra es tomar partido, aunque sea para hablar del tiempo, del mar y de los peces. Cuando uno es voyeur vocacional, eso suele incluir ser auditeur (o sea, mirón de oído) y puede afirmar: 'dime cómo hablas y te diré cómo piensas'; pero también, 'dime cuándo callas y te diré lo que ocultas'. Vivimos tiempos convulsos, días que están conmocionando al mundo -como los que precedieron a la caída del Muro de Berlín, aquel 9 de noviembre del 89, pero a la inversa- y sin embargo hay silencios atronadores, como si no pasara nada, como si nada estuviera sucediendo. Me inquietan. Luego vienen las lamentaciones. Pero ahora ya no cabe alegar ignorancia. La CNN tenía un eslogan en los años 90: "está pasando, lo estás viendo."