Esta es la historia de un plagiario inverso, un prodigioso
imitador de estilos literarios capaz de hacer pasar por obras inéditas de
grandes maestros textos enteramente escritos por él. Así empezaría, más o menos, la sinopsis que
habría de figurar en la contraportada del libro. Luego iríamos viendo cómo ese
hombre gris de edad indefinida, discreto profesor de literatura, no ha logrado
publicar ni una sola de sus novelas o alguno de sus relatos, pero las musas le
agraciaron con el don de imitar voces literarias de tal modo que ningún especialista sería capaz de
detectar la impostura, tanto en la forma, el ritmo, el tono o la sintaxis como
en los contenidos narrativos. Todo empezó como un juego, un mero pasatiempo,
pero aquella tarde en que probó a escribir un relato ‘a la manera de
Borges’, no tardó en darse cuenta de que lo que le estaba saliendo era puro
Borges destilado, y además de su mejor época, la de El Aleph, la de Ficciones. Pero la cosa no quedaría en eso, en un
consumado imitador de Borges. Por seguir con el juego, probó con Juan Rulfo, y
lo que salió de allí fue algo que ningún experto en Rulfo pondría
en duda que esos dos relatos titulados Silverio Collantes y La muerte espera son dos joyas inequívocas pertenecientes al mundo mítico de El llano en llamas, al parecer desechadas por su autor y 'venturosamente aparecidas', se diría. Pero quizá el mayor virtuosismo en el arte de suplantar
de nuestro insospechado camaleón literario sería el exhibido en las 23 cartas
secretas (salvadas del fuego por una mano anónima) que intercambiaron Idea Vilariño y su amante Juan Carlos Onetti entre marzo de 1957 y octubre del 58. Esa correspondencia apócrifa no es
la obra de un falsificador genial sino la de un verdadero creador que se apodera del alma de Onetti y de
Vilariño (o ellos se apoderan de la suya) y pone en boca de estos las palabras
que acaso nunca se dijeron, pero que bien se pudieron decir. Todo ello –la genial impostura, las obras 'recuperadas', las rentables operaciones editoriales- acaba teniendo una finalidad que sólo se
descubre en los últimos capítulos: nuestro anónimo hombre gris de mediana edad
avanzada no tiene amor ni amante pero sí una alumna de 15 años de
muslos bien torneados, sonrisa húmeda y mirada perturbadora. Y como
él no puede ni quiere reescribir Lolita,
puesto que sería su perdición, gana tiempo (y dinero) escribiendo a la manera
de Onetti o de Lezama Lima, a la espera de que la nínfula cumpla los 18, y así evitar la acusación, el juicio y la cárcel. Tiene por delante dos años y cinco meses para crear variadas obras maestras. Pero diríase que ella lo sabe y va a hacer lo
imposible para acortar los plazos y ser realmente Lolita, "luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta."
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