viernes, 30 de octubre de 2015

películas por hacer

     El otro día, comentando con un amigo una astracanada que acababa de estrenarse, concluí: '¡Con la cantidad de buenas películas que están por hacerse!' Es algo que pienso siempre que veo a directores de gran talento que, por la razón que fuere, han dejado de hacer cine. O más bien, la industria del cine los ha dejado a ellos. Los casos de Víctor Erice o Francis Coppola son escandalosos, sí, pero hay muchos otros que -aun siguiendo en activo- llevan décadas sin dar la menor muestra del talento que acreditaron en su día. ¿O acaso es que también el talento se desvanece, se echa a perder, de igual modo que se pierden el cabello o la esperanza? Es posible que en algunos casos sea así, pero tiendo a creer que las más de las veces se debe a otros motivos. No olvidemos que Billy Wilder, con ser Billy Wilder -cinco oscars, un montón de nominaciones, veintitantos éxitos consecutivos-, fue retirado de la circulación por las productoras de Hollywood cuando aún estaba en plenas facultades físicas y creativas. El gran Charles Laughton sólo pudo dirigir una película, ¡una!, La noche del cazador, obra maestra absoluta. De los proyectos fallidos de Orson Welles... mejor ni hablemos. En fin, a qué seguir. Pero el que no se consuela es porque no quiere: a cambio de esas expectativas malogradas nos queda el derecho irrenunciable a fantasear con aquello que pudiendo ser (que mereciendo ser) no fue. Nada ni nadie nos puede privar de ver en sueños despiertos algunas secuencias de la legendaria aunque imposible Megalópolis con la que Coppola se estaría despidiendo del cine como sólo él sabe hacerlo: a lo grande. A menor escala, también hubiera sido una película maravillosa aquella adaptación de El embrujo de Shanghai, de Juan Marsé, dirigida enteramente por Erice. Y qué decir del Don Quixote de Welles, película con la que soñó toda su vida, rodó varias secuencias, lo intentó una y otra vez... infructuosamente. O las adaptaciones de Pedro Páramo y de Bajo el volcán que Luis Buñuel quiso pero no pudo hacer. Hay noches de insomnio en las que concedo un año de gracia y rodaje a los cineastas con los que mejor me siento. Antes del amanecer me devuelven tales maravillas que deslumbrarían a cualquiera. Siempre he creído que a los grandes creadores deberíamos juzgarlos no sólo por las obras que nos dejaron sino también por las que nos pudieron dejar, por aquello que formaría parte de su imaginario creativo. Y lo que vale para un artista también puede aplicarse a cada uno de nosotros: qué luminosos días de un abril encantado no estuvimos junto al lago Como; qué tres o cuatro noviazgos dejamos en blanco, cuando la naturaleza y el azar estaban a favor de la querencia; qué poemas -los mejores poemas- no escribí aquel verano de todas las risas y las rosas de este mundo; qué regalo descarté ayer, para no entregártelo hoy, 30 de octubre, antes o después de encender las velas o descorchar el vino elegido para la cena. Y así podríamos seguir un largo rato. Tenemos tantas responsabilidades por omisión como recompensas que no nos merecemos. Unas y otras son inseparables de nosotros, forman parte de nuestra biografía. Como los sueños y los secretos, como los deseos más inconfesables.





viernes, 23 de octubre de 2015

de vita beata

     "En un viejo país ineficiente" situaba Jaime Gil de Biedma su imaginario retiro, "en un pueblo junto al mar" donde "poseer una casa y poca hacienda / y memoria ninguna." Supongo que todos hemos jugado a pensar alguna vez en un hipotético retiro a la medida de nuestro agrado. Yo, la verdad, no me veo haciendo mío el proyecto de vida que Gil de Biedma describe en ese poema memorable; demasiado dramático para mí, demasiado heroico. Por el contrario, situaría la acción en algún lugar apacible y algo aburrido a orillas de un lago, aunque no demasiado lejos de cines, museos y cafés. Estoy pensando en Lausana, Lucerna, Locarno... De un tiempo  a esta parte, Suiza me atrae en ese sentido de manera creciente. A veces fantaseo con ello, incluso alguna tarde navego por Internet en busca de localizaciones donde situar un ilusorio retiro espiritual, un exilio llevadero junto a alguno de esos limpios lagos muy azules: Leman, Constanza, Maggiore, Lugano... Pero, ¿por qué esa insistencia mía en Suiza, país tan (supuestamente) anodino y alejado de nuestro estilo de vida? Lo desconozco, aunque es posible que su encanto esté precisamente en eso, en la escasez de ruido y de sensacionalismo, en el dulce tedio -"la más benigna de las pasiones," según Mark Strand- de sus aguas serenas. Aunque hay algo más: quiero suponer que en tiempos tumultuosos o de tribulación podría sentirme a buen recaudo en el sosiego de esos laicos lugares. Y no ignoro que esa paz de balneario, esa amabilidad de ciudades impolutas y verdes valles está basada en el secreto mejor guardado y en las grandes fortunas evadidas de medio mundo: una especie de república corsaria, refugio de sátrapas, defraudadores de altos vuelos y otros pájaros de cuentas. De acuerdo, pero ¿qué puede uno hacer, además de firmar manifiestos y votar en consecuencia? En fin, dejemos eso ahora. En ese retiro fantasioso, yo sería un hombre discreto, un buen ciudadano que paga sus impuestos, respeta las costumbres y saluda educadamente a los vecinos. Nadie tendría queja de mi comportamiento. Lo demás sería leer no poco y escribir lo justo, pasear sin prisa, ir a comprar el pan cada mañana en bicicleta, viajar de vez en cuando en tren por el país, encender la chimenea en otoño a la caída de la tarde. En esa casa nunca faltarían buenos vinos del Véneto y del Duero, variados quesos, rica miel, así como los mejores chocolates negros de las más acreditadas marcas suizas. Una buena conexión a Internet y una pantalla de 72 pulgadas aportarían su calidad de vida en high definition. Luego, pasados los años -largos y bien cumplidos años-, los legendarios laboratorios suizos le brindarían al poema, al relato, un final de viaje no sólo digno sino casi elegante, como quien se va quedando dormido mansamente tras la cena, al amor de la lumbre, con un libro en el regazo. Afuera cae la nieve. Así las cosas, esta fantasía, mi particular de vita beata con vistas al lago, habría merecido la pena.



viernes, 16 de octubre de 2015

malhumorados

     Hace algunos años le oí contar a Serrat en una entrevista que, recién llegado a Buenos Aires, ya en el propio aeropuerto percibió algo raro, difuso, desagradable, y así se lo hizo saber a unos amigos porteños. '¿Como un cierto malestar?', le preguntaron. 'Sí, una especie de malestar', respondió. La sentencia de sus amigos fue unánime: 'Esa es la señal inequívoca de que has llegado a la Argentina.' Cuento esto porque acá, en la madre patria, se percibe en el ambiente un malhumor cada vez más extendido. Y no digamos ya en las redes sociales, que al malhumor se le suman, además del cabreo puntual y justificado de cada día, de cada telediario, la mala baba, el encono, el encabronamiento perenne de algunos..., en fin, todo ese magma confuso y desapacible que llaman 'estado de malestar'. Es algo que ya forma parte del paisaje, como la contaminación en las grandes ciudades. Tan es así que a veces tiene uno la sensación casi culpable de que si no está encabronado de remate se debe a que es un frívolo sin arreglo, o a que nada en la abundancia y no se entera (no se quiere enterar) de la la misa la media. En ese sentido, vaya en mi descargo que me desagradan no pocas cosas que están ahí; algunas otras me irritan de veras, incluso me indignan o enfurecen por momentos. Nos sobran los motivos para apedrear farolas y escupir después con desprecio. Pero yo sé que eso no me sienta bien, ni me hace más lúcido ni mejor ciudadano. Por ello, trato de evitar en lo posible riesgos innecesarios, y no frecuento sitios ni individuos ni ciertos programas o tertulias que -bien lo sé- no me van a traer nada bueno para mi salud mental y de la otra. Claro que no ignoro que hay personas (conozco a algunas: sensatas, honestas, en absoluto depravadas) a las que les da morbo -o eso dicen- ver, leer o escuchar asiduamente a acreditados traficantes de odio, profesionales del embuste o la conspiración, enardecidos fanáticos, etc. Me cuesta entenderlo, sí, pero admito que tales prácticas sadomasoquistas puedan llegar a constituir algo así como una parafilia de lo más excitante. Aunque he de confesar aquí que esas sugestivas depravaciones nunca me han atraído lo suficiente; supongo que se trata de un artefacto intelectual demasiado sofisticado para mí. Tengo que ser, pues, autocrítico y aplicarme las palabras de Andreotti: manca finezza. Pero, en fin, llegada la edad madura, debe uno conocer sus propios límites, y aceptar sus limitaciones. Dicho sea con toda humildad: yo no estoy capacitado para gozar con el dolor, para aplicarme tormentos que me pongan la carne de gallina y los pelos de punta. No. Yo: Bill Evans, martini rosso, Ennio Flaiano (¡gracias, Máximo!), las tardes de octubre, el chocolate negro, este cielo ilimitado de Madrid, esta luz bendecida... Ahora lo entiendo: no es admisible tanto bienestar. Mientras ahí fuera el mundo se derrumba, la mala leche se desborda, aquí, en esta casa, en este blog, después de la mejor música se deja oír el silencio más limpio. En todo este rato no ha sonado el teléfono. Me acuerdo inevitablemente de aquel grafiti: "si no suena el teléfono, soy yo."


viernes, 9 de octubre de 2015

sin palabras

    'Noto que a veces me faltan las palabras', me confesó el otro día una buena amiga, como sorprendida por ello. Le respondí, medio en broma, que a mí me pasa eso mismo y lo contrario, que a veces me sobran las palabras. De modo que, en unos casos por exceso y en otros por defecto, con demasiada frecuencia no encuentra uno la palabra precisa a su debido tiempo. Aunque lo peor no es ese vacío, ese espacio en blanco que la palabra deja en medio de la frase, de la conversación; no, lo peor es cuando la desaparecida reaparece, pero ya tarde y fuera de lugar. Entran ganas de retirarla para siempre de la circulación. ¿De dónde sales tú, y a qué vienes ahora, deslenguada? ¿Dónde estabas cuando te necesité y no acudiste, arruinándome de ese modo la frase mejor construida, la idea más brillante del jueves? Estoy convencido de que por culpa de esas palabras inconstantes he perdido en gran medida el prestigio de buen orador que no tengo, la excelencia que no han alcanzado mis escritos. Mi escasa capacidad de persuasión también se la atribuyo a ellas, las muy volátiles. Y como todo está relacionado, resulta inevitable asociar esos pequeños pero irreparables vacíos con las citas incumplidas, con los 'plantones'. Nadie sabe lo que una incomparecencia puede llegar a traernos. Y a quitarnos. "Si tú me dices ven, lo dejo todo", vale, de acuerdo, ¿pero qué ocurre cuando atendemos ese requerimiento -ven- y allí no hay quien nos reciba? Existen mil razones o motivos por los que han podido darnos plantón. Confieso que a mí -como a todo el mundo, supongo- me han dejado plantado varias veces, aunque tampoco demasiadas. Claro que también yo he dado algún que otro plantón... sin saberlo, sin enterarme de ello hasta varias horas o incluso días después. Pero puedo asegurar que jamás he faltado a una cita deliberadamente, ni por pereza o mero antojo (si acaso, por causa mayor: taquicardia aguda, crisis de ansiedad...) En todos esos encuentros que no tuvieron lugar se abre un vacío, una expectativa fallida que ya no podrá cumplirse nunca. Mira que es triste. Las incomparecencias dejan siempre a su paso un rictus de suave tristeza que, con el tiempo, deviene en resignación. Ya sabemos aquello de que 'todo lo que pasa es porque tiene que pasar', pero, ¿eso incluye 'lo que no pasa'? Si nos atenemos al tamaño, la respuesta sería no. Porque 'lo que no pasa' no es la otra mitad, el hemisferio opuesto a 'lo que sí pasa': lo no sucedido es por definición (o por indefinición) infinitamente más amplio y numeroso que su contrario. Así pues, las palabras que no comparecieron, los encuentros malogrados, las frustradas tentativas, todo aquello que queda en suspenso se convierte en materia volátil -aire, nube, deseo, aroma-, en ese espacio inhabitado donde pueden discurrir o perpetuarse los sueños, las sombras... de cuanto no sucedió.


viernes, 2 de octubre de 2015

tiempo de silencio

     Minutos de espera, tiempo de silencio que se convierte en baño de humildad. Pero esperar ¿qué? Esperar el milagro: que una musa improbable se apiade de ti, que en el último instante llegue el indulto en forma de ángel que te traiga la buena nueva del post que no has sido capaz de escribir hasta ahora. Aunque el tiempo pasa y el indulto no llega. No hay musas que te susurren melodías al oído, ni dulces dedos invisibles que acaricien el teclado del ordenador. Mira que es triste la pena del condenado a esperar el milagro... cuando ya no queda tiempo para que se produzca el milagro. Qué momento este en que la espera se convierte en un mero esperar por esperar... sin esperanza ninguna. Pero también es cierto -dicen que el que no se consuela es porque no quiere- que este tiempo de espera sin fe y sin nada es un espacio muy limpio y exento de ruidos, de conflictos, 'como quien espera el alba' ya sin sueño ni miedo. La suerte está echada: hoy, viernes, 2 de octubre, a las 9.30 h se procederá a publicar la nada, y en consecuencia se hará público el vacío mental de quien suscribe estas confesiones. Pero antes o después, toda impostura se acaba descubriendo. Ha llegado la hora de las verdades: confieso haber tenido un negro escribiente que nunca me había fallado hasta hoy; todos los viernes a primera hora de la mañana él tenía escrito y revisado el post que yo me limitaba a leer por encima y hacer clic en "Publicar". Y eso era todo. Qué bien hecho estaba el mundo. Ahora ese mundo se viene abajo: los negros se rebelan; los esclavos nos desafían y se atreven a ponerse en pie (que es como levantarse en armas) y decirnos a la cara con insolencia: 'yo soy Espartaco'; y en cuanto a las musas, ay, las musas son tan variables, además de infieles... Ellas no se casan con nadie: hoy contigo, mañana con tu enemigo. Y en esas estamos: haciendo como quien espera el indulto del Gobernador, pero a sabiendas de que el indulto no llegará antes de que amanezca en el patio, donde todo está listo y el reverendo tiene abierto su libro de oraciones por la página que más consuela: el Libro de los Salmos. Es el momento de cerrar los ojos y evocar aquellos versos de José Hierro en que Lope, ya viejo, le habla a Marta de Nevares, ya medio ida, de "aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos, / de lugares vividos y soñados..." Diríase que cuando todo está perdido surge el Ángel de la Nada y enciende la última vela. A continuación, sopla y apaga esa luz. Pero en ese soplo ha deslizado una idea, un post, unas líneas que te pueden salvar del cadalso. Y es entonces cuando, un segundo antes de pulsar clic, das las gracias a Hierro in extremis: "abre tu ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar." Y aunque parezca mentira (aunque lo sea), a las 9.28 horas de este luminoso viernes 2 de octubre dices: ¡Salvado! Cuentas con una semana más, otra semana, para seguir navegando.