viernes, 5 de junio de 2015

segunda oportunidad

     Hay días que salen repetidos. Desde primera hora nota uno que le falta frescura a la mañana, como si nos vendieran un periódico atrasado; pronto notamos que esas noticias, esos titulares, ya los habíamos leído. Es una sensación antigua y conocida. Parece como si el guionista de nuestra vida se encontrara indispuesto, y alguien -el encargado de la continuidad- sacase del archivo un día cualquiera ya vivido y tratara de colarlo como si fuera un estreno. Pero no cuela: la memoria, el olfato y los demás sentidos detectan enseguida que se trata de una reposición. Es muy conocida la frase de El perseguidor, de Cortázar: "esta música ya la toqué mañana." Ocurre lo mismo pero a la inversa con esos días que salen del amanecer ya usados, gastados, sin novedad o sorpresa que ofrecernos. Es cuando, tras el segundo sorbo del primer café del día, nos decimos: este café ya lo tomé el lunes... o una mañana de octubre, a finales de los años 90. A partir de ese descubrimiento, todo lo que nos va llegando es material reutilizado, momentos en diferido, plagios, programas en redifusión. Claro que también en esto hay clases. No es lo mismo la burda copia de un martes sin sustancia que la reproducción unánime de un bolso de Prada o de un cuadro de Hooper o de Grosz. En esos días duplicados se dan los mismos menús, las mismas tentaciones, propuestas semejantes. Y eso lo adviertes cuando suena el teléfono y la voz empalagosa y dominicana que hace un mes te invitó a cambiar de operador, es la misma que ahora te propone una oferta -más tentadora, si cabe- para desandar lo andado y regresar a casa, renunciando a Orange y volviendo a Vodafone. O incluso que repudies a ambas para dejarte querer por Jazztel o MoviStar. Y luego dicen que el pescado es caro, y que si somos infieles, promiscuos, libertinos... ¡Pero si nadie ha hecho tanto en favor de la promiscuidad y el intercambio de parejas como este modelo económico de las grandes empresas y las traiciones recompensadas! Bueno, dejemos eso ahora, que no quiero distraerme. La cuestión es: ¿qué hacemos con los días que nos llegan ya vividos, como trajes de otro o coches de segunda mano? De acuerdo que tienen algo de fraude, de pequeña estafa, pero tampoco hay que despreciarlos, creo yo. Cuánto daríamos, llegado el momento, por disponer de una abultada bolsa de días repetidos, con su luz ya usada, sí, pero con la sombra disponible, transitable... Y ahora que lo pienso, quizá la otra vida, en caso de existir, sería eso: habitar la sombra de los días, el lado de las horas que no usamos. Así las cosas, quizá en ese improbable más allá nos espere a los diestros un mundo raro hecho a la medida de los zurdos. Y viceversa. De algún modo, estaríamos admitiendo la existencia de eso que llaman segunda oportunidad.    

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