viernes, 25 de septiembre de 2015

lo que nos perderemos

     Qué bien entiendo al neurólogo Oliver Sacks cuando, consciente de que tenía los meses contados, confesó que lo que más lamentaba eran los descubrimientos que aparecerían en Science o en Nature y que él ya no vería. Creo que no hay peor castigo para un científico. Pero eso vale también para un apasionado del arte, un cinéfilo, un amante de los coches deportivos que se presentarán en las próximas ferias del automóvil. Es una vieja idea, un pesar que nos acompaña a muchos: qué hermoso ha de ser aquello que no alcanzaremos a ver... por poco, por muy poco. Sin ir más lejos, alguna noticia recóndita que aparecerá en el periódico del día siguiente. O el primer amanecer en el que no estaremos. A veces piensa uno que si todo esto se acabara como acaban las películas en el cine, al mismo tiempo para todos, quizá entonces el vivir y el morir serían más llevaderos: resolveríamos ese The End con fuegos artificiales nunca vistos y un fin de fiesta del copón de la baraja. En ese sentido, la idea del Fin del Mundo no me parece mala solución, aunque, eso sí, un Fin del Mundo con ninfas, sátiros, sirenas, náyades. Pero perdernos los próximos capítulos, las bellísimas piernas que saldrán a la calle en primavera, una grabación de Coltrane que se daba por perdida y reaparece, la final de la Champions con un golazo que recordará el de Zidane... Perdernos todo eso no tiene gracia. Si por un descuido uno se fuera de este mundo sin haber visto alguna película de Marion Cotillard o de Rachel Weisz, tampoco tendría ninguna gracia. Si los oros del otoño incendian los arces del Canadá o los álamos del Canal de Castilla, pues ya sé que "se quedarán los pájaros cantando", pero maldita la gracia que me hace. Por cierto, nunca he tenido del todo claro si ese célebre poema de Juan Ramón -El viaje definitivo- es una resignada aceptación lírica de lo inevitable o si, por el contrario, contiene una grave queja a quien 40 años después será su dios deseado y deseante. Es verdad que todo está muy apacible en ese poema, pero hay en él un verso delicadamente atroz: "se morirán aquellos que me amaron." No se me ocurre un endecasílabo que más pueda dolerme. Mejor no pensarlo. Y llegados a este punto, es preferible hacer de la necesidad virtud y celebrar cuanto está por ver y tenemos al alcance en este otoño recién estrenado. Hay un ejercicio que viene bien practicarlo al inicio de cada estación: ¿qué quiero hacer en las próximas semanas? Respondo: ver algunas películas de estreno (Woody Allen, Sorrentino, Amenábar...); leer, entre otros, el libro de María Belmonte Peregrinos de la belleza y el poemario Confiado, de González Iglesias; pasear por Madrid en octubre; escribir a alguna amiga un correo que le resulte inolvidable... durante unos minutos; degustar buenos vinos los sábados al mediodía con Paco y Máximo; encontrar un buen editor para mis Joyas robadas; ver ganar al Madrid bordando el fútbol (Isco, James, Karim...); conseguir con alguno de estos posts que alguien me quiera más.



viernes, 18 de septiembre de 2015

hay que cambiarlo todo

     No es fácil escribir, no lo es, aunque a veces pueda parecerlo. Más aún: creo que la mayor dificultad está en hacer creer al lector que las palabras escritas han surgido con la misma naturalidad que él percibe ahora al leer esa frase, ese párrafo que fluye sin obstáculos ni arrepentimientos como agua que mana y corre. Pero las palabras a menudo se nos ocultan, se camuflan, se hacen pasar por otras. Sí, las palabras precisas -que son las más preciadas- presentan resistencia. No se conquista una oración definitiva así por las buenas: antes hay que entrar a saco en el idioma, asediar la ciudadela de los sustantivos, cortarle la cabeza sin misericordia a los primeros adjetivos que nos salgan al paso, admitir que, en efecto, "no hay adverbio que te venga bien". Bueno, también las caricias suelen ser persuasivas. En el trato con las palabras, sólo cuando uno admite que no es propietario de nada, que todo es prestado y provisional, sólo entonces está en condiciones de empezar a hablar. O a escribir. Pero es verdad que hay días en que las palabras solicitadas dan la callada por respuesta. Aunque siempre será preferible, o al menos más honesto, una incomparecencia a una suplantación. Escribir 'gato' cuando se debería haber escrito 'liebre' puede resultar incluso divertido por momentos, pero al cabo deja un cierto amargor, entristece en secreto. Los que escribimos -bien, mal o regular, o todo ello revuelto y junto- sabemos que más nos vale que las palabras acudan, que nos asistan, porque sin las palabras precisas no hay ideas claras, no discurre el pensamiento. Y bien, ¿adónde pretendo llegar con todo esto? Eso quisiera yo saber. Pero si uno echa un vistazo al panorama de la actualidad, quizá en aquello que ve, y en lo que entrevé -en lo que aparece y en lo que no aparece ni por asomo en los medios-, encuentre la respuesta a esa pregunta. Yo no pretendo fastidiar el día a nadie (soy hedonista, ya es sabido), pero desde hace varias semanas me acuerdo con frecuencia de la última frase de una serie televisiva de mediados los años 70: La señora García se confiesa, protagonizada por Lucía Bosé, escrita y dirigida por Adolfo Marsillach (ver Wikipedia). Esa frase, mecanografiada letra a letra en el último plano de la serie, decía así: "hay que cambiarlo todo." Se refería, claro está, a la situación del país y de la sociedad española de entonces. Pues bien, 40 años después, la realidad y las noticias de cada mañana me reafirman en la idea de que, efectivamente: "hay que cambiarlo todo". O casi todo. Y sí, ahora lo sé: esas eran las cuatro sencillas palabras que yo venía buscando, sin saberlo, desde hace tiempo.
   

viernes, 11 de septiembre de 2015

la siesta

                                                                                                                       a Diego Fernández Magdaleno

     Haciendo limpieza de papeles, aparece un sobre que contiene un tesoro. En él puede leerse en letras verde pistacho: 'Van Gogh/en de kleuren van de nacht/13.02 - 07.06. 2009.' Firmado: 'Van Gogh Museum, Amsterdam'. Dentro del sobre hay fotos y postales adquiridas en las tiendas de los museos, en galerías de arte, incluso en mercadillos o en puestos callejeros a lo largo de los años. Y así, junto a una bellísima Santa Cecilia de Burne-Jones, que puede verse en una de las vidrieras de la catedral de Oxford, aparece una mujer con alas negras junto a un dragón, arrodillada, consternada, cubriéndose el rostro con las manos mientras alguien observa la escena desde la puerta entreabierta del gabinete; se trata de un conocido collage de Max Ernst que lleva por título La cour du dragon 10. Pero después de esa pesadilla surrealista aparece una postal que yo he mirado mucho: La siesta, de Julio Romero de Torres, óleo sobre tabla, fechado en 1900. Vemos en él a una mujer joven, sin duda esbelta, que aspira el aire de verano a la hora de la siesta en el jardín de su casa, en el sur. Está sentada, de perfil, en una mecedora modernista o art nouveau. Su vestido blanco de gasa o muselina flota en el aire cálido de primera hora de la tarde. Aprovechando la disculpa de las flores, mira para el otro lado. Ha renunciado a la sombrilla, roja, de la que se ha desprendido hace un minuto con más indolencia que desdén. Un minuto que ya parece una eternidad a eso de las cuatro de la tarde. Huele a azaleas y a magnolias que esa mujer escucha con los ojos cerrados. Quizá espera una carta de ultramar. Aunque la mayor duda está en saber si es una mujer recién casada o a punto de serlo. Incluso es posible que esa manera de mirar hacia allá, de volver el rostro al otro lado, sea debido a que espera la llegada de un barco, y que un novio descienda con su traje color vainilla y busque con la mirada a la novia más bella del puerto y del mundo, la que no duerme la siesta y espera en silencio, balanceándose en la mecedora del jardín fragante. Creo que el mayor acierto del pintor está en ocultarnos el rostro de esa mujer; aunque también su pie derecho -ese apenas visible zapato gris- tiene su aquel. El cabello recogido en la nuca sin esfuerzo, el calor que se acumula en la tapia, el vaivén de esa mecedora que recuerda el compás de las habaneras... Si uno cierra los ojos oye el zumbido de un moscardón. Sería faltar a la verdad si yo hiciera sonar ahí una música; no hay tal. El silencio de las cuatro de la tarde a primeros de agosto es inequívoco, se le reconoce siempre, ya sea aquí o en Camagüey. Pero yo quiero hacer sonar ahora una música, no dentro de ese cuadro sino en la mente del observador, y si fuera posible en la de esa esbelta mujer que espera y mira hacia otro lado. Quiero que suene ahora, sí, la 'Evocación' de la Suite Iberia, de Albéniz. Es un capricho, lo sé, pero estoy en mi derecho de hacer que suene. Y está sonando, está sonando...

Isaac Albeniz, Suite Iberia: Evocación - YouTube
Cuadro de La siesta de Julio Romero de Torres | - Cuadros famosos, Cuadros de Julio Romero de Torres - ARTEFAMOSO

viernes, 4 de septiembre de 2015

¿volver o no volver?

     Me pregunta una amiga imprescindible: "¿comienzas ya a escribir los viernes?" Se refiere a si reanudo la publicación semanal en este blog. Confieso que durante casi toda la semana no he tenido una respuesta clara, aunque la duda me ha llevado a ejercitar la mente en una partida de ping-pong entre el sí y el no. ¿Volver el viernes 4, o retrasar la vuelta hasta la semana siguiente, o incluso dejarlo para fin de mes? Nada tendría de extraño que este mirón reapareciera a primeros de octubre, pues es bien sabido que los veraneantes de toda la vida nunca hemos vuelto del todo antes de haber disfrutado por entero el sol del membrillo; o tras la vendimia, con el sabor reciente de las primeras uvas moscatel. ¿Volver antes de tiempo? ¿Para qué? ¿Para ponerme en evidencia, tras una larga inactividad ante las teclas del ordenador, y que este suene como un piano desafinado? No, yo todavía no me he incorporado a la rutina de la nueva temporada, y de algún modo sigo veraneando, aunque ya en Madrid. El pasado lunes, en su venturosa reaparición, mostraba El Roto a un bañista solitario paseando por la playa y haciéndose esta reflexión: "Lo mejor de las vacaciones es cuando se les acaban a los demás." Yo también lo veo así. Creo que con playa o sin ella -y sin necesidad de yate atracado en Port Andratx ni de mansión en Malibú o en Portofino- hay un estado de ánimo ocioso que se puede extender a lo largo de septiembre, incluso adentrarse en la primera quincena de octubre. Claro que para ello se requiere un especial talento diletante, una saludable tendencia al hedonismo. Más que de un ejercicio voluntarista, se trata de una cierta disposición favorable a contemplar la puesta de sol sin prisa ninguna, pero también sin dolor por el día que arde en el crepúsculo. No, nada de dolor, porque el atardecer se entrega a la noche como un río en toda su amplitud se vierte al mar. Algo así. Y ya sabemos que la noche y el mar están llenos de tesoros expectantes, de racimos de estrellas, de caballos azules noche adentro, mar adentro... Recuerdo ahora un retrato que Manuel Vicent, en su sección 'Mitologías', le hizo a Billy Wilder -aquel genio del que dijo William Holden que en lugar de ideas en el cerebro tenía cuchillas de afeitar-. Pues bien, al final de ese retrato concluye Vicent que "a este mundo ha venido uno a divertirse y a empujar con la yema del dedo la aceituna hacia el fondo del martini mientras resumes el mundo y la existencia con una frase feliz. Fuck you." Y en esas estamos, empujando con la yema la aceituna y viendo cómo sale a flote una y otra vez, a la espera de que una frase feliz emerja desde el fondo del martini y justifique el universo. O al menos la reaparición de este blog, me temo que algo precipitada. No sé, quizá dos o tres semanas más de silencio hubieran favorecido la primera entrega, el primer capítulo de esta serie, ya en su cuarta temporada. Pero eso es hablar por no callar. ¿Volver o no volver? Sea cual sea la respuesta, casi da igual. Como me dijo otra buena amiga hace ya muchos años: "tanto si me caso como si no, sé que, haga lo que haga, me voy a arrepentir." De todos modos, bienvenidos a septiembre.