viernes, 31 de mayo de 2013

enredo

El capo de una red de corrupción masiva. El tesorero multimillonario y evasor profesional de un partido político vinculado a la trama. Una ministra que no se enteraba de que algunos de sus viajes privados -Suiza, Laponia, EuroDisney-, así como fiestas de cumpleaños o facturas de primeras comuniones corrían por cuenta de alguien que no era ella ni su marido. O ex marido. Un presidente de diputación, encausado por prevaricador, al que le tocaba el gordo de la lotería una y otra vez. Un miembro de la Primera Familia del país que se había forrado con sus manejos de una fundación ‘sin ánimo de lucro’. Un presidente de la patronal que acabaría en chirona por tremendo chorizo. Un largo listado de banqueros (o cosa semejante) que habían amasado fortunas fabulosas gracias a su capacidad para llevar a la ruina a las entidades que dirigían y hundir en la miseria a miles y miles de pequeños ahorradores. Un precioso Jaguar que de pronto aparece aparcado en el garaje del chalet de la despistada ministra, sin que ella se sorprenda ni pregunte el porqué de tal aparición. Un consejero de Sanidad que defiende con fervor que se cambie la ley para permitir el consumo de tabaco en los casinos que un magnate del juego (y todo lo que ello conlleva: mafias, droga, prostitución) va a poner en marcha en la corte de los milagros... Y esto no es más que una pequeña muestra. Si a ello le ponemos la música de la inolvidable serie Enredo, ya tenemos todos los capítulos de la primera temporada listos para ser grabados y emitidos en prime time. ¿Qué sorpresas nos depararán los nuevos episodios que los guionistas están preparando para la siguiente temporada? ¿Quién entrará en la cárcel y quién saldrá bajo fianza millonaria o indultado por quien puede hacerlo? ¿Se sentará finalmente en el Consejo de Ministros el representante de los obispos, sin derecho a voto pero con derecho a veto? ¿Qué oscuro fondo de inversiones se quedará definitivamente con la joya de la corona: la Sanidad Pública Privatizada? ¿Se condecorará en solemne acto privado a quienes generosamente se hayan acogido a la amnistía fiscal? ¿Qué grupo de presión se llevará el gato al agua y logrará que los programas El Intermedio y/o Salvados sean retirados de la parrilla televisiva? Veremos. Hoy, todo es posible en España. 

viernes, 24 de mayo de 2013

gatsby


 El gran Gatsby, la novela de Scott Fitzgerald, es sin duda una de las más grandes de la narrativa norteamericana del siglo XX. Nadie lo discute. Y además lo reúne todo para sacar de ella un peliculón de los que hacen época: la complejidad psicológica del protagonista; el espléndido narrador y testigo de la historia, Nick Carraway (un verdadero hallazgo de Fitzgerald); el lujo y la extravagancia de los locos años 20 en un Nueva York frenético y deslumbrante que se mueve al ritmo del jazz; la poética de un Jay Gatsby joven y multimillonario que confunde la realidad con el deseo, los sueños con la vida; la historia de amor (malogrado) del protagonista con la delicada y evanescente Daisy; la progresión de un relato que va de la fiesta perpetua y la alegría de vivir (en Long Island) hacia los sueños incumplidos, los juguetes rotos, la melancolía inevitable, las luces que se apagan... Todo eso y más, mucho más –la velocidad, el whisky, los gangsters, la belleza convulsa de aquel New York, la juerga que parecía interminable, el inicio y el fin de una época– está en la novela y constituye el sueño dorado de todo buen director de cine. Pues bien, el sábado pasado fuimos a ver El gran Gatsby. Yo iba advertido y no esperaba gran cosa de esta película, pero no puedo negar que me apetecía concederle cierto beneficio de la duda, aunque fuese remoto; mi mujer confiaba más en el destino, quizá esperando que el glamour de ese título se viera trasladado a la pantalla. Vale, de acuerdo, hasta aquí todo ha ido más o menos bien, pero la pregunta resulta inevitable: ¿Y? La verdad, preferiría no tener que responder a eso, aunque ya es tarde para hacerme el rajoy o mirar hacia otro lado. Al día siguiente le escribí un mail a una amiga en el que le hablaba de la película con estas palabras: “Es un spot de Freixenet de más de dos horas de duración: burbujas y más burbujas sin nada dentro (...) A los diez minutos ya lo has visto todo, y los movimientos de cámara ya te han mareado lo bastante como para decir ¡basta! y pedir Biodramina.” Creo que es suficiente, no voy a añadir más sobre esa película, aunque sí una frase acerca de su director, Baz Luhrmann (autor de éxitos como Moulin Rouge): queda claro que este hombre no da el perfil exigible para embarcarse en un proyecto así. Luhrmann es, o sería, un eficaz realizador de videoclips musicales, o de spots publicitarios de elevado presupuesto. Me atrevo a decir incluso que (con la ayuda inestimable de Mario Testino como operador y art director) Baz podría firmar un buen teaser para el próximo desfile de Victoria’s Secret. Cuidado, que nadie menosprecie ese trabajo y esa firma top: estamos hablando de los ángeles de VS; es decir, estamos hablando del paraíso. Se me acaba el tiempo y el espacio, pero un minuto antes vamos a imaginar un Gatsby dirigido por Sidney Pollack después de Memorias de África; o que Coppola, en lugar de arruinarse con la maravillosa pero imposible Corazonada, hubiese puesto todo su talento y su dinero en llevar a la pantalla The Great Gatsby; o que Scorsese, con su acreditada pericia, su temperamento narrativo y su amor al cine, hubiera levantado una versión feroz, aunque amable en apariencia, de ese mundo de ficción. ¡Qué tres películas! Ganas me dan de empezar a imaginar, a contar, cada una de ellas. 

viernes, 17 de mayo de 2013

no digas 'eufemismos', di 'formulaciones alternativas'

Hace dos meses publiqué aquí un post que aludía al intento de suplantar la realidad mediante el lenguaje por otra más amable y conveniente a los intereses de los suplantadores. Su título: hablar para ocultar. Es un tema que me apasiona: ¿Se puede crear realidad a través de las palabras? ¿Se puede generar una especie de realidad transgénica mediante la manipulación del lenguaje?  Desde luego, una apariencia de realidad sí que puede conseguirse, al menos por un tiempo. La mecánica es compleja pero sencilla: primero se crea un embrión de neolengua (véase Orwell) a base de  eufemismos que suavicen y embellezcan la cruda realidad; acto seguido, mediante el servicio de transferencias de residuos sólidos, se retira de la circulación los términos originales caídos en desgracia; a partir de ahí da comienzo una fase de implantación extensiva de la nueva realidad triunfante. En efecto, avisado lector, estoy haciendo una parodia, pero partiendo de algo que ya forma parte del paisaje. Siguiendo esa línea, me pregunto si existirá realmente un laboratorio de eufemismos –¿dónde, en qué centro de poder, en qué planta noble o sótano sombrío?– que esté ahora mismo elaborando conceptos y denominaciones de nuevo cuño, un departamento constituido por acreditados lingüistas, sociolingüistas, lexicógrafos, creativos publicitarios, ilusionistas expertos en hacer aparecer y desaparecer objetos y palabras de curso legal... No tengo pruebas de que exista físicamente ese laboratorio de ideas o boutique creativa (llámese think tank si se quiere), pero intuyo que, de un modo u otro, tiene que existir. De lo contrario, ¿quién iba a crear hallazgos tan irreprochables como ‘cambio de ponderación’ para nombrar lo que es una pura subida de impuestos, o llamar ‘movilidad exterior’ a la penosa fuga de cerebros, o ‘desindexación’ a la pérdida de poder adquisitivo o empobrecimiento? No digamos ya nada del virtuosismo semántico que algunos han exhibido para escamotear ‘amnistía fiscal’. Lo de ‘crecimiento negativo’ para no decir recesión ya queda tan antiguo como el cine mudo frente al 3D. Ahora estamos en una fase mucho más sofisticada y ultraliberal: se trata de convencer al votante televidente de lo que podríamos llamar ‘la evidencia del oxímoron’ –ya se sabe: ‘hielo abrasador’, ‘amoroso tormento’, ‘caída hacia lo alto’–, el cual no deja de ser, dentro de esta lógica perversa y sumamente creativa, una forma de pleonasmo: ‘las mata bien muertas’, por ejemplo. Llegados a este punto, debo admitir que soy o he sido durante treinta años creativo de publicidad, copy, para más señas, que en mi currículo aparece un poema titulado me anuncio por palabras, y que me ofrezco a ese Laboratorio de Eufemismos (perdón: de Formulaciones Alternativas) para aportar mi grafito de avena. Y hablando de juegos y equívocos: había una postal muy chula en Chueca hace unos pocos años –coincidiendo quizá con el 30º aniversario de la Constitución– en la que aparecía un bello travelo putón, con su hermosa melena pelirroja, la boca entreabierta y bien dibujada, una pose de lo más  sugerente y una pistola en la liga. Ella, en la postal,  solo pronunciaba una palabra: “Constitúyeme”. Yo estoy dispuesto a constituirme o dejarme constituir, no por un plato de lentejas transgénicas, eso no, pero sí por una bandeja de cigalas clase extra, un reserva de 100 euros (qué menos), un viaje a Orlando para toda la familia y una Seguridad Social garantizada de por vida para mí y para mis nietos. Con eso me conformo. Y a ese precio vendo mi alma al diablo y mi cuerpo a la ciencia. Se admiten ofertas.

Para los eruditos que buscan siempre bibliografía, aporto aquí un enlace no del todo innecesario. http://elpais.com/elpais/2012/04/26/opinion/1335442116_849344.html

viernes, 10 de mayo de 2013

¿desfachatez o alevosía*?



Creo que nos pasa a todos: a veces parece que alguien nos leyera el pensamiento y lo pusiera por escrito, como para decirnos ‘no te creas tan original; lo mismo que piensas tú acerca de ese asunto también lo hemos pensado otros’. Digo esto porque el domingo pasado leí un artículo de Maruja Torres: Publicidad con alevosía. Copio algunas frases: “Tomemos, por ejemplo, el caso de la publicidad de los bancos.” (...) “Los bancos deberían saber que cualquier publicidad que emanen es contraproducente, sobre todo los que han recibido dinero público.” (...) “No es de extrañar que cuando aparece en los cines el anuncio de Bankia de empezar por los principios...” [se produzca en la sala] “un abucheo sin precedentes. Yo ya lo hago solita,  pero con todas mis fuerzas -confiesa MT-, cuando lo escucho por la radio.” A mí me ocurre otro tanto. Y además todas las mañanas. Dicha cuña de radio a veces entra casi inmediatamente después de alguna noticia relacionada o muy próxima a ese banco que ahora se pone estupendo, desvergonzadamente estupendo. Viene a decir algo así como: ‘vale, bien, es cierto que hemos sido un poco malos, je-jé, pero ahora vamos a ser muuuuuuy buenos, OK? Así que, lo pasado pasado, y pelillos a la mar’. Cada vez que lo escucho no puedo evitar el imaginarme a ese copy del departamento creativo que le ha tocado escribir la cuña diciéndose a sí mismo: ‘vaya papelón que voy a tener que hacer’. Y qué decir del cachondeo perfectamente imaginable en el estudio de grabación, donde, entre toma y toma, los sarcasmos habrán circulado del técnico de sonido al locutor, y de este al ejecutivo de la cuenta, del ejecutivo al creativo... y así sucesivamente. Desde luego, hace falta valor, y una desfachatez a toda prueba, para programar la inserción de esa cuña de radio (y de otras igualmente provocativas, dadas las circunstancias) en los espacios publicitarios de un informativo. Yo no quiero ser malpensado, y no lo soy, pero el ‘recochineo’ –en  expresión de Maruja Torres– que se desprende de las campañas de algunos bancos y de algún gobierno... parece que respondiera a una provocación perfectamente programada. Es como si con ello se buscara que algún damnificado perdiera los nervios (que sería lo único que le quedara por perder) y tuviese una reacción violenta, irracional, del todo reprobable; y convertir así, con la ayuda de los muchos medios y del ‘equipo médico habitual’, a las víctimas en verdugos, y viceversa. Pero no, no puede ser. Las cosas no siempre son lo que parecen. Estoy casi seguro de que esas campañas responden a criterios y buscan objetivos mucho más previsibles y vulgares: lavar la cara, hacer (o simular) un pequeño descargo de conciencia, engatusar de nuevo, recuperar en lo posible su cartera de clientes...  Después de todo, no son más que eso: carteristas. Conspiraciones y fantasías diabólicas escapan a su idiosincrasia. Al menos eso es lo que  yo creo. O quiero creer.

(*) alevosía: 1. f. Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin riesgo para el delincuente. Es circunstancia agravante de la responsabilidad criminal.  (DRAE) 

lunes, 6 de mayo de 2013

sono tutto quello che vedo


 Este podría ser perfectamente el eslogan de un buen mirón, ‘soy todo lo que veo’, y ganas me dan de dejarlo puesto ahí como cita permanente en este blog. En realidad, es el título de una exposición de la artista italiana Veronica Botticelli que en estos días puede verse en una galería romana. Poco más de 48 horas en Roma han sido suficientes para regresar con la mirada repleta de imágenes. Si toda gran ciudad es una fiesta para el observador, Roma es una auténtica orgía: ‘donde estés y a la hora que estés’, mires donde mires, tienes garantizado el espectáculo. Todo aquello que entra por los ojos –las piedras, las plazas, las fuentes, los palacios, las setecientas iglesias, las tiendas de moda y sus escaparates, una cierta dejadez o elegante abandono muy romano, el tráfico razonablemente anárquico, los espectaculares sacerdotes de diseño que aparecen por toda la ciudad como modelos de Armani o Valentino, la belleza irreductible por todos los rincones, la explosión de mayo en los jardines, en los patios con yedra y palmeras, en los andares fluyentes de los bellos cuerpos jóvenes...–, todo aquello que entra por los ojos, digo, es de tal exuberancia que exige al mirón detenerse de vez en cuando para sentarse a la sombra, medio entornar los párpados y saborear un gelato. Roma es todo lo que se dice o se ha dicho de ella, sí, pero también todo lo que te pasa por la memoria o la imaginación en cada momento, en cada terraza, a la vuelta de cada esquina. Yo no soy muy original: veo venir a un tipo delgado con gafas de concha, pelo negro, gesto serio, marcados pómulos... y estoy viendo venir a Pasolini; aparece una Vespa (las hay a cientos) por alguna calle estrecha, cerca de Piazza di Spagna, y en ella vienen sin remedio Gregory Peck y Audrey Hepburn. Y así sucesivamente. Dos imágenes: esperando el autobús, a un paso del Vaticano, un cura enjuto y octogenario, puede que irlandés, lee un libro de oraciones, o de Giovanni Papini; al punto aparece una monja de parecida edad y hábito blanco. Fantaseo: quizá se conocieron siendo muy jóvenes, no lejos de aquí, acaso en la entronización de Juan XXIII. ¿Hubo entre ellos una..., cómo decirlo, una intensa comunión espiritual? ¿Se escribieron (en latín) apasionadas cartas de amor divino? La vida y las misiones los alejó. Ahora, más de 50 años después, con la elección de Francisco, han vuelto a coincidir en Roma. Pero ellos (en el instante en que tomamos la foto) todavía no lo saben. Esa es solo una de las posibles historias: hay tantas como miradas de quienes esperan el autobús y observan la escena. La otra imagen tiene lugar en Via del Corso a media mañana: un motocarro azulón repleto de flores (más propio de La Habana Vieja) lleva la exultante primavera de un lado a otro de la ciudad. ¿Quién escribe el guión? ¿Quién es el art director de todo ese espectáculo?