viernes, 26 de junio de 2015

¿está Kafka? que se ponga

     Aunque seamos de Letras, estamos muy unidos a los números, casi que inseparablemente unidos a algunos números. Por ejemplo: fecha y hora de nacimiento;  peso, altura, talla, calzado; dorsal que lucíamos en la camiseta del equipo del colegio; número del DNI o de la tarjeta sanitaria; código postal; la matrícula de tu coche; la línea de autobús que te llevaba a ella. El 3-4-8 pertenece ya para siempre a la avenida Corrientes y a Gardel; 33 eran las revoluciones por minuto de aquellos vinilos long play. Y cómo renunciar a el número Pi de Wislawa Szymborska, o al 7, al 9 y al 15 de la romería de Yerma, cuando Morente mueve tal que así la mano izquierda, y después la derecha, para decir: "¡gemía, siete veces gemía, nueve se levantaba!", y enseguida sabremos que "quince veces juntaron jazmines con naranjas." Nos atrae el 0 porque es filosofía de principio a fin, o de la nada al infinito; deseamos el 69 porque nos lleva a un simultáneo placer simétrico; el 221 remite a Baker Street y, por tanto, a Sherlock Holmes; 1.280 alude a una novela negra americana, brutal como pocas; el 451 nos recuerda a Ray Bradbury y a Truffaut, y es la temperatura -escala Fahrenheit- a la que, al parecer, arden los libros. El 20 pertenece por derecho propio a la 20th Century Fox; Uno, dos, tres es puro y vertiginoso Billy Wilder, aunque "el uno, el dos, el tres..." forma parte de una bonita canción de Mecano. 983 es el prefijo telefónico que marco cada día, a eso de las 21 h. Y así llegamos inevitablemente al número del teléfono fijo de esta casa, y a los de los móviles integrados en el mismo contrato. Y aquí debo confesar que, tras larguísimas conversaciones telefónicas con los servicios de ¡atención al cliente!, seguimos empantanados en una tierra media donde no se vislumbra salida ninguna: ya no es que 'estemos en' sino que 'pertenecemos a' Orange y a Vodafone al mismo tiempo. Pese a las múltiples solicitudes, Vodafone no consiente en darnos de baja; Orange, por su parte, no es capaz de librarnos  de las garras de su competidor. Así pues, aquí tenemos dos ADSL, dos routers, dos operadores telefónicos, dos facturas mensuales. Estamos en un laberinto sin salida. Kafka no se imagina lo que es esto. Mi mujer -que es quien lleva el tema- lo ha intentado ya con todos los recursos: expositivos, racionales, pedagógicos, amistosos, democráticos, ligeramente irónicos, de súplica, desesperados, amenazantes... Nada, no hay modo. Esta gente -no me refiero aquí a los sufridos y malpagados teleoperadores/as- no hace usuarios: hace prisioneros. Esas poderosas transnacionales invierten grandes cantidades en marketing y publicidad, bien lo sé, en eventos y en patrocinios, en Fórmula 1, etc, pero lo cierto es que estos campeones del libre mercado no captan usuarios: toman rehenes. Los números de teléfono que te asignan, te los graban a fuego en la piel con toda amabilidad. Pronto descubres, ay, que esos dígitos son tatuajes. Y en esas estamos, en el asombroso mundo del tatoo.

 Enrique Morente -Romerías de Yerma- www.estrella-morente.com - YouTube

viernes, 19 de junio de 2015

la jungla de asfalto

     "Decenas de fieras escapan del zoo de Tiblisi en las inundaciones de  Georgia", decía el titular. Más adelante se informaba de que entre los fugados había tigres, leones, lobos, osos, hipopótamos... Inmediatamente se desató el bestiario en mi imaginación. Es un viejo tema que yo he visitado bastante; o él me ha frecuentado a mí, entre la vigilia y el sueño. En Poeta en Nueva York había, y sigue habiendo, creo, cocodrilos de ojos glaucos reptando por los rascacielos. Y en Remando al viento -aquella inolvidable película de Gonzalo Suárez- hay una escena en que aparece una gran jirafa en el interior de un palacio veneciano. Me gustan esas mezclas de barroco y leopardos, papagayos y sacristías, archiduques y caimanes, trenes repletos de fieras enjauladas que irrumpen de pronto en un palacio suntuoso -como aquella caballería cosaca de Capricho imperial irrumpiendo en el salón del trono- y las bestias escapan de sus jaulas, ascienden por las escalinatas de mármol, se apoderan de los salones, de las alcobas, y dejan a su paso un rastro de sangre caliente. Hay boas estrujando la cintura de las estatuas, o haciendo añicos las arañas colgantes del salón rococó. Suena el Recondita armonia de Puccini por todo el palacio en penumbra. Un toro de ojos verdes vela los sueños de una princesa nórdica. Un tigre de Bengala le hace el amor a un chambelán. El aullido de los lobos resuena cada vez más cerca del jardín francés. Claro que también está esa fantasía de las avenidas de Manhattan tomadas por las cebras y los jaguares. La jungla birmana apoderándose de Central Station y de Wall Street. El Empire State coronado por King Kong... Lágrimas caen. Sí, a veces imagino instalaciones artísticas en palacios o en rascacielos deshabitados, en catedrales y en cementerios románticos donde las bestias se apoderan de los edificios, derriban pedestales, profanan tumbas, se encaraman en los púlpitos, abrevan en las pilas bautismales de ónice, fornican a cuatro patas (como no podía ser de otro modo) sobre el lecho nupcial. Pero lo mejor y más moderno de esas instalaciones imaginarias es que allí todo sucede sin testigos, como cuando amanece para nadie o llueve en el bosque. Mientras todos duermen, los sigilosos guepardos se están introduciendo en el convento de Entre tinieblas y en las suites del Waldorf Astoria, del Danieli, del Negresco... Sí, se está urdiendo una conjura, un zarpazo con todas las garras contra el stablishment. Vale, lo admito: hoy estoy en el lado equivocado, estoy salvaje. Mañana seré un cordero.

Walk on the wild side,Lou Reed,subtitulado en español - YouTube

viernes, 12 de junio de 2015

dios salve a la reina

     "Sirmione, el retiro de Maria Callas", leí hace unos días en un reportaje donde se contaba que durante los años 50 la gran diva solía retirarse a una villa en lo alto de esa localidad, situada junto al lago de Garda. Confieso que a mí siempre me han atraído esos lugares elegidos por algunos para retirarse por una temporada o indefinidamente. En los tiempos del Imperio Romano, cuando venían mal dadas o fracasaba alguna conjura en el Capitolio, los patricios y senadores implicados solían retirarse prudentemente al Aventino, donde tenían sus villas bien atendidas y dispuestas, ya fuese para un tiempo de silencio o para una bacanal como mandan los dioses. En Davos, en Sils Maria, Baden-Baden, Karlovy Vary, Marienbad... se han 'retirado' personalidades como Goethe o Freud, Rilke, Nietzche, Proust, Lou Andreas Salomé, Thomas Mann... En España, a ese respecto, siempre hemos tenido Yuste, Valdemosa, Caldas de Reis, Cestona y otros lugares apacibles donde tomar las aguas o reponerse de unos amores contrariados. Pero no todo el mundo requiere o está a la altura de una retirada al Aventino. Sólo algunas almas sensibles, hiperestésicas, merecen realmente largas sesiones de talasoterapia en Buçaco o el Grande Hotel da Curia, una convalecencia del espíritu en Lucerna o en Locarno, frente al lago, un dulce otoño en la Toscana o en una casita con jardín en la campiña de Oxfordshire...Y aunque es verdad que todo eso está muy bien, y goza de un gran prestigio literario, lo que me ha traído hasta aquí ha sido el hecho en sí de 'retirarse' por un tiempo... o de por vida. Qué tentadora ha de ser esa idea: una oportuna retirada en el momento idóneo y al lugar adecuado donde refugiarse y ponerse uno a salvo: con buena calefacción y chimenea en invierno; sombra y frescura en los meses de estío; libros, amor y buenos vinos durante todo el año. Allí las prisas quedarían abolidas; la codicia, retirada de la circulación; el perro conviviría sin problemas con la gata; la propiedad sería compartida con los amigos; las noticias llegarían con sordina y con retraso. Pero es preciso haber hecho un largo y provechoso viaje para alcanzar esa disposición de ánimo, y también, por qué no decirlo, esa sabiduría: aprender a renunciar a algunas cosas que no valen lo que pesan y ocupan, para, de ese modo, dejar espacio a otras, acaso más modestas, pero también más agradecidas y mejores compañeras de viaje. "Somos el tiempo que nos queda", dice Caballero Bonald. ¿No deberíamos pararnos a contemplar nuestro estado y sacar alguna conclusión? Yo no digo que haya que dejarlo todo ya mismo y retirarnos tres o cuatro meses -qué menos- a un hotelito con encanto a orillas del lago Como, lo que digo es que hay que aprender a soltar lastre, a distinguir lo prescindible, lo renunciable, de lo que no lo es. Hay que elegir, no queda otra. Es como estar en una partida de ajedrez: si queremos salvar la reina, tenemos que renunciar al alfil, al caballo, es posible que incluso a la torre. De lo contrario... habremos perdido el tiempo que nos queda.
  

viernes, 5 de junio de 2015

segunda oportunidad

     Hay días que salen repetidos. Desde primera hora nota uno que le falta frescura a la mañana, como si nos vendieran un periódico atrasado; pronto notamos que esas noticias, esos titulares, ya los habíamos leído. Es una sensación antigua y conocida. Parece como si el guionista de nuestra vida se encontrara indispuesto, y alguien -el encargado de la continuidad- sacase del archivo un día cualquiera ya vivido y tratara de colarlo como si fuera un estreno. Pero no cuela: la memoria, el olfato y los demás sentidos detectan enseguida que se trata de una reposición. Es muy conocida la frase de El perseguidor, de Cortázar: "esta música ya la toqué mañana." Ocurre lo mismo pero a la inversa con esos días que salen del amanecer ya usados, gastados, sin novedad o sorpresa que ofrecernos. Es cuando, tras el segundo sorbo del primer café del día, nos decimos: este café ya lo tomé el lunes... o una mañana de octubre, a finales de los años 90. A partir de ese descubrimiento, todo lo que nos va llegando es material reutilizado, momentos en diferido, plagios, programas en redifusión. Claro que también en esto hay clases. No es lo mismo la burda copia de un martes sin sustancia que la reproducción unánime de un bolso de Prada o de un cuadro de Hooper o de Grosz. En esos días duplicados se dan los mismos menús, las mismas tentaciones, propuestas semejantes. Y eso lo adviertes cuando suena el teléfono y la voz empalagosa y dominicana que hace un mes te invitó a cambiar de operador, es la misma que ahora te propone una oferta -más tentadora, si cabe- para desandar lo andado y regresar a casa, renunciando a Orange y volviendo a Vodafone. O incluso que repudies a ambas para dejarte querer por Jazztel o MoviStar. Y luego dicen que el pescado es caro, y que si somos infieles, promiscuos, libertinos... ¡Pero si nadie ha hecho tanto en favor de la promiscuidad y el intercambio de parejas como este modelo económico de las grandes empresas y las traiciones recompensadas! Bueno, dejemos eso ahora, que no quiero distraerme. La cuestión es: ¿qué hacemos con los días que nos llegan ya vividos, como trajes de otro o coches de segunda mano? De acuerdo que tienen algo de fraude, de pequeña estafa, pero tampoco hay que despreciarlos, creo yo. Cuánto daríamos, llegado el momento, por disponer de una abultada bolsa de días repetidos, con su luz ya usada, sí, pero con la sombra disponible, transitable... Y ahora que lo pienso, quizá la otra vida, en caso de existir, sería eso: habitar la sombra de los días, el lado de las horas que no usamos. Así las cosas, quizá en ese improbable más allá nos espere a los diestros un mundo raro hecho a la medida de los zurdos. Y viceversa. De algún modo, estaríamos admitiendo la existencia de eso que llaman segunda oportunidad.