jueves, 24 de diciembre de 2015

de buen mal humor

     ¿El mal humor es proclive a la rebeldía, al ímpetu de la revuelta? Pudiera serlo. Si así fuera, yo he pasado una temporada -coincidiendo con la campaña electoral- inusualmente malhumorado, como poseído por un estado de rebelión casi adolescente. El mero hecho de ver u oír a determinados personajes del panorama político español (o a sus palmeros más acreditados) me irritaba hasta el sarcasmo, o incluso el exabrupto. Sospecho que el mío no es un caso aislado; cada cual tiene sus propias fobias. Pero ese mal humor de gesto adusto, esa "cólera de un español sentado" ante el telediario o el ordenador no deja de ser un derroche de energía, un alarde de pasión más propio de los impetuosos veinte años que de la sosegada edad. Y es ahí donde quería llegar, a esa relación casi reconfortante entre el airado descontento y la exuberancia juvenil que implica. Es un hecho cierto que la indignación revitaliza al indignado, lo saca del dulce sopor o del apacible bienestar y lo devuelve de algún modo a la edad de las audacias y de los excesos. La ira, como el loco amor - "desmayarse, atreverse, estar furioso", otra vez Lope-, son arrebatos juveniles que a veces irrumpen por sorpresa como caballos en el palacio de invierno. Imprudente, sin duda, pero hermoso; arriesgado, pero excitante. Puestas así las cosas, me veo en el deber de mostrarme agradecido a mis bestias negras de la campaña electoral, porque gracias a ellas me siento rejuvenecer, como Cary Grant en aquella comedia de Howard Hawks. Y tirando de ese hilo, quizá la fórmula para recuperar los ardores juveniles consista en mantener viva una continua campaña electoral, con todo su ruido y su tensión nerviosa. Estresante, desde luego, y agotador, pero revitalizante y energético como un potente concentrado de endorfinas, ginseng y jalea real. No daré nombres -¡es Navidad!-, pero estoy seguro de que si veo el telediario... en cuestión de minutos regresarán a mí el ardor guerrero y a la pulsión erótica de los alegres días. Por cierto, había una canción en aquellos años que quizá algunos recuerden: "Manda rosas a Sandra que se va de la ciudad", decía el estribillo. Pues bien, voy a tener que mandar rosas a todos y a todas las Sandras que, tanto si se van como si se quedan, me devuelven la ardorosa pasión, nunca perdida, es cierto, aunque sí atemperada. De modo que, en estos días tan familiares y a la vez expectantes, sólo puedo desearles feliz Navidad y rosas frescas, en agradecimiento por esa rebeldía saludable que suscitan en mí, por ese despertar de la beligerancia y el alegre enfado que sin ellos... no sería lo mismo. Paz, amor, humor.


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