viernes, 4 de diciembre de 2015

elecciones 20-D

     Supongamos que me pidieran una guía básica y algo mundana para que los viajeros de paso por España pudieran moverse por nuestro mapa electoral. Creo que optaría por retratar a los principales candidatos. Por ejemplo, Albert Rivera: sin duda la estrella más rutilante del momento. Funciona de maravilla como flamante novio, yerno impecable, amiguete avispado, socio con pico de oro. Basta un cruce de miradas para saber que te va a ser difícil renunciar a su sonrisa bandida y votar a otro. Aunque también hay algo vertiginoso en esa mirada tan líquida, en ese brillo un tanto temerario que vale igual para hacerle perder la cabeza a tu mujer ('¡anda y que te den!') como para sacar del armario a un defensa central muy rudo o a un brigada con bigotazo. Es un gran vendedor. Ojo con él. Va a por todas. Pablo Iglesias: buena prosodia y contundente dialéctica; sus adversarios le temen tanto como le odian. Hace no mucho le respondió suavemente a un conocido presentador de radio: "Eso es como si alguien dijera que las opiniones de usted son anacrónicas o de extrema derecha." Ha conseguido que sean multitud aquellos que al sentirse avasallados, ninguneados, precarizados, etc, ya no se resignen ni pierdan la cabeza: ahora aprietan la mandíbula y calculan en silencio los días que faltan para las elecciones. Pero a Iglesias quizá le sobre un punto de arrogancia justiciera que lo hace algo antipático. Todo lo contrario a lo que ocurre con Pedro Sánchez: nadie daba un duro por él hace un año, y sin embargo ahí lo tenemos, como un brazo de mar al que le sientan divinamente unos vaqueros ajustados y una camisa azul cielo con las mangas remangadas hasta el codo. Es alto y guapo, y lo sabe. Tiene el gesto noble y la mirada limpia (sin vértigos) de quien no conoce el rencor ni ha pasado por dificultades proletarias o grandes desengaños amorosos. Quizá su encanto radique en ese aire de buen chico bien educado a quien invitarías a comer en casa, con la familia. Aunque resulta algo soso y un poco blandito, la verdad; no le vendría nada mal una pequeña transfusión de mala leche. Mariano Rajoy: un misterio envuelto en una niebla de enigmas. Veamos. El hombre sin atributos conocidos (no hablemos ya de sex appeal); el que sólo lee el Marca; el que nunca da la cara ni responde a lo que se le pregunta; el que será recordado por una frase (que yo me digo a mí mismo): "Luis, sé fuerte"; el que se hace el longuis, confiando en que 'ya bajará el souflé'; el que cuando le preguntan por Rato, Bárcenas, Granados, Fabra e tutti quanti pone cara de estar oyendo la alineación de Corea del Norte. Hace tiempo que la palabra de Rajoy es un cheque sin fondos. Sin embargo, no se descarta que obtenga cinco millones de votos. O más. ¿Que no se lo creen? Esperen a la noche del 20-D, vean los resultados y, de regreso a sus países, intenten explicarlo. Spain is -sigue siendo- diferent.

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