viernes, 29 de mayo de 2015

zoon politikón, ma non troppo

     Este blog lleva 116 entradas cumplidas. Solo en dos de ellas se habla abiertamente de política o cosa semejante. Por supuesto que yo hablo de política con mis amigos, con mi mujer, con la radio, conmigo mismo, aunque como tema de conversación me da solo para un rato: pronto paso a otra cosa con toda naturalidad. Pero, tranquilos, que no voy a escribir aquí sobre las elecciones; ya lo he hecho en otros sitios, para malestar de algunos y, supongo, conformidad de otros. La política puede ser apasionante, sí, pero me resulta de corto recorrido. Va muy bien para el desahogo, para despacharse uno a gusto y quedarse limpio, en la mejor disposición para empezar a conversar sobre las cosas que realmente nos gustan. O sea, para ir abriendo boca va estupendo, pero, al menos en mi caso, nunca pasará de ser un apreciable aperitivo. Lo mejor, lo más apetitoso y de mayor enjundia y regodeo viene siempre después: fútbol, cine, literatura, arte, juegos, pensamiento, actualidad, belleza... Y ahí, ya metidos en faena, nos pueden dar las tantas conversando, o ver llegar las claras del día. Por cierto, ¿no deberíamos reservarnos una alborada así para la despedida, tras disfrutar de una rica y abundosa cena la última noche? Estaría bien que así fuera. Pero hablaba yo de política. Es verdad que se tarda en aprender, sí, aunque se acaba aprendiendo. Si no se es completamente cerrojo, la experiencia nos hace ver algunas cosas sencillas y esclarecedoras. Hace muchos años que aprendí una lección: viene a decir que -al menos en España- solo se puede hablar de política con personas políticamente afines. Y aun así, ¡ojo! Admitir esto es para mí una triste claudicación, lo confieso, va en contra de algo que yo siempre he considerado irrenunciable: el poder de la palabra, la fuerza de las ideas, la capacidad de persuadir y de ser persuadido... Pero todo eso se desmorona y queda en entredicho cuando, por ejemplo, una entrañable celebración familiar deviene en destemplado gallinero a causa de la política. Y lo que estaba siendo un amable encuentro, una conversación bien llevada, con buen humor, pues resulta que en unos pocos minutos se transforma en un guirigay donde resulta imposible entenderse. Al final, casi siempre se acaba con mal sabor de boca, con un cierto encabronamiento sordo, muy español, por otra parte. La conclusión suele ser que no mereció la pena. Y volvemos a hacer propósito de enmienda: la próxima vez no pienso entrar en nada que no sea la meteorología, o lo guapos que están los niños de la familia (que lo están, ciertamente). Termino este post con una especulación, un supuesto: si ahora se publicase un librito mío -pongamos por caso un poemario que llevara por título Mientras canta Billie Holiday- ¿cuántos ejemplares dejaría de vender, cuántos lectores perdería por culpa de mis opiniones y manifestaciones políticas? Qué bien estarías calladito algunas veces, Luis Alonso.

viernes, 22 de mayo de 2015

el club de los lugares abandonados

     Leo con asombro y fascinación que existe el Club de Exploradores de Lugares Abandonados. Esa es una noticia que yo llevaba esperando (sin saberlo) desde hace décadas. La breve reseña cita viejos teatros arruinados, pueblos vacíos, barcos, subterráneos... Yo hubiera preferido enterarme de ello gracias a una confidencia íntima, y no a través de una revista de gran tirada. Es una lástima que una idea así no permanezca en el ámbito de las secretas sociedades, en una estricta clandestinidad: una de esas cosas que existen, sí, pero sólo para los muy adictos y avisados, tipos cabales que saben guardar un secreto hasta el final, o más allá si fuera necesario. Estoy pensando, cómo no, en Beau Geste, una de las películas más hermosas y elegantes que yo recuerde, con Gary Cooper al frente del reparto. Pero, volviendo a la noticia del Club, creo que desde niño he sentido esa fascinación por los lugares perdidos, abandonados, por aquello de lo que se hizo cargo el tiempo, y sólo el tiempo. Hay algo en esas casas deshabitadas en las que al introducirnos sigilosamente percibimos una sensación como de antiguas y sin embargo muy recientes presencias, de conversaciones y risas que se hubieran desvanecido hace apenas unos segundos, al oírnos llegar. Y junto a algunas de esas casas con yeso desprendido y botellas vacías por el suelo, a veces hay jardines clausurados en los que han crecido a su antojo el jaramago y las enredaderas, las higueras bravías, las telas de araña, las palomas muertas... ¿Cuántas pasiones, cigarrillos, deseos incumplidos, apresurados polvos, declaraciones de amor habrán tenido allí lugar hace diez años o diez meses o una eternidad sin testigos? Estoy recordando ahora esas imágenes del Cine Cervantes de Tánger en un puro abandono, ya tan solo habitado por gatos, termitas y mendigos. Se me viene también a la memoria la belleza abatida aunque insurgente, avasalladora, de la Sexta Esclusa del Canal de Castilla, en Tierra de Campos. Hay vías muertas de ferrocarril entre estaciones desaparecidas. Hay minas abandonadas donde las paredes rezuman y un goteo espaciado crea charcos oscuros, ácidos. Hay templos derruidos, ermitas sin techumbre donde se aprietan las zarzas y se solean los lagartos. Son los lugares de la memoria que el abandono  protege: un palomar caído, desmoronado como un flan, como una tarta de adobe en medio de los trigos; pero también un cementerio de coches tomados por el óxido y las flores que revientan las ventanas, el capó... Aceptemos que el abandono es a veces como el cielo protector de Paul Bowles, que nos protege de la nada que hay detrás. Ese abandono es un manto que extiende el olvido para organizar la resistencia. Lugares abandonados, derrotados, sí, mas no extinguidos.

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viernes, 15 de mayo de 2015

¿cuándo empieza el viaje?


     ¿Un viaje empieza cuando subes al avión, cuando cierras el maletero del coche? No, el viaje da comienzo mucho antes: cuando todavía no has elegido el destino y empiezas a barajar nombres, itinerarios, páginas web. Es posible que incluso antes de eso. Julio Cortázar estaba en lo cierto cuando dijo que "un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y su última palabra." Un viaje es algo muy parecido a un libro. Al llegar por vez primera a una ciudad, ¿quién no ha tenido esa sensación de 'yo ya he estado aquí'? Casi todos los viajes tienen en algún momento un déjà vu. Es inevitable. Libros, novelas, películas, documentales... Hace mucho tiempo que ya es imposible llegar 'por primera vez' a Nueva York, París o Roma. No digo nada nuevo si afirmo que cada cual visita la ciudad que lleva en su imaginario. Por eso son tan importantes las películas y los libros que uno ve y lee en su juventud. A sabiendas o no, viajamos a los lugares de la memoria, de las lecturas. Cuando creemos que volamos a Egipto estamos viajando en realidad a El cuarteto de Alejandría, de Durrell; Cuernavaca es sin remedio la Quauhnahuac de Bajo el volcán, de Lowry; Manhattan es Ghotam City y es Woody Allen; Lisboa es Pessoa; Valladolid es el escenario de El hereje, de Delibes; el barrio londinense de Notting Hill ya será siempre Julia Roberts. Y así podríamos seguir con Anna Karenina, El tercer hombre, Innisfree, El año pasado en Marienbad... Hay tantos itinerarios, tantas novelas y películas por visitar... Como el cabarette de Montevideo en el que Gilda baila su inolvidable Put the blame on mame. Yo, como ya habrá intuido el lector asiduo de este blog, tengo puestas todas mis esperanzas una vez más en las farmacéuticas suizas y sus drogas de diseño, particularmente en la especialidad 'agencia de viajes'. Estoy dispuesto a vender mi alma al diablo de Zurich con tal de poder pagarme en su momento un tour de antología: para empezar, Memorias de África en todo su esplendor, tanto de la novela como de la película, seguida de un buen Orient Express en su recorrido completo: desde Victoria Station hasta la estación termini en Estambul; El Gatopardo (también libro y película) no podrá faltar; algunos capítulos de Suave es la noche, de Scott Fitzgerald, me los reservo como quien tiene  reservada una suite en el Negresco, con un Bugatti verde a la puerta y unas amigas de Tamara de Lempicka -muy bisexuales ellas- esperándome impacientes en la recepción del hotel. Pero esto no es más que el principio, las primeras grageas. Una noche loca en algún motel de carretera con Thelma y Louise parece bastante probable. Por otra parte, una buena huida a México siempre estará ahí, disponible. Y el morbo del Terciopelo azul también. El amante, de Marguerite Duras. Bélver Yin, de Jesús Ferrero, y El embrujo de Shanghai, de von Sternberg, completarían una trilogía exótica y asiática...  Bueno, confiemos en la ciencia, y en los cientos de comprimidos que nos podremos pagar, llegado el día, cuando se haga de noche.




viernes, 8 de mayo de 2015

el mirón mirado

     Que este blog ha dado un estirón es un hecho cierto. Tanto es así que en las últimas semanas se ha duplicado el número de visitas que recibe a diario, tal como informan las estadísticas servidas por Blogger en tiempo real. Superadas (aunque nunca del todo) las pequeñas vanidades, surgen las preguntas: ¿por qué ese incremento? ¿Y por qué ahora? El hecho de que buena parte de esas nuevas entradas procedan de China, ¿qué explicación tiene? ¿Acaso ello está relacionado con la expansión que en todos los órdenes -comercial, económico, político, demográfico- viene experimentando desde hace años el gigante asiático? Sabemos por experiencia que las cosas nunca vienen solas, y que la ley de los vasos comunicantes funciona más allá de los libros de Física. No sería pues de extrañar que la tendencia al alza de la Bolsa de Shanghai tuviera alguna relación con el aumento de páginas vistas desde China de este humilde blog. Pero, con ser apasionante, no es eso lo que a mí más me atrae o desvela. No. La pregunta que se me aparece mientras no duermo es: ¿quiénes son esos visitantes anónimos que entran a curiosear o pasar unos minutos en esta isla mínima de la blogosfera? Quisiera conocer no tanto sus nombres como sus caras, sus andares y maneras de moverse, el modo en que han llegado hasta mí, los gestos de sorpresa o desaprobación al leer tal o cual frase. Me los imagino como a secretos mirones que entraran en mi casa de madrugada, cuando todos dormimos, y examinaran sigilosamente cómo han quedado la cocina y el salón, los dos o tres libros y las gafas que anoche dejé sobre la mesa, la disposición de las tazas del desayuno de mañana, el estado de las cosas... Como en una película de intriga y misterio, me los imagino -linterna en mano- examinando la respiración acompasada de mis hijos profundamente dormidos. Avanzarán por el pasillo. Mirarán con indiferencia o extrañeza los cuadros de Capa y de Allas. Ya en nuestra alcoba, tras observar a mi mujer en su dormir sereno, ¿decidirán apoderase de ella para siempre?, ¿hacerme una oferta y negociar?, ¿asfixiarme con la almohada? ¿O bien dejarán un detalle, una flor pequeña en el vaso de agua? No sé cómo expresarlo. Al saberme leído me siento observado. Decidme, ¿quiénes sois? ¿Cuáles son vuestras fantasías más recurrentes? ¿Dormís mal? ¿Tenéis acaso una profesora de español que os ha recomendado mi blog? ¿Cómo lo veis? A veces pienso que el mundo se divide entre los que les gusta mirar y quienes prefieren ser mirados. O sea, voyeurismo activo o pasivo. En fin, creo que tendré que acostumbrarme a saberme observado por miradas anónimas. Y habré de admitir también que cuando yo miro algo, hay alguien que, en silencio, me está mirando a mí.