viernes, 29 de julio de 2016

silencio y pliegues

                                                                                                                     a Jesús Capa

     ¿Dónde encuentra acomodo el silencio? Para dar respuesta a eso habría que precisar de qué silencio hablamos. Hablamos del silencio que aparece después de haber borrado todos los signos, todos los fonemas, de haber barrido las palabras caídas, los pétalos, las hojas, las señales. Hablamos pues del silencio sobrevenido tras hacer mudanza y deshabitar la casa. Cada voz ausente deja un pasillo abierto; cada palabra o forma retirada abre un resquicio por donde un silencio nuevo se introduce. La pluma del ave al desprenderse y caer deja en el aire un estruendo incruento. El arco del violín, detenido un instante -dos, tres- al borde mismo de las cuerdas, deja en suspenso el discurrir del mundo, la continuidad del relato. La mano en la boca que tapa el grito, impide que la arista de un diamante se pronuncie. Imaginemos un duermevela interrumpido por una mariposa que aletea. ¿Qué sucede, qué tipo de silencio se produce bajo un párpado? No es preciso insistir: hay tantos silencios como estrellas remotas, lágrimas, calamidades, bellos endecasílabos. ¿Pero adónde el silencio? ¿Acaso hay para él mejor acomodo que un pliegue, que la curva de un lienzo, la caída del lino al dejar atrás un hombro, una cadera de mujer? Al igual que el amor o los trenes, el silencio busca siempre un recorrido. En ocasiones no es más que un viaje entre dos labios, dos ingles, la mitad de lo que tarda un deseo en ver la luz. Y bien mirado, ¿quién le pide cuentas al silencio? ¿Y de qué? Puesto que hoy me despido aquí por un mes, puedo permitirme alguna licencia. De acuerdo en que hay que dejar por escrito algunos nombres. De acuerdo en que hay que recomendar varios libros, alguna película, dos o tres cantes de Morente o de Silvia Pérez Cruz. Pero, dicho esto, en la iglesia de San Francisco, en Medina de Rioseco -Tierra de Campos- cuelgan lienzos sin palabras, bastidores sin nadie, maravillas que se asoman a Zurbarán, a Grecia, blancos de Creta entre barros de Juni, poemas de Claudio Rodríguez -"¡con todo el aire y el cielo encima!"-, limpias ideas, pensamientos. Todo eso está ahí, sucediendo. ¿Por cuánto tiempo? Dice Luis Rosales que "el silencio de dos nunca se junta." Yo creo que todo está amenazado, que la provisionalidad del vivir pende de unos pocos hilos, y que en cualquier momento todo puede venirse abajo. Pero, entretanto, creo también que la ropa tendida fulgura a la manera de la nieve. Cierro los ojos. Quiero creer. Escucho. El mundo se derrumba. La belleza emerge. Silencio, corazón.



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