viernes, 8 de julio de 2016

compañero de viaje

     Uno de los tópicos más exitosos y reaccionarios que conozco es aquel que afirma que quien a los a veinte años no es un revolucionario es que no tiene corazón, y quien a los cuarenta sigue siéndolo es que ha perdido la cabeza. Nada se dice al respecto de quien se acerca o ha cumplido los sesenta. Al parecer, a partir de esa edad nos volvemos más conservadores, temerosos ante los cambios que puedan venir, aunque estos sean para bien. Es aquello tan triste y claudicante de lo malo conocido y lo bueno por conocer, etc. Yo supongo que lo mío es insensatez o mala cabeza, pero me ocurre exactamente lo contrario: a medida que cumplo años me voy volviendo más beligerante y menos complaciente con ciertas cosas. No sé, quizá estoy pagando ahora el no haber sido revolucionario en su día. A mí se me pasó la primera juventud leyendo a Baudelaire, escuchando a los Rolling, a Serrat, enamorándome sin remedio de las chicas más guapas del mundo. El romanticismo no me dejaba espacio para la militancia. No me lo dejó entonces, y ahora, entre unas cosas y otras, se me ha hecho un poco tarde para eso. De todos modos, no doy el perfil del buen militante, pero a cambio creo que puedo ser un 'compañero de viaje' alegre y animoso. Y hablando de compañeros de viaje: es muy improbable que yo imite sus pasos, pero siento una gran simpatía por el escritor norteamericano Ambrose Bierce, el inspirador de la novela de Carlos Fuentes Gringo viejo. Como es sabido, Bierce, ya al final de su vida, lo dejó todo y se lanzó a la aventura, cruzando la frontera de México en diciembre de 1913. Asimismo está documentado que poco después, en Ciudad Juárez, se unió al ejercito de Pancho Villa como observador, cabalgando alegremente con sus cuates bigotones hasta Chihuahua. Es allí donde 'su rastro se desvanece', dice poéticamente la Enciclopedia Británica. Un documento de la época asegura que 'un gringo viejo' fue ejecutado por fusilamiento en el sitio de Ojinaga. Corría el año de 1914. No conozco un final más romántico que este: una despedida por todo lo alto, con disparos al aire, lupitas, tequila y guitarrones, para luego desaparecer con elegancia y misterio, entrar en la leyenda, inspirar rancheras, películas, novelería... ¿Alguien da más? Creo que a nuestro don Ramón María del Valle-Inclán le hubiera encantado un final así en Tierras Calientes. En vísperas de su partida, el 1 de octubre de 1913, Bierce escribe a un familiar en Washington: "Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado" (...) "entiende que yo pienso que esa es una muy buena manera de abandonar esta vida."

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