lunes, 6 de mayo de 2013

sono tutto quello che vedo


 Este podría ser perfectamente el eslogan de un buen mirón, ‘soy todo lo que veo’, y ganas me dan de dejarlo puesto ahí como cita permanente en este blog. En realidad, es el título de una exposición de la artista italiana Veronica Botticelli que en estos días puede verse en una galería romana. Poco más de 48 horas en Roma han sido suficientes para regresar con la mirada repleta de imágenes. Si toda gran ciudad es una fiesta para el observador, Roma es una auténtica orgía: ‘donde estés y a la hora que estés’, mires donde mires, tienes garantizado el espectáculo. Todo aquello que entra por los ojos –las piedras, las plazas, las fuentes, los palacios, las setecientas iglesias, las tiendas de moda y sus escaparates, una cierta dejadez o elegante abandono muy romano, el tráfico razonablemente anárquico, los espectaculares sacerdotes de diseño que aparecen por toda la ciudad como modelos de Armani o Valentino, la belleza irreductible por todos los rincones, la explosión de mayo en los jardines, en los patios con yedra y palmeras, en los andares fluyentes de los bellos cuerpos jóvenes...–, todo aquello que entra por los ojos, digo, es de tal exuberancia que exige al mirón detenerse de vez en cuando para sentarse a la sombra, medio entornar los párpados y saborear un gelato. Roma es todo lo que se dice o se ha dicho de ella, sí, pero también todo lo que te pasa por la memoria o la imaginación en cada momento, en cada terraza, a la vuelta de cada esquina. Yo no soy muy original: veo venir a un tipo delgado con gafas de concha, pelo negro, gesto serio, marcados pómulos... y estoy viendo venir a Pasolini; aparece una Vespa (las hay a cientos) por alguna calle estrecha, cerca de Piazza di Spagna, y en ella vienen sin remedio Gregory Peck y Audrey Hepburn. Y así sucesivamente. Dos imágenes: esperando el autobús, a un paso del Vaticano, un cura enjuto y octogenario, puede que irlandés, lee un libro de oraciones, o de Giovanni Papini; al punto aparece una monja de parecida edad y hábito blanco. Fantaseo: quizá se conocieron siendo muy jóvenes, no lejos de aquí, acaso en la entronización de Juan XXIII. ¿Hubo entre ellos una..., cómo decirlo, una intensa comunión espiritual? ¿Se escribieron (en latín) apasionadas cartas de amor divino? La vida y las misiones los alejó. Ahora, más de 50 años después, con la elección de Francisco, han vuelto a coincidir en Roma. Pero ellos (en el instante en que tomamos la foto) todavía no lo saben. Esa es solo una de las posibles historias: hay tantas como miradas de quienes esperan el autobús y observan la escena. La otra imagen tiene lugar en Via del Corso a media mañana: un motocarro azulón repleto de flores (más propio de La Habana Vieja) lleva la exultante primavera de un lado a otro de la ciudad. ¿Quién escribe el guión? ¿Quién es el art director de todo ese espectáculo?



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