Este podría ser perfectamente el
eslogan de un buen mirón, ‘soy todo lo que veo’, y ganas me dan de dejarlo
puesto ahí como cita permanente en este
blog. En realidad, es el título de una exposición de la artista italiana Veronica
Botticelli que en estos días puede verse en una galería romana. Poco más de 48 horas en Roma
han sido suficientes para regresar con la mirada repleta de imágenes. Si toda
gran ciudad es una fiesta para el observador, Roma es una auténtica orgía:
‘donde estés y a la hora que estés’, mires donde mires, tienes garantizado el
espectáculo. Todo aquello que entra por los ojos –las piedras, las plazas, las
fuentes, los palacios, las setecientas iglesias, las tiendas de moda y sus escaparates, una cierta dejadez o
elegante abandono muy romano, el tráfico razonablemente anárquico, los
espectaculares sacerdotes de diseño que aparecen por toda la ciudad como
modelos de Armani o Valentino, la belleza irreductible por todos
los rincones, la explosión de mayo en los jardines, en los patios con yedra y
palmeras, en los andares fluyentes de los bellos cuerpos jóvenes...–, todo aquello que
entra por los ojos, digo, es de tal exuberancia que exige al mirón detenerse
de vez en cuando para sentarse a la sombra, medio entornar los párpados y saborear un gelato. Roma es todo lo que se dice o
se ha dicho de ella, sí, pero también todo lo que te pasa por la memoria o la
imaginación en cada momento, en cada terraza, a la vuelta de cada esquina. Yo
no soy muy original: veo venir a un tipo delgado con gafas de concha, pelo
negro, gesto serio, marcados pómulos... y estoy viendo venir a Pasolini; aparece una Vespa (las
hay a cientos) por alguna calle estrecha, cerca de Piazza di Spagna, y en ella
vienen sin remedio Gregory Peck y Audrey Hepburn. Y así sucesivamente. Dos
imágenes: esperando el autobús, a un paso del Vaticano, un cura enjuto y
octogenario, puede que irlandés, lee un libro de oraciones, o de Giovanni Papini;
al punto aparece una monja de parecida edad y hábito blanco. Fantaseo: quizá se
conocieron siendo muy jóvenes, no lejos de aquí, acaso en la entronización
de Juan XXIII. ¿Hubo entre ellos una..., cómo decirlo, una
intensa comunión espiritual? ¿Se
escribieron (en latín) apasionadas cartas de amor divino? La vida y las
misiones los alejó. Ahora, más de 50 años después, con la elección de
Francisco, han vuelto a coincidir en Roma. Pero ellos (en el instante en que tomamos la foto) todavía no lo saben. Esa es solo una de las posibles historias: hay tantas como miradas de quienes esperan el autobús y observan la escena. La otra
imagen tiene lugar en Via del Corso a media mañana: un motocarro azulón repleto
de flores (más propio de La Habana Vieja) lleva la exultante primavera de un lado a otro
de la ciudad. ¿Quién escribe el guión? ¿Quién es el art director de todo ese espectáculo?
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