viernes, 10 de abril de 2015

el tormento y el éxtasis

     Yo tuve un compañero muy vertiginoso en el primer departamento creativo del que formé parte. Utilizaba una táctica temeraria: dejaba pasar el tiempo mirando el humo del cigarrillo sin decidirse por ninguna línea creativa, sin acercarse siquiera a ninguna idea o concepto publicitario; casi que prefería, creo yo, que no se le ocurriera nada, para de ese modo llegar en blanco al momento dramático de los últimos minutos, previos a que sonara el gong. Y no hay cosa más humillante (y más temida) para un creativo de publicidad que presentarse con las manos vacías, sin nada que mostrar. Su táctica era semejante a la de aquella escena de Rebelde sin causa en que los alocados jóvenes arriesgaban la vida compitiendo por ver quién frenaba el coche más cerca del precipicio. Pues bien, mi compañero y amigo dejaba correr el reloj hasta casi el borde del abismo. Él era por igual la víctima y el verdugo, pues consentía en ponerse contra las cuerdas de la inminente presentación ante el director y los ejecutivos... para, de ese modo, ya casi desahuciado, entrar a la desesperada en una especie de ebullición, de trance, de rapto, de locura creativa. Le sudaban las manos, las frente, la nuca, la cabeza entera; se retorcía, apretaba las mandíbulas, rompía violentamente el folio con apenas media línea escrita, y luego otro, y otro, y otro más. Era desgarrador verle sufrir y mortificarse de ese modo. Y cuando todo parecía indicar que esta vez no se le iba a aparecer la Virgen..., pues resulta que en los últimos segundos de la cuenta atrás, cuando  más semejaba un condenado camino del cadalso, sucedía que garabateaba de un tirón unas cuantas palabras murmuradas entre dientes, soltaba el bolígrafo, agarraba el folio como si fuera una antorcha y, puesto repentinamente en pie, proclamaba, como desafiando al abismo: '¡¡¡Lo tengo, hostias, lo tengo!!!' Y sin saber qué demonios había escrito en ese papel arrugado, todos nosotros teníamos la certeza de que, una vez más, 'lo tenía'. La campaña estaba ahí, concentrada en dos líneas y media. Estábamos salvados. De milagro, pero salvados. O sea, el tormento y el éxtasis. Temerario, sí, y nada recomendable, lo sé, pero José Ignacio Morera, aunque al borde del abismo o del ataque de nervios, siempre llegaba in extremis con una idea potente, audaz, insospechada. Era un creativo de raza. Supongo que seguirá siéndolo. Todo esto viene al caso porque, salvando las distancias, yo he dejado pasar los días confiando en que antes o después la idea de este post se me posaría en el hombro, sin preocuparme por su tardanza ni por mi capacidad para desarrollarla de buena manera. Y al igual que los estudiantes perezosos recurren al rincón del vago, yo he confiado en esa cosa supuestamente romántica que llamamos 'inspiración'. Sí, la he esperado hasta casi el último minuto con una alegría despreocupada del todo improcedente. Y bien, en vista de que la inspiración ya no es lo que era, he tenido que recurrir a la memoria para salir del paso, y hacer de la necesidad virtud. O como se diga.



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