viernes, 3 de abril de 2015

el primer descapotable de la primavera

     Mi coche y el suyo coquetearon un par de minutos en la autopista. Sucedió el pasado domingo, volviendo hacia Madrid. La tarde estaba limpia, de primavera declarada. El tráfico era más que fluido a esa hora y se conducía muy a gusto contemplando el panorama mientras sonaban canciones de Melody Gardot. Una de esas veces en que el sentir fluye acompasado con la música y con la orografía del paisaje. Iba pensando yo -a la altura de Nava de la Asunción, Segovia- que momentos así inspiran a los buenos creativos campañas como la inolvidable ¿te gusta conducir? Todo se estaba poniendo de mi parte cuando... a menos de cien metros veo un descapotable plateado de los que alegran el paisaje con su brillo de estrellas fugaces. Me acerco a él, me pongo a su altura y echo una miradita a mi derecha. Y en efecto, tal como mandan los cánones publicitarios, esa rubia media melena al viento es la de una mujer con gafas de sol y unos... cuarenta años. Ella se percató de la jugada, claro está, pero no entró al juego ni insinuó el menor ademán de mirarme. Una sonrisa suya, un mero asomo de sonrisa, hubiera sido devastador. Pero no. Lejos de dejarse mirar y querer, el bello descapotable dio un sonoro acelerón de alto poderío y dejó a mi coche atrás, un tanto desairado. Ni siquiera hice intención de seguirlo. Ese deportivo era demasiado para mi discreto BMW diesel. Lo perdí de vista en un suspiro, sí, pero su fugaz aparición me llevó a fantasear con una de mis ensoñaciones favoritas: esas imágenes tan de primavera/verano con esbeltas modelos de larguísimas piernas y rojos labios entreabiertos, a bordo de automóviles último grito en cabriolet con el turbo rugiendo entre curvas por la costa amalfitana... mientras suenan canciones en varios idiomas de Pink Martini y ellas sonríen, también en varios idiomas. Estamos pues en terrazas muy blancas frente al mar de los anuncios: es el momento de los boleros y los daikiris. Se quedaría uno a vivir allí, con ellas, hasta bien entrado el otoño, que nos llevaría a pasar unos día de vino y rosas en La Toscana y varios más en La Riviera francesa, previos a la temporada de París y el final de año en Long Island, como el gran Gatsby. Y así estaban las cosas casi una hora después, cuando, ya cruzado el túnel del Guadarrama, ¿quién aparece unos metros más allá? Daré alguna pista: deportivo, descapotable, plateado... Qué sobresalto al verlo de pronto, tan aerodinámico, con sus formas redondeadas, su belleza envolvente... Un diseño inspirado, por así decirlo, en una síntesis de Cate Blanchett y Sofía Vergara. La plata y el fuego. La voluptuosidad y la esbeltez. ¿Cómo amar la belleza y quedarse uno impávido en un momento así, ante algo tan hermoso y tan efímero? Fue entonces cuando mi coche y el suyo -un Honda OSM definitivo- coquetearon un par de minutos o algo menos. Era como una coreografía improvisada, un paso a dos, un vaivén de adelantamientos y fugaces encuentros en paralelo, de alejarse para volverse a encontrar... Pero he de admitir que ella no me sonrió ni cosa semejante, aunque creo que en una de esas llegó a medio mirarme, así como de pasada. Supongo que debió pensar que ni yo ni mi coche teníamos suficiente nivel para seguir jugando. Y aceleró. Ahora bien, ¡cómo aceleró!, con qué mezcla de swing y de potencia inapelable, adelantando a tres de golpe y dejándonos a todos boquiabiertos. Eso sí, me quedé con su matrícula, por si acaso, para un posible novela.    


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