viernes, 2 de mayo de 2014

ante el espejo

     Cada vez que me miro al espejo veo a alguien distinto. Así podría empezar este post. O quizá un relato más o menos fantástico. Pero es un hecho cierto que de un día para otro no somos los mismos. Y eso se nota en el espejo. En los espejos. Porque no es igual mirarse uno y verse en su cuarto de baño que en los altos espejos de Zara o de Adolfo Domínguez. Las lunas de los escaparates nos devuelven a otro distinto del que fuimos antes de darnos el visto bueno y salir de casa. Tengo comprobado que cada individuo es una multitud. Yo al menos, lo soy. Aunque todos (o casi todos) los que hay en uno se parecen entre sí. Pero no he de negar que en ocasiones surge un desconocido que nos mira desde algún espejo impávido con una mezcla de burla y reproche. En esos casos, parece como si fuera él quien nos sometiera a examen, quien desaprobara nuestra apariencia o actitud. Es un extraño, sin duda, un visitante a deshora que incomoda, que desasosiega incluso. Se mira uno al espejo un jueves por la tarde y aparece por sorpresa el que fue, el que fuimos hace seis, ocho años -otra tarde-, después de una comida generosa, postre dulce, café solo y varias copas de alegría. 'Te conozco, bandido', le dices al que ahora tienes frente a ti, en el espejo. Y sonríes como un gilipollas, dándotelas de seductor. Hay veces, sí, que no sabe uno quién mira a quién, ni de qué lado (o bando) del espejo está. ¿Duelo de mirones? Ni eso: al final siempre gana el otro, el que tiene su propia vida al margen de los hechos. Lo confieso: detesto y envidio a ese alter ego libre de toda responsabilidad civil. Algo falla en la continuidad de las horas y en la relación causa-efecto. Y digo esto porque ya he perdido la cuenta de las veces que me acicalo despacio, elijo con esmero camisa limpia, pantalón, calcetines y zapatos bien combinados; entretanto, escucho la música seleccionada para la ocasión; si es viernes a las 13.30 horas, me sirvo medio martini. Ante el espejo todo parece indicar que el mundo está bien hecho y hoy va a ser el día perfecto para obtener un diez en prestigio y placeres. Voy de camino a ello. Mi reflejo en las ventanas del metro me dice que sí, que hoy tengo... aura, eso que nadie sabe bien qué es y que solo tienen Linda Evangelista y unos pocos privilegiados. A la salida del metro, los grandes ventanales de la Telefónica y los escaparates de la Gran Vía confirman uno tras otro que el aura te acompaña. ¡Oh, cielos de Madrid, azules mares navegables! Sin embargo, cinco, seis horas después, ya nada es lo que era, lo que prometía. Estás cansado. Has bebido algo más de la cuenta. Mientras te cambias de ropa, observas en el espejo del armario que has perdido brillo, frescura, que ya no tienes gracia, ni mucho menos aura. Y recuerdas sin remedio aquello de "zángano de colmena", y sobre todo "cacaseno". Pero, tranquilo -tranquilos-, mañana sábado toca limpiar con cristasol los espejos de la casa. Y es entonces cuando el mundo se ilumina al mediodía y vuelve el aura a encender tus manos, tus pasos, tu mirada... En un momento así, el gran Vinicius de Moraes, sentado en aquella terraza frente a las olas, vio venir a una muchacha, y sintió, o eso dijo, "toda la terra rodar". Que así sea.


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