viernes, 9 de mayo de 2014

la ataraxia

     Hay días, semanas enteras, en que la sola idea de pasar a la acción produce tal fatiga que desaconseja toda actividad, ya sea esta emprender un viaje o planchar una camisa. Son esos días en que levantarse de la cama exige un esfuerzo sobrehumano -'homérico', diría mi buen Máximo Higuera- y el cuerpo nos pesa una barbaridad. Sin embargo, más que el peso en sí mismo, es la pesadumbre lo que hace poco menos que inviable cualquier tentativa de convertir la idea en acto, el vago deseo en realidad cumplida. Para esos días de abulia y desgana, el mejor consejo es 'ni lo intentes'. De acuerdo que el célebre "preferiría no hacerlo" de nuestro héroe Bartleby el escribiente es más educado, sí, más flexible y relativo -"preferiría"-, pero esa fórmula también deja entreabierta una puerta a la posibilidad de "hacerlo", si no queda más remedio. Y no es eso lo que se prefiere en estos casos; es más, el verbo hacer está no solo en desuso sino proscrito expresamente en los periodos en que el silencio y la quietud son casi el único paisaje que admite el viajero. Así pues, nada como callar y ver nevar. Callar, no intervenir, no realizar acto alguno. 'Abstenerse' es la idea más limpia. 'Rehusar' es el verbo donde se evitan los mayores excesos y errores. No hacer (a su debido tiempo) es no cometer. No cometer es no perpetrar, y ello es la condición obligada para poder dormir varias horas seguidas sin tener que duplicar la dosis de somníferos. La fatiga de los metales -una expresión poética como pocas- reduce la resistencia de un material hasta llegar a la ruptura. Y como bien sabemos, la repetición continuada de un esfuerzo, aunque sea leve, conduce al estado de fatiga. La experiencia demuestra que este principio es válido tanto para el alma como para el acero, para la carne mortal y para el mármol de Carrara. Así pues, la Física y el buen sentido nos recomiendan no insistir en el esfuerzo reiterado que conduce a la fatiga, con sus consecuencias a veces irreparables. De ahí que en esos días de especial fragilidad lo más prudente es la quietud, la inacción, el silencio... Se trata de algo muy antiguo y anhelado por los sabios: la búsqueda de la ataraxia. Quien consigue instalarse en ella, como una balsa en un lago apacible, no sufre la corrosión de los metales, ni padece de rencores ni pasiones disolventes ni acidez de estómago. Quien alcanza la ataraxia -ese hombre imperturbable, señor de la serenidad- ha recobrado la Arcadia, el Paraíso perdido.

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