viernes, 28 de marzo de 2014

Zhanyao

     Zhanyao es un alumno ejemplar, tiene 13 años y cursa 2º de la ESO. Su lengua materna es el chino mandarín, pero su dominio del español es admirable. Mi mujer me habla de él mientras corrige un examen suyo. No hay duda de que conoce a la perfección las figuras retóricas y estilísticas, que domina la métrica, la redondilla, el serventesio, y además de describir como ninguno la diferencia entre 'connotación' y 'denotación', Zhanyao es discreto y apacible, obediente y silencioso. Aunque alguna vez desliza errores deslumbrantes, como cuando escribe: "sus ojos se puso de corazones al verla." O sea, que además de alumno ejemplar, poeta. Y todo esto, unido a cómo está el barrio de orientalizado, el comercio, el omnipresente 'made in China' en todas las etiquetas, la compra de edificios emblemáticos, la adquisición de terrenos y deuda pública española, etc, todo eso, digo, me da que pensar: ¿Cuántos Zhanyao habrá en China? ¿Uno de cada cien? Teniendo en cuenta que la población de aquel país asciende a unos 1.350 millones de habitantes, resulta inevitable hacerse algunas preguntas: ¿hasta cuándo resistirá España sin solicitar -como Crimea a Rusia- ser declarada 'provincia china de ultramar' y gozar así de trato preferente? Hay zonas comerciales de Madrid -Quintana, Pueblo Nuevo, Ciudad Lineal, polígonos en Fuenlabrada, etc- que podrían denominarse 'Chinatown' sin que nadie se sorprendiera. La crisis nos lleva a casi todos a comprar barato. ¿Y quién vende más barato que nadie? ¿Quién fabrica bolsos Louis Vuitton a precios Aurgi o DIA? ¿Quién le ha comprado al Banco Santander nada menos que el edificio España? ¿De dónde es el magnate que está negociando en silencio para desembarcar a lo grande en la Comunidad de Madrid? Y si bien se mira, quizá una España china no fuese algo tan descabellado como pueda parecer. De acuerdo que sería un horror en casi todo, pero al menos los españoles nos libraríamos de nosotros mismos, dada la animadversión que nos tenemos y el asco que nos damos unos a otros. Sucede que, pese a las ideas dominantes (globalización) o más prestigiosas (universalidad, cosmopolitismo), casi todas las mañanas llego a la fatal conclusión de que a los españoles habría que dividirnos y separarnos en grandes grupos estancos: izquierdas y derechas, progresistas y reaccionarios, nacionalistas e internacionalistas, patriotas y apátridas. Y a partir de ahí empezarían nuevas subdivisiones basadas en criterios geográficos, lingüísticos, filosóficos
-platónicos frente a aristotélicos, idealistas frente a prágmáticos, kantianos, hegelianos, nietzscheanos-, así como ascetas y hedonistas, apolíneos y dionisíacos, promiscuos y procélibes... En fin. Pero yo no descarto que con el tiempo aparezca un Zhanyao apacible y sedoso -o una legión de ellos- capaz de conseguir una especie de armonización de contrarios, algo así como un encantamiento colectivo que permita introducir entre nosotros la flexibilidad del bambú y las enseñanzas del Tao, que, como sabemos, es el camino de la felicidad. Claro que, para entonces, el ruido y la furia, la acritud y el rencor celtibéricos estarán ya muy erosionados; los signos más agresivos de nuestra cultura -costumbres, creencias, secas raíces-, con el tiempo y la pedagogía habrán sido transformados convenientemente, educados, civilizados, y serán vistos como meros restos arqueológicos de un pasado bárbaro, sin serventesios.

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