Mi ordenador es
un laberinto de mucho cuidado. Después de varios años de usarlo a diario
durante no pocas horas, tras cientos de miles de operaciones he acabado por
contagiarle todos mis virus neurológicos y vicios adquiridos, mis manías,
retorcimientos, desórdenes. A veces, buscar algo en él puede ser una aventura
agotadora o desesperante que conduce al abatimiento o a tener que salir a da
una vuelta por ahí, a refrescarse uno y blasfemar entre dientes. Yo sé que
hay cosas que tienen que estar en él, en algún recóndito lugar de su memoria
fría, pero que llevan meses o incluso años en paradero desconocido. En este ordenador de
mis pecados, todos los documentos viven en una acracia libertina sin el menor
control policial ni político ni social ni leches. Aquí, en este desbarajuste
informático, no se admiten jerarquías de ningún tipo: es un territorio comanche
sin ley ni orden, una isla Tortuga en la que cada doc. entra y se acomoda donde
cae o se le antoja. Mis carpetas llevan nombres tales como Cajón desastre,
Cosas de acá y de allá, De varia lección, Misceláneas, etc. Eso por no hablar
de las que se llaman escuetamente Luis, así, sin más. Y luego están mis tres
cuentas de correo en activo, que también tienen su punto: una de Yahoo, otra de
Gmail y una tercera de Hotmail (ahora reconvertida en Outlook). El cruce de
mensajes de una cuenta a otra es frecuente (algo así como haría Bárcenas con
sus cuentas bancarias en paraísos fiscales), y durante un tiempo respondieron a
algún criterio más o menos razonable; ahora ya ni eso: van de acá para allá a
capricho, en un trasiego de mucha promiscuidad, casi por el puro placer de
viajar. Bueno, y luego, en cada una de las tres cuentas están las distintas
categorías de ‘importante’, ‘personal’, ‘creativo’, ‘trabajo’,’humor’, etc.
Pero, claro, hay correos o documentos que participan de varias etiquetas a la
vez. ¿Dónde guardarlos? Es complicado. Sin embargo, la insubordinación y la
bandera negra surcando los mares de silicio también nos dan de vez en cuando
alegrías y emociones fuertes. Cosas que dábamos por perdidas y de pronto...
reaparecen, saliendo de la niebla, como resurgen alguna vez ciertos objetos
extraviados, o un poema que se desvaneció en el olvido, o una amistad largo
tiempo ausente, de viaje. Parece como si todo estuviera escrito por ese guionista
secreto que rige nuestras vidas. El mismo que trama el desorden ingobernable de
mi ordenador. Dejo para otro día el documento reaparecido en el que glosé los términos
entrada, borradores, enviado, papelera, no
deseado... Bueno, a manera de tráiler, copio aquí las palabras que escribí
para ilustrar uno de esos epígrafes. Papelera: “El camión de la basura. La papelera es el fin de viaje, la estación
término de tantas y tantas aventuras posibles que no llegan a serlo. Ahí se
pudren las flores más hermosas. Y las proposiciones más deshonestas. Y las
ideas más incomprendidas. En ese vertedero, a veces brillan en la oscuridad los
más codiciados diamantes.” Sed buenos. Y buenas. Y que todo el viernes esté de
vuestra parte. Amén.
En el desasosiego del desorden, es recomendable aprovechar (al menos una vez al año) el ímpetu de ese espíritu aprendido en una España (el mío asoma de vez en cuando) abisal: se militarizan las carpetas, se borran definitivamente las documentos irrecuperables por un milagro creativo, se renombran los archivos, las carpetas, los discos... se separa la luz de las tinieblas, se desfragmenta el disco duro, se libera la memoria... y queda el ordenador, como recién salido de la ducha y dispuesto a soportar otro año de tormentos... Funciona...
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