Oigo la noticia de que, tras conocerse la
sentencia condenatoria, Isabel Pantoja ha sido ‘retirada’ del Museo de Cera. Y,
la verdad, no sé qué es peor para una celebrity
si la retirada del pasaporte o esto. De paso me entero de que con Urdangarín
ocurrió algo semejante, aunque a este se le dio un trato, digamos,
preferencial: su figura fue apartada del espacio destinado a la Familia
Real española, sí, pero la trasladaron, dentro del mismo museo, al lugar donde conviven los grandes deportistas. De modo que lo que se pierde por un lado se gana por
otro. Lo de Isabel es peor: por si hubiera tenido poco con esa salida tumultuosa del
juzgado, esa sentencia (en la que se libra de la cárcel por los
pelos), ese millón y pico de euros que va a tener que pagar... pues resulta
que, además, tiene que soportar la humillación de ser retirada con más pena que
gloria del museo más visitado de Madrid, después del Prado. Desde que oí la
noticia, le he dado algunas vueltas al asunto. Creo que todo personaje público
debería tener su réplica de cera en un súper museo de enormes dimensiones. En
sus múltiples salas y espacios tendría lugar una gran movilidad, en función de
los acontecimientos, sentencias, méritos, miserias, golazos, desvergüenzas...
Ese museo sería una especie de adaptación a nuestro tiempo y país de La Divina Comedia de Dante Alighieri,
con su Inferno, su Purgatorio y su Paradiso, y cada uno con sus nueve círculos o grandes salas en las que se catalogaría a las figuras
del museo: desde lo más infame a lo más sublime. Pero, ya digo, no serían
espacios estancos sino que habría una gran movilidad entre ellos. A veces, del
Paraíso al Infierno se puede pasar por un simple mal día, un exceso de codicia,
un polvo equivocado. O muy equivocado. Y viceversa, claro, aunque estos casos
son los menos. Desde nuestro ordenador personal, cada uno de nosotros tendría
acceso directo a la web del museo, y podría votar y proponer desplazamientos,
premios y castigos, en función del acontecer diario. Un ejemplo: José María
Pou –por su adaptación e interpretación en el Teatro Español de la obra A cielo abierto, de David Hare–, ascendería
a lo más alto del Olimpo, en el Paraíso. Otro
ejemplo: María Dolores de
Cospedal sería arrojada del espacio que ocupase en este momento para ingresar
por méritos propios en el Círculo de los Cínicos y los Desvergonzados. Aunque
estoy seguro de que, a poco que se esmerase, podría mejorar sus propias marcas.
Pero..., lo admito, no puedo evitarlo: cómo no concederle a alguien tan... tan “ya es
primavera en El Corte Inglés” la posibilidad de salir de ese círculo vicioso
–‘miento para desmentir anteriores mentiras descubiertas’– y ascender, sin pasar
por ningún purgatorio, al Círculo de las Virtuosas Damas y de los Claros Varones
Sin Mácula. Solo son ejemplos, ya digo.
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