“Siempre me han gustado los
sombreros y las gafas de sol porque son artificios maravillosos de nuestro
tiempo”, afirma el pintor neoyorquino Alex Katz, con motivo de su exposición
Summer in Maine, que ahora puede verse en Madrid. “Como cada verano –nos cuenta Elsa Fernández
Santos–, Katz se traslada a Maine para disfrutar con los suyos de los meses de
calor, y pinta ese mundo de mujeres hermosas, amigos interesantes y tiempo
eternamente ligero y suspendido.” Y en ese mundo perfecto permanece Alex Katz,
junto a Ada, su bella mujer y modelo, pintando y disfrutando hasta noviembre,
que es cuando empieza para él la temporada de invierno, y regresa a Nueva York.
No me parece un mal proyecto de vida. No, no lo es en modo alguno. Creo que yo
entiendo a este hombre. Y envidio esos largos veraneos en New England, esas
amistades deliciosas, esas fiestas donde todos los invitados son encantadoramente BoBos
(bourgeois-bohème). La obra de Katz recogida en esta
exposición, y en todas las suyas, refleja un mundo amable y sin conflicto, una
pura delicia de elegancias y ligerezas, un despreocupado buen vivir con mucho
estilo. En la vida que reflejan esos cuadros amplios no existen las tensiones, la pasión, el dolor, los demonios del arte... Por el contrario, todo son
amables variaciones sobre el mismo tema: un apacible life style de gente guapa en la educada y estilosa Costa Este.
Por supuesto, gafas de sol, pañuelos de seda, sombreros, flores. Qué bello es
vivir... así. En otros tiempos, Katz hubiera repartido su vida entre París y La
Riviera, en un mundo de bugattis y martinis, piscinas pompeyanas, cuerpos
desnatados (todos bisexuales) y sublimes amaneceres color champagne. Tamara de
Lempicka no andaría lejos, acaso bailando un fox lento con alguna princesa rusa
en el exilio, tan dorado. O sea, el glamour en todo su esplendor. Lo confiesa
expresamente nuestro artista: “Me gusta el glamour, lo que para muchos es
superficial para mí es real y positivo.” Te entiendo, Alex. Y además, ¿por qué
complicarse uno la vida, pudiendo disfrutar cuatro meses al año frente al mar
de Maine y pasarlo súper bien y además sabiendo que todo lo que pintes lo
tienes vendido? Si yo fuera pintor y pudiera vender mi alma al diablo, le
pediría una vida como la de Alex Katz. De acuerdo que en su obra no hay
progresión ni drama ni pollock ni leches, pero, ¡qué buen vivir el suyo! Y de
acuerdo también en que esta exposición nunca podría llevar por título De repente el último verano; más bien
sería El mismo Maine de todos los veranos.
Bueno, ¿y por qué no? Yo siempre digo que cuando alguien me gusta, me gusta
para siempre. Alex Katz confiesa que, además del glamour y los complementos, ama
la luz de Maine, tan diferente a la de Nueva York. Y concluye: “Desde la
primera vez que fui allí, decidí que no quería dejar de verla el resto de mi
vida.”
Galeria Javier Lopez - Alex Katz
Galeria Javier Lopez - Alex Katz
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