De un tiempo a esta parte veo y
oigo hablar de la princesa Corinna –Corinna zu Sayn Wittgenstein, nada menos–, a la que se alude con
toda naturalidad como ‘la amiga íntima’ o, directamente, ‘la amante’ del rey. Y
eso se da por hecho tanto en los medios como
en las barras de los bares, el autobús o la pescadería. La cosa es muy
sencilla: el rey tiene o ha tenido una amante y se llama Corinna. Y ya está.
Hay personas a las que eso les parece mal, o muy mal, incluso escandaloso. Pero
también es cierto que a otra mucha gente, por lo que veo, no le parece ni bien
ni mal: es así y punto. Yo no voy a hacer aquí valoraciones de índole moral ni
me voy a meter en jardines, reales o no, pero sí una mínima reflexión sobre las
relaciones personales. Por cierto, ¿habría la misma actitud si fuese la reina
quien tuviera por ahí un príncipe Corinno? No lo sé. A lo que iba. Con la
cantidad de problemas gravísimos que ha ocasionado y sigue haciéndolo el tema
de la ‘infidelidad’, me pregunto por qué, cuando se han solucionado otras
cuestiones no menores, seguimos sin resolver este viejo asunto. Dicho de otro
modo, ¿por qué el sexo sigue estando
‘sacralizado’ y las relaciones sexuales son admitidas exclusivamente en el
ámbito de la pareja? Fuera de él, cualquier relación amorosa o sexual es
considerada, aun en el mejor de los casos, algo reprobable, o infame, cuando no
motivo de ruptura inmediata, muchas veces con drama familiar incluido. ¿Tan
desestabilizadora ha de ser cualquier relación de, digamos, ‘amistad amorosa’
que pueda convivir en armonía (o al menos sin conflicto) con la propia relación
estable y madura de pareja? Yo dudo que eso tenga que ser así necesariamente.
Si a los hombres y a las mujeres se nos permite tener amigos o amigas del alma
fuera de la pareja, ¿por qué no se admite el amor o el sexo (ocasional o
frecuente) con esos mismos amigos, amigas, cuando es un hecho sabido que muchas
veces el sexo es una prolongación de la amistad? Es aquí donde entra el
sempiterno tabú: la exclusividad; tu cuerpo me pertenece por entero a mí y solo
a mí. Me pregunto que ocurriría si se ‘despenalizara’ socialmente la amistad
amorosa paralela o complementaria. La caricatura nos llevaría, claro, al
escenario del atracón, de la promiscuidad absoluta, de la orgía continua y el
desmadre generalizado. Vale, bien, pero ya sabemos que eso no tiene mucho
sentido, entre otras cosas porque la experiencia y el saber nos dicen que no
hay fiesta que cien años dure ni cuerpo que lo resista. Vamos a situarnos por
un momento en un supuesto indemostrable: ¿Y si resulta que la cosa funciona?
¿Si esa manera abierta de entender las relaciones personales trajera más
beneficios que perjuicios? ¿Si al cabo de un tiempo de su puesta en práctica
las estadísticas dijeran que el ‘nuevo escenario’ ha favorecido el
entendimiento, la igualdad entre hombres y mujeres, la calidad de vida de los
ciudadanos, incluso la estabilidad social y familiar? ¿Qué? ¿Qué pasa si la
cosa funciona? Y ya puestos, ¿qué ocurriría si un programa informático súper
megaavanzado demostrara de manera virtual pero categórica que la abolición de
la EAO –Exclusividad Amorosa Obligatoria–
traería a las sociedades abolicionistas toda suerte de benéficas consecuencias?
Pues qué iba a pasar, que Rouco Varela excomulgaría a todo aquel protervo que osara...,
y el Gobierno negaría toda validez a las conclusiones del programa prospectivo,
por más que estas vinieran avaladas por la comunidad científica y por millones
de amantes. En fin. No sé si para entonces quedarán (quedarían) reyes o princesas
en ejercicio, pero la revista ¡Hola! nos regalaría cada semana portadas y
reportajes de alto valor humano, protagonizados por los grandes pioneros de
sangre azul que lucharon denodadamente, aquí o en Botswana, o en el exilio
dorado, para hacer posible el milagro de los leales y generosos amadores, con
los que siempre estaremos en deuda.
En nuestra sociedad, en este terreno, han habido una serie de temas morales represores de gran calado que hemos ido superando, aceptando y que afortunadamente, han pasado a ser considerados derechos sociales respetados ; la homosexualidad, el divorcio, el aborto... Sin embargo con el tema de la relaciones sexuales no ha sido así. Seguimos aferrándonos, de algún modo, a la monogamia, llamando infidelidad a las relaciones fuera de la pareja y cerrando puertas a relaciones sexuales diversas. ¿Miedo? ¿Afán de posesión?...
ResponderEliminarHa habido intentos magníficos de propiciar unas relaciones menos posesivas; años 60, movimiento hyppie, algunos grupos de intelectuales republicanos, algunos poetas. ciertas bellas canciones "Te prefiero compartida" "libre te quiero"... Pero, tristemente, no han calado.
Como poco, estaría bien que empezaramos a considerar que no es motivo de mofa, ni es ningún disvalor el que una persona tenga una o un amante. Respetar la libre elección y reivindicarlo como derecho y no utilizarlo como motivo de desprestigio. Después cada cual que funcione como desee.
" Whatever Works" (Si la cosa funciona, en España; Así pasa cuando sucede, en América Latina) es una divertida película escrita y dirigida por Woody Allen que construye un sólido discurso analítico y filosófico sobre este tema en el que acaban triunfando las exultantes ganas de vivir, sobre todo si la cosa funciona, como tú bien dices
Muchas gracias por tu comentario, Isabel. Me acordé de esa inteligente y divertida película de Woody Allen al escribir 'si la cosa funciona'.
EliminarAhora, siguiendo las instrucciones de María Jesús Prieto,he conseguido que aparezca en el blog la opción de hacerse seguidor/a. De modo que si quieres, pues ya sabes. Un beso.