viernes, 8 de abril de 2016

acertar por error

      Nada es comparable al placer que nos produce acertar por error, esa gozosa travesura del destino. Te distraes leyendo en el autobús, o escribiendo un whatsapp, y ello te obliga a bajarte una parada más allá, pero a cambio, al poner el pie en tierra, ¡bingo!, por poco no pisas un billete de 10 viajes sin estrenar. O te encuentras con una antigua compañera de trabajo a la que no habías vuelto a ver desde hace ¿ocho años? En un minuto de atropellada conversación tratáis de poneros al día de vuestras vidas; al final os dais un abrazo y los números del móvil. '¡Nos llamamos, eh!' Gracias a ese encuentro tan fortuito como improbable te acabas de enterar de que 'estás igual que siempre.' Pero toda esa alegría no existiría de no haber sido por unos segundos de distracción. Y así, lo que fue un error, un descuido, se convierte en un premio, o propicia una oportunidad. Hay que salir en busca de las cosas, es cierto, pero también estar en disposición de dejarse encontrar por ellas. El escritor y guionista Ennio Flaiano escribió que "los mejores momentos los hemos tenido por equivocación. No estaban dirigidos a nosotros." Por eso es bueno dejarnos ver, estar visibles ('vivibles' he tecleado por error) y a merced de las casualidades que puedan salirnos al paso. No se trata de mostrarse uno como la bella Friné ante los jueces* (que tampoco estamos para tales esplendores), pero sí adoptar la actitud de quien se ofrece con gusto a la fortuna, o se hace el encontradizo. Serendipia es, más o menos, encontrar lo que no buscas, pero no coincide del todo con ese 'dejarse uno encontrar'. Cuando buscamos afanosamente algo (sin saber bien qué), diríase que esa obcecada búsqueda llevara a lo buscado a ocultarse, a protegerse. En esos casos, solo cabe mirar para otro lado, hacerse el distraído, y conseguir así que lo buscado se confíe, se deje ver. O incluso nos salga al encuentro. Es entonces cuando no queda más remedio que acertar. Aunque también ocurre en ocasiones que por un exceso de celo, o por afán de hacer bien las cosas, desencadenamos una calamidad tras otra. ¿Cuántas veces una interpretación errónea aunque bienintencionada, o sea, un malentendido, pone en marcha una sucesión de despropósitos que no responden a hechos ciertos, ni siquiera a intenciones probables? Claro que no faltará quien diga que la Historia, la Humanidad, son el fruto de un malentendido que no cesa. Esto explicaría algunas cosas que suceden a diario a nuestro alrededor, que están sucediendo. Kafka sabía algo de este oscuro asunto. Pero, aunque resulte retorcido, y sin embargo ingenuo, quiero confiar en que alguna vez un benéfico malentendido nos sacará (por error) del laberinto.

(*) LA OSCURIDAD ES OTRO SOL (Arte y literatura): El juicio de Friné




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