Se
hace poco menos que imposible levantar la vista o mirar hacia otro lado. La
niebla es tan cerrada y persistente que impide vislumbrar lo que pueda haber
más allá. Para un mirón vocacional esto es lo peor que le puede ocurrir. Sale uno cada mañana buscando un golpe de luz
y de alegría donde poner la vista, una buena noticia, unos andares cadenciosos,
un buen motivo para mirar... y disfrutar mirando. Pero lo que se encuentra un
día y otro es esta niebla sucia que todo lo envuelve y que está por todas
partes: allá donde mires, niebla y más
niebla desde primera hora. En las ondas, en internet, en la prensa, en las
redes sociales, en las conversaciones de calle, en el silencio adusto de
quienes van en metro... y así un día y
otro y otro y otro más y mañana y pasado y la semana que viene. Porque, tal como indican los servicios
meteorológicos más fiables, la niebla sucia no muestra visos de levantar o
desvanecerse; por el contrario, tiende a cerrarse más y más, a permanecer entre
nosotros, sobre nosotros, indefinidamente. Visto lo visto, solo cabe confiar en
alguna drástica reacción atmosférica, de las que se producen en la naturaleza
cada cierto tiempo. Pero el cambio climático hace que los cálculos, los
pronósticos, no pasen de ser meros augurios, deseos o temores. Como suele
suceder en estos casos, las autoridades tratan de calmar a la población o distraerla con cuentos y juegos, y evitar así
la alarma social, tan inconveniente para sus intereses. Aunque la población
sabe o sospecha que el panorama no va
despejar por sí solo, por voluntad propia, sino por la fuerza, la temida y
esperada fuerza de una "gota
fría" que colme la tormenta, o bien una "ciclogénesis explosiva"
que se lleve por delante toda la parda niebla en suspensión, toda esa podredumbre
que no nos deja ver más allá de la nube
que nos cubre y nos ensucia la mirada. Así pues, volvemos a estar solos entre
el cielo y la tierra. A millones de personas no nos queda otra que confiar en
las fuerzas de la naturaleza (también conocidas como "justicia
poética") o bien, intentar ponernos de acuerdo para soplar todos a la vez.
Cosa complicada, es cierto, aunque no imposible. Aún así, algún síntoma
esperanzador, algún brote verde, o meramente limpio, se ha dejado notar en los
últimos días. Ya es sabido que los ciclones y los huracanes llevan nombre de
mujer. El ciclón "Ada Colao" nos ha traído un golpe de esperanza y de
hermosa voz esclarecida. Asimismo, en la amable ciudad de Cascais
(costa atlántica) otra joven tormenta o galerna en ciernes, "Beatriz
Talegón", levantó la palabra ante el geriátrico de la Internacional
Socialista para informar a los presentes de que "estamos pagando las
consecuencias de vuestra acción, o de vuestra falta de acción". Algo se
mueve, pues. No todo está perdido. A pesar de la niebla sucia, me niego a
quedarme en casa y cerrar los ojos. Los mirones, queramos o no, tenemos una
obligación, algo que Alberto García Alix formuló en tres palabras: "nos
moriremos mirando."
Nota: Como puede verse, la hora que aparece aquí está descabalada, pero quizá en algún lugar del mundo alguien mire al reloj y sea esa hora precisa y ese minuto.
Magníficas reflexiones amparado en la metáfora del clima. Muy buen articulo, señor Mirón.
ResponderEliminarMe alegro de que tras la densa oscuridad haya sabido vislumbrar algunos rayos de luz; no es poco, para los tiempos que corren. Y me complace que esos rayos lleven nombre de mujer.
Sólo una observación: adoro la estampa de la niebla coronando la sierra y fundida caprichosa entre los árboles de nuestras dehesas por lo que me cuesta imaginarla sucia y corrompida... Manias de aquellas mironas que no podemos dejar de ir acechando por veredas y trochas. Un abrazo
También a mí me gusta la niebla (soy de Valladolid), pero esa es otra que nada tiene que ver con esta. La una envuelve,refresca, humedece, hace crecer la hierba... La otra oscurece, agobia, contamina, pringa... Un abrazo, amiga.
ResponderEliminarTus fotos, Isabel, también hacen crecer la hierba.