viernes, 7 de octubre de 2016

brindis

     Son más de cien metros de acera en los que se alinean las mesas de sucesivas terrazas al costado del parque. El pasado sábado, al mediodía, pude ver y oír a mi paso hasta tres brindis en diferentes mesas. Y esa insistencia me llevó a la divagación: ¿bebemos para brindar o brindamos para beber? Ya sé que plantear esto así es como tener que elegir entre azul y buenas noches, artes o letras, felicidad o placer. El brindis es la expresión de un deseo compartido, aunque rara vez se oye alguno ingenioso, original, conciso, bien formulado; normalmente suele despacharse con el rutinario '¡salud!' y poco más. No hay que confundirlo con el casi siempre espeso, previsible y repetitivo discurso pronunciado a los postres. En cierto modo, el brindis es al discurso lo que el microrrelato a la novela. Tampoco es un aforismo, ni un saludo de cortesía, ni una felicitación navideña. Si acaso, cuando el brindis es íntimo -cosa de dos- pudiera estar emparentado con la dedicatoria. Y me alegro de haber llegado a este punto, porque si es verdad que en los brindis me defiendo, y suelo salir del paso decorosamente, he de admitir que en el espacio de las dedicatorias me muevo muy a gusto. Yo he escrito muchísimas dedicatorias de libros (propios y ajenos), y puedo asegurar que nunca he repetido dos iguales, al menos a sabiendas. En cada una de ellas he intentado siempre hacer un guiño, un gesto de complicidad o una más o menos velada insinuación amorosa. Si yo fuera más listo, más precavido, me habría quedado con una copia de cada dedicatoria regalada, y ahora estaría en disposición de publicar El libro de las dedicatorias, y hacerme rico y famoso. Sería todo un clásico editorial, casi como las 1080 recetas de cocina de Simone Ortega, pero en el género de las dedicateses. Porque, vamos a ver, ¿quién no se ha visto alguna vez en la necesidad de escribir unas palabras con intención, dos o tres líneas dedicadas a alguien en las que nos va el prestigio, la imagen, acaso una noche loca o algo más? Pues bien, en esos casos en que, como diría Brummel, un hombre se la juega en las distancias cortas, acudirían en su ayuda las dedicatorias del libro. Entre ellas, las más audaces y las más sugerentes, ambiguas, emotivas, apasionadas, discretas, brillantes, intemporales, poéticas o sonreídas dedicatorias para dar y tomar. Brindemos pues por ese libro que, quién sabe, quizá algún día me anime a escribir.


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