viernes, 21 de febrero de 2014

errores y malentendidos

     Alguien se lleva por error algo que no es suyo. O se lo deja olvidado en la mesa de un bar o en un taxi. O cree haber visto equivocadamente a alguien en un punto concreto y a una hora precisa. O altera un dígito al anotar un número de teléfono. Así es como empiezan algunos malentendidos que dan lugar a situaciones en las que suceden cosas que ni por asomo entraban en nuestros cálculos. Dos errores consecutivos no se suman, se multiplican. Los escenarios que abre un simple gesto en el momento más inoportuno son  imprevisibles. Y si no que se lo digan a Cary Grant en Con la muerte en los talones, que se convirtió en el fantasmal 'señor Kaplan' sin saberlo ni quererlo. La cuestión está en imaginar adónde puede llevarnos un mínimo error, o una coincidencia no buscada, o el llegar cinco minutos antes o después de lo convenido. De pronto, en mitad de la reunión hay un vaso que cae al suelo y se hace pedazos y deja una conversación interrumpida... para siempre. Cambiando de tema, aunque no del todo: ¿qué ocurre cuando alguien se parece tanto a alguien que nadie los distinguiría en una rueda de reconocimiento? ¡Y hay parecidos tan indistinguibles! ¿A quién no le han tomado alguna vez por otro? A veces lo pienso: si tuviera un hermano gemelo idéntico a mí, ¿qué actos no estaría yo dispuesto a cometer nunca en su nombre? Pocos, me temo. En cuanto a sus novias o amantes... ese sería un espinoso asunto del que mejor no hablar. A cambio, yo acudiría de buen grado a cubrir su puesto de trabajo en esos días en que los hombres no estamos para nada. Y puesto que mi caligrafía sería idéntica a la suya, escribiría en su nombre de mi puño y letra las más hermosas cartas de amor. Aunque donde las dan las toman. ¿Qué perpetraciones no habría cometido él haciéndose pasar por mí? ¿Hasta qué punto mi reputación sería del todo mía? ¿Doble vida, doble identidad? De seguir por este camino, me temo que él acabaría siendo mi particular 'retrato de Dorian Gray', y yo el suyo. Pero no era este el tema. Pretendía hablar aquí de ese endiablado enigma que es el azar, la arbitraria ley que rige nuestras vidas. Ese dígito 'bailado' al marcar un número de teléfono altera por completo el curso de los acontecimientos. Suspender un viaje en el último minuto (o no emprenderlo a causa de un descuido o de un mínimo retraso) puede resultar a la postre el mayor acierto de nuestra existencia. Si supiéramos las veces que hemos estado a un tris de morir atropellados, o de tener un gravísimo accidente, o de ganar 'un sueldo para toda la vida' con Nescafé. Voy más allá: ¿Qué lamentable desacierto, qué tonto error evitó que yo coincidiera cara a cara con Marion Cotillard una mañana luminosa, la última vez que ella visitó Madrid? De haberse producido ese encuentro casual, no cabe descartar que mi familia y yo pasáramos ahora largas temporadas en París, que Carmen y Marion fuesen ya íntimas amigas, que su novio Guillaume Canet y yo saliéramos de copas algunas noches por Montmartre, por la rive gauche... ¡Y qué maravillosos desayunos tendríamos los cuatro!

4 comentarios:

  1. Muy bueno, Luís.
    Creo poco en el azar.
    "Está claro que todo acto fallido es un discurso logrado, incluso bastante bellamente construido…”.
    Ya sabes que mi pareja tiene un hermano gemelo, no des ideas...,ja, ja

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    1. Es un temazo, Isabel. Pero yo no doy ideas: las tomo. Bss.

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  2. De olvidos y desencuentros se hacen los días, querido Luis, con esa cronología sospechosa que parece dejarnos siempre la opción más previsible. Seguro que en tu próxima cita en Madrid tropiezas con Sharon Stone (y entonces me llamas, y compartimos los tres unas cervezas. Yo invito encantado). Un fuerte abrazo.

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