viernes, 19 de julio de 2013

me siento rejuvenecer

Ya tengo las gafas nuevas. Gafas de ver, como suele decirse. Con ellas lo veo y lo leo todo mejor, mucho mejor que con las antiguas. Quizá a partir de ahora empiece a ver las cosas de otro modo. Porque si cambia la percepción visual, lo lógico será que ello modifique, aunque sea mínimamente, la interpretación de lo que vemos o leemos. Voy a hacer una prueba: releer, ya con las nuevas gafas, libros o páginas que leí sin ellas. A ver que pasa. Es posible que al mejorar la visión mejore también la reflexión a que nos lleva la mirada y lo mirado. Ese leve desenfoque que percibía a menudo con las viejas gafas, estoy seguro de que condicionaba mi percepción de lo visto y leído. Presiento que de ahora en adelante voy a tener más claridad de ideas, mayor lucidez, mejor recepción de todo aquello que entra por los ojos en las distancias cortas. Y no olvidemos que “en las distancias cortas es donde un hombre... se la juega”. Brummel. Así pues, mi calidad de vida va a mejorar a ojos vista, y mi prima de riesgo caerá a niveles comparables a la de los tiempos en que no conocía más gafas que las de sol. Me siento rejuvenecer, como Cary Grant en aquella película. Desconozco cómo se lo tomará mi Ginger Rogers cuando compruebe que, en efecto, de un tiempo a esta parte su marido parece otro. ‘No sé...’, le dirá ella a alguna amiga de toda confianza, ‘está como... como más joven, de verdad te lo digo, y eso hasta me asusta un poco, porque de seguir así... va a parecer más joven que yo, ¡imaginate, Almu!’ Bueno, si veo que la cosa va a más, y el proceso rejuvenecedor es imparable, trataré de disimularlo en la medida de lo posible. Cuando empiecen los comentarios elogiosos (particularmente los femeninos) y las muestras de asombro ante mi... notoria mejoría, trataré de rebajarlo con expresiones tales como ‘¡Uy, qué va, qué va! Se me olvida todo. Me pesa el cuerpo. Estoy lento. A la más mínima, me quedo dormido...’ Y todo ello para no levantar suspicacias ni hacer de menos a nadie. Pero lo cierto es que, de seguir así las cosas, será como regresar al futuro de los años 80, disfrutar de una nueva movida madrileña, volver a Malasaña, Huertas, renovadas copas en el Cock, películas aún no estrenadas en los Alphaville, un nuevo Agustín García Calvo filosofando de viva voz en el Café de Manuela o en La Aurora, amores de verano,  grandes esperanzas... Aunque, visto lo visto, ¿no será más bien que estas coquetas gafas han sido objeto de algún encantamiento óptico que me hace ver maravillas y que vuelva a creer en los milagros? Queridos míos, si todo se pone feo muy feo a nuestro alrededor, acudid a una buena óptica, haced que os gradúen la vista y elegid unas gafas que de verdad os gusten y os sienten divinamente bien. O en su defecto, buscad el poema aquel de Raúl González Tuñón: “Eche veinte centavos en la ranura / si quiere ver la vida color de rosa.” O escuchad la canción que os regalo aquí mismo.

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