viernes, 14 de junio de 2013

verano

 Tercer día consecutivo de calor. Y con él todo cambia: se recuperan viejos hábitos que han permanecido ocultos u olvidados durante nueve meses. En la calle se produce un cambio de hemisferios y pasamos a la acera de sombra, a la zona de sombra. Todo se ve de otro modo desde esta perspectiva. En la casa, las persianas bajadas la mayor parte del día; el café, con hielo; el pantalón, corto y fresco; la camisa, liviana y amplia; las mantas, en lo alto del armario; la mejor hora, de siete a nueve, con la fresca. Y de igual modo que existe el tinto de verano (no para mí, por cierto, que eso me parece un contradiós), y el horario de verano, y el gazpacho, y las camisas de lino, etc, pues también existe una manera distinta de mirar, sin duda consecuencia del calor y de lo que eso conlleva. Sí, junto a la moda de verano está la mirada de verano. Y es en estos primeros días de calor cuando mejor se advierte su naturaleza hedonista, el modo en que la mirada se posa en un magnolio fresco, a primera hora de la mañana, o resbala espalda abajo por unas piernas cadenciosas, bien torneadas... En fin, esas cosas que nos salen al paso en estos días, y que tienen más relación con los milagros que con los solsticios. Los cambios de estación siempre son los más gratos, y la mirada, puesto que tiene memoria, se adapta con facilidad al veraneo incipiente. En días así, todo es ‘de estreno’ para los sentidos. Por fortuna, todavía no estamos en las torrideces de julio y agosto, esas noches que en Madrid y en otras ciudades no es cosa fácil conciliar el sueño, y procedente del patio de manzana nos llega el maullido encrespado de un gato/a insomne, acaso en celo. Y es que el calor hace estragos. Recuerdo ahora algunos versos de un poema humorístico que escribí hace..., no sé, muchos veranos: “Cuando se alcanzan los 40º a la sombra / y el sol aplasta y reblandece los tejidos de la gran ciudad... / los cuerpos se impacientan, / se desasosiega el ánimo / y no es cosa fácil mantener la calma.” Poco más adelante decía (cito de memoria): “A medida que la tarde avanza / va en aumento el riesgo de las perpetraciones: / es el tiempo de los peores crímenes y de los adulterios / mascados a conciencia. / Hay que ser pues precavidos / y no dar rienda suelta a los instintos.” Pero, tranquilos, que para llegar a eso faltan todavía algunas semanas y bastantes telediarios. Por el momento, disfrutemos de los mejores helados de tiramisú, leamos bellas páginas, quedemos a comer con una amiga/o interesante, concedamos el tiempo que se merece a elegir una camisa clara que nos siente bien, un pantalón fresco, un calzado cómodo, una palabra amable, una sonrisa acorde con este viernes, y con la sobremesa tan grata que aún no ha sucedido. Que así sea.

2 comentarios:

  1. Cómo me gusta esta comparación con el milagro... "esas cosas prodigiosas que escapan al entendimiento". La celebración de la alegría que se basta a sí misma, dice Trapiello.
    Qué delicia son los ojos del verano. La piel libre, la luz deslenguada, el dulce dormir del medio día y las noches de fiesta.

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  2. La Naturaleza es sabia y sabe realizar milagros, porque tiene costumbre de hacerlos, casi a diario... Un festín es la nueva estación, por supuesto. Los inconvenientes que le adjudicas al verano, no son cualidades propias; pertenecen a las grandes ciudades mal preparadas para acoger cualquier inclemencia... Por aquí en La Vera, como en tantos otros lugares rurales, no hay ninguna pega; en las horas de calor el baño en las limpias gargantas, después de comer, la siesta. Y en las perfumadas y lujuriosas noches, la amistad, el amor, la creación...
    Me gustan tus textos, Luís Alonso.. Continúa endulzando las tardes con tus palabras

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