viernes, 10 de marzo de 2017

páginas en blanco

     Es un lugar común hablar del pánico ante el folio en blanco, ante el documento en blanco en la pantalla del ordenador. En esos casos suele citarse el horror vacui y cosas semejantes. Pero eso debe de ser un privilegio de espíritus extremadamente ascéticos o atormentados con los que nunca podremos competir los demás mortales. A mí me ocurre todo lo contrario: veo una página en blanco y siento una excitación que si no es lujuria le falta poco. Si por mí fuera, no dejaría en blanco ni el papel de liar cigarrillos. Pudiendo escribir ahí un buen alejandrino, un microrrelato, ¡algo!, ¿por qué privarse uno de ello? Entiendo bien el impulso irrefrenable de los grafiteros ante una pared sin estrenar. Al martillo todo se le vuelven clavos. Y al escribidor los dedos se le vuelven teclas. No hablemos ya de lo que le ocurre al mirón en primavera. Aunque la cosa cambia si hablamos de redes sociales. Recuerdo oír decir a Santiago Segurola -fino estilista del periodismo deportivo- que abandonó Twitter cuando comprobó que aquello era "un bar de borrachos"; tiempo después he ido viendo que con Facebook ocurre otro tanto: un bar de borrachos, sí, pero a menudo de borrachos rencorosos, encabronados, sin la gracia gamberra de algunos bares. Abro un paréntesis: Una y otra vez compruebo que hay gente que practica el odio como deporte, como una disciplina de obligado cumplimiento. Y lo más curioso es que muchos, o al menos algunos de ellos, son personas que no han sufrido una infancia difícil, ni una adolescencia complicada, con traumas insuperables, etc. ¿Cómo se explica entonces esa actitud? Hay gente que, puesta a odiar, odia incluso al cine español, así, en genérico, lo cual es tanto como desear lo peor al teatro isabelino inglés, al romanticismo alemán o al bebop de Dizzy Gillespie, Charlie Parker, etc. O sea, una estupidez. Cierro el paréntesis. Volviendo a la cuestión del folio en blanco, vengo pensando últimamente que a este blog quizá no le vendría mal una pausa, una interrupción de la actividad por un tiempo. ¿Cuánto tiempo? ¿Dos, tres, cuatro semanas? No lo sé, pero creo que los lectores saldrían ganando. La fidelidad está muy bien, no hay duda, aunque, precisamente por respeto a los fieles, conviene conceder y concederse alguna tregua de vez en cuando, un tiempo de silencio, jornadas de reflexión. Voy a reflexionar pues estos días, a ver si, ya que hemos entrado en la cuaresma, practico más la austeridad y el voto de silencio de la vida contemplativa. Claro que, conociendo como conozco las debilidades de la carne, tampoco me atrevo a decirlo muy alto, no vaya a ser que me ocurra lo de aquel poema, creo que de Ángel González, en el que, sí, Dios hizo el mundo en seis días, pero al séptimo, "se cansó." Veremos.

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