viernes, 30 de septiembre de 2016

tango

      Dice Borges que "el tango nos da a todos un pasado imaginario", y añade, en su conferencia de octubre de 1965, en Buenos Aires, ahora recuperada casi milagrosamente: "Oyendo el tango sentimos que, de un modo mágico, hemos muerto peleando en una esquina del suburbio." Tanto si es un relato, un poema, una charla, una entrevista... Borges siempre es Borges. Pero, dejando eso ahora, un pasado imaginario es lo que nos ofrece la gran ficción, ya sea el teatro de Shakespeare, la novela rusa del XIX o el cine negro. ¿Quién de nosotros no estuvo en esa partida de póker cuando Lee Marvin le arroja a la cara el café hirviendo a Gloria Grahame en aquella película? Asimismo, yo juraría haber peregrinado a Camelot, en Britania, hace casi mil años, y asistido al Festival de Woodstock en el 69. Cada uno tiene el pasado imaginario que se merece, los recuerdos -vividos o soñados, da igual- que se han ido generando y ya forman parte indistinta de su memoria. Mi amigo Luis Ángel Lobato -poeta y cinemático- me regaló hace años una cita memorable de Ray Bradbury: "Solo me quedaba el recuerdo y yo no podía confiar en la memoria." Y eso nos lleva, nos acerca al menos, a un espacio inquietante: el de los implantes de memoria que todos recordamos desde Blade Runner. Esos implantes pueden injertarse en el cerebro mediante las más diversas técnicas, ajenas a la cirugía: sueño, voluntad, contagio, criptomnesia... La capacidad de incorporar a la memoria episodios de un pasado imaginario es un don, como disponer de una terapia, casi un antídoto, contra el olvido. Qué importa si esa fortuna la ganamos con nuestro esfuerzo o jugando a la ruleta en un casino de película. Y además, hay amores tan intensos en la vida que solo se los encuentra uno en los libros, o en la oscuridad de una sala de cine. Y viceversa: a veces hay que ponerlos por escrito para que sean ciertos, para que se hagan realidad esos amores que la vida nos depara. Sí, creo que es bueno hacer acopio de recuerdos, aunque algunos nunca sucedieran (o no de todo), pues conviene que cuando llegue el invierno tengamos leña de sobra para mantener vivo el fuego. En fin, no quisiera yo ponerme aquí estupendo, ni demasiado simbólico, ni elegíaco. Llegados a este punto, nada como cederle la palabra a Borges: "En un instante que hoy emerge aislado,/sin antes ni después, contra el olvido,/ y que tiene el sabor de lo perdido,/de lo perdido y lo recuperado" (...) "...el tango crea un turbio/pasado irreal que de algún modo es cierto,/el recuerdo imposible de haber muerto/ peleando, en una esquina del suburbio."

viernes, 23 de septiembre de 2016

esperando a que suene Bill Evans

     Han sido necesarios más de veinte años para llegar a este salón. Sin duda es un logro esta combinación de espacio, luz y silencio. Lo sé. Pero sé también que nada ocurre dos veces de la misma manera: el tiempo hace que todo cuanto sucede en él sea irrepetible. Las motas de polvo suspendido que ahora brillan en esa franja de luz, tendrán mañana otra disposición; la música de Bill Evans que tengo en espera para empezar a sonar -I Will Say Googbye- encontrará un silencio algo distinto a éste sobre el que fluir dentro de unos meses o años. Una mano de pintura en las paredes, las plantas que habrán crecido en la terraza cubierta incorporada a este salón, el nuevo equipo de sonido, los estores que sustituyan a los actuales, cien o doscientos libros más en las estanterías, la erosión de las aristas, el desgaste de las cosas, las incorporaciones... Todo ello hará que, pasado un tiempo, no suene igual esa música que en seguida va a sonar aquí. Y quien dice música dice todo lo demás. Las alegrías y las decepciones por venir, la calidez o claridad de la nuevas lámparas, mi vista cansada con una dioptría más... modificarán un punto la percepción de los colores, los matices de la luz, el juego de las sombras, la idea misma de bienestar. Con el tiempo, el salón de una casa vivida constituye la mejor biografía de sus moradores. A un Sherlock Holmes actual le bastarían unos minutos curioseando en este salón para averiguar quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí. Aunque tampoco se requiere ser un lince de la perspicacia para ello: cuadros, libros, discos, fotos, recuerdos, regalos, decoración, detalles... Para qué más, si está todo aquí. Ni siquiera necesitaría nuestro detective entrar en este ordenador y escudriñar entre mis búsquedas de las últimas semanas, meses. La factura más reciente de los móviles -con el desglose de llamadas, hora, coste, duración- anda por aquí, a la vista, junto al ticket de compra de ayer en AhorraMás, la cita médica del próximo lunes a las 08.40, los últimos movimientos de mi tarjeta de crédito, el albarán del taller donde llevé el coche la semana pasada, un talón (que yo desconocía) 'válido por una noche de hotel para dos personas', la oferta 2x1 de un spa que incluye -¡oh, cielos!- ese prometedor 'masaje sensitivo inolvidable'. En fin, cosas con las que mi mujer me sorprende, me sigue sorprendiendo. Pues bien, todo eso y más está en este salón. La pregunta ahora es: ¿qué quedará de todo esto, y qué nuevas sorpresas aparecerán aquí, pasados veinte años? Vivir para contarlo. Y para escucharlo.

Bill Evans - A House Is Not A Home - YouTube

viernes, 16 de septiembre de 2016

tanteando las horas

     Hay que tener cuidado con el momento que uno elige para tomar una determinación o publicar un desahogo. Me refiero a esas decisiones que luego traen consecuencias, tales como aparcar el coche diez minutos en 'carga y descarga', mandar a tu jefe a que le den por ahí o poner en Change.org una petición incitando a la desobediencia civil o al amor libre. Hay muchas más, claro está. Este blog, sin ir más lejos. Dependiendo del día y de la hora que yo elija para escribirlo puedo obtener como resultado una sonrisa casi unánime o una severa reprobación. Porque en este reducido espacio también sucede como en aquel poema de Ángel González: "Ayer fue miércoles toda la mañana./Por la tarde cambió:/se puso casi lunes,/la tristeza invadió los corazones." ¿Y quién está a salvo de un casi lunes por la tarde? Por eso yo voy tanteando los días y las horas hasta ver si el post encuentra el tono (y con el tono el tema) en el que discurrir sin mayores obstáculos. Dispongo de toda la semana para ello, es cierto, aunque a veces no es fácil encontrar una hora entera limpia de ruidos, de interferencias. Sé que si me canso de esperar y elijo el momento equivocado, puedo perder de golpe la mitad de las visitas que viene recibiendo este blog; o peor aún, decepcionar a las amistades más queridas. Hay martes revirados desde primera hora en que más me vale caminar deprisa y guardar silencio. Aunque también hay mediodías luminosos en los que estoy dispuesto a declarar la paz en la Tierra y el amor universal. Es entonces cuando, bendecido por la luz, intento escribir unas líneas ligeras llenas de buenos propósitos. Pero son tan gratos esos minutos, esa cerveza rubia fría, que lo que realmente apetece es poner algo de música, bajar los párpados y dejarse uno llevar a la deriva. Luego vienen las noticias y lo echan todo a perder. Ahora bien, confiar el post al día siguiente tiene sus riesgos: nunca sabe uno si el miércoles será de ceniza o de pereza. O de un espíritu nublado, torvo.¡O de iracundia! Estos son los peores: cuando se nos enfurece el ánimo podemos escribir el texto más vibrante, el más elocuente... del que no tardaremos en arrepentirnos. Hay que andarse pues con mucho tiento a la hora de pulsar las teclas. De lo contrario, lo que iba a ser paz y amor, concordancia y aquiescencia, resulta un sermón desabrido, una monserga. Así pues, parece aconsejable bordear las provocaciones del Gobierno que nos salgan al paso. No es tarea fácil: hay tantos charcos en los que meterse... Pero ese es un terreno en el que mejor no entrar; siempre se sale perdiendo.

viernes, 9 de septiembre de 2016

el cuento de nunca acabar

     Lo mejor de buscar algo que guardaste hace tiempo es lo que va apareciendo en esa búsqueda. Al final, lo buscado solo es la disculpa para encontrar otras cosas. Una idea queda clara: viendo lo que guardamos a lo largo del tiempo, se puede trazar un retrato certero de la personalidad y la vida de cada uno. Un cajón lleno de papeles, postales compradas en museos, entradas de teatro, de conciertos -Serrat en Las Ventas, Miles Davis en el Palacio de los Deportes-, alguna carta o foto, programas de mano, pequeños catálogos de exposiciones, una caja de cerillas con un número de teléfono (sin nombre), varios marcapáginas, tarjetas de restaurantes, recortes de prensa, viñetas de El Roto, una cita de Mark Strand garabateada en un papel: "Acabamos lamentando la pérdida de algo que nunca llegamos a poseer." Pero he escrito 'marcapáginas', y eso es lo que motivó mi búsqueda: un marcapáginas en el que aparecía impreso un pequeño texto que me pidió un compañero de trabajo para regalárselo a su sobrino, acompañando a un cuento infantil. En ese texto mínimo pretendía yo decir que la vida de cada uno está tejida con miles, millones de hilos, y que con cada hilo se puede dar una nueva puntada, añadir una frase, una página, continuar el relato. En el cajón con recuerdos y papeles hay mil historias iniciadas, y otras tantas (más, muchas más) por continuar, por explorar. Todo es susceptible de ser revisitado, acrecido, puesto en circulación. Lo 'durmiente' solo espera el beso o el soplo que lo despierte, lo reavive. La cazadora roja y las gafas negras de Miles Davis aquella noche en el Palacio -viernes,13 de noviembre del 87- están pidiendo un poco de memoria viva, algo que evoque y active el espíritu del momento. El teléfono apuntado en esa caja de cerillas es un relato no escrito que, puestos a imaginar, podría dar comienzo aquel mismo viernes 13 a la salida del concierto, y seguir durante toda la noche y más allá, hasta el amanecer, ocho meses después, riendo a carcajadas en una fuente del Paseo del Prado, junto al Botánico. Quiero decir que todo puede y debe continuar, que los miles de hilos del envés de la trama siempre anhelan abrir nuevas rendijas por las que introducirse. Todo está dicho, es cierto, pero a medias. Escribe Eduardo Galeano refiriéndose a Sherezade: "Si el rey se aburría, estaba perdida. Del miedo de morir nació la maestría de narrar." Y bien sabemos todos que narrar es vivir. Leo la frase que buscaba en ese marcapáginas, dice así : "...ten en cuenta que el cuento queda a veces a medio contar; cuenta conmigo, amigo, para seguir contándote el cuento de nunca acabar."


viernes, 2 de septiembre de 2016

los tres pies al gato

     ¿Se puede estar y no estar a la vez en el mismo sitio? ¿Y en dos o más tiempos simultáneamente? El más elemental sentido común nos dice que eso es imposible, sin embargo por momentos no puedo evitar la sensación de estar y de no estar todavía. Yo no sé nada de mecánica cuántica (y la paradoja del gato de Schrödinger me exige un serio esfuerzo de comprensión) pero algo me dice que la simultaneidad de escenarios o mundos paralelos no debe descartarse sin más. Y también que una cosa y su contraria pudieran estar sucediendo entre dos parpadeos. He vuelto, sí, es evidente, y de hecho estoy ahora escribiendo en esta misma mesa, en el mismo salón, rodeado de los mismos muebles, estanterías, libros, cuadros; pero hay algo de mí que no ha llegado aún, y no sé si viene de camino o se ha quedado lejos, perdido en el bosque, o quizá se ha declarado en rebeldía y se niega a reunirse conmigo, con la parte de mí que ahora está sentada ante el ordenador. Es como cuando alguien enviaba con antelación el pesado equipaje para luego poder viajar más cómodamente, sin impedimenta. Bueno, algo así, pero a la inversa, porque en este caso la impedimenta soy yo. Es una sensación extraña que me lleva a mirarme desconfiadamente en el espejo, casi que a buscar mi sombra. ¿Qué parte de mí no ha regresado conmigo? ¿En qué momento y dónde se escabulló, se hizo perdidiza? ¿Acaso durante aquella siesta, a la sombra de unos árboles frondosos, no lejos de Cóbreces, ya cerca de Novales? También pudiera ello haber sucedido en alguna página de Peregrinos de la belleza, por ejemplo en el capítulo donde su autora, María Belmonte, habla de Axel Munthe, en su Villa San Michelle, en Capri, hacia 1900, descrita así por Henry James: "Una creación de la más fantástica belleza, poesía e inutilidad como no había visto reunidas nunca." Aunque quizá el secreto de esa fuga, de esa parte de mí extraviada, pudiera estar en las palabras del propio Munthe: "La casa era pequeña, las habitaciones pocas, pero había loggias, terrazas y pérgolas para contemplar el sol, el mar y las nubes (el alma necesita más espacio que el cuerpo)." Mira por dónde, va a estar ahí la clave: en el espacio que el alma necesita. Y quiérase o no, si hablamos de espacio estaremos hablando también de tiempo. En estos días, los déjà vu se suceden de manera inquietante. Es como estar viviendo en un tiempo de subjuntivo.

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