viernes, 18 de marzo de 2016

un sillón con el que estar conforme

    Conviene tener un sillón con el que estar conforme. Parece sencillo, pero no lo es tanto. A mí me ha llevado mi tiempo encontrarlo. Años. No es un sillón extraordinario o exclusivo, ni se convierte en sillón-cama ni nada de eso, pero es el que yo estaba buscando sin saberlo. Algo semejante sucede con el colchón. Dar con uno que nos acoja y entienda es primordial: de ello depende en gran medida nuestro buen o mal humor, el bienestar, la salud, me atrevo a decir que hasta el estilo literario. Un plácido despertar condiciona favorablemente el día. Asimismo, una mala noche, seguida de otra, y otra, y trescientas más, echan a perder hasta los más nobles propósitos. Es cierto, un colchón desacertado puede malograr las mejores expectativas. Con razón decía Flex: "Tu cama, el lugar más importante del mundo." Y en esto también ocurre que no siempre se acierta a la primera. Dar con el colchón idóneo es como encontrar a la mujer o al hombre a la medida de tus sueños despiertos. Claro que la pura estadística nos diría que es preciso haber probado muchos colchones y dormitorios, casi tantos como mujeres u hombres con quienes dormir o pasar la noche, hasta encontrar finalmente tu colchón y tu pareja. Se trata de aplicar el método científico de toda la vida: 'prueba-error, prueba-error'. A ello hay que emplearse con tesón, y no perder nunca la esperanza. ¿Que no termina de aparecer? Ya aparecerá. Es cuestión de insistir. Eso sí, cuando encuentras el colchón a tu medida y la persona con la que compartirlo, ya no querrás otras camas ni otros sueños. Y le dirás a ella, a él, aunque solo sea con los ojos: quiero desayunar contigo todas las mañanas de mi vida. De ahí la importancia del café recién hecho, el pan tostado, el aceite de oliva, las ricas mermeladas, el verde de los kiwis, el agua fresca. Luego están los zapatos de uso diario. Mucho más importante que casi todo lo demás es el calzado con el que sales de casa cada día. A dónde vayas, y cómo sea el viaje, dependerá en buena medida de esos zapatos. ¿Cómo dar con ellos? Es sencillo: cuando te pruebes unos que te hagan sentir como si llevaras años usándolos, no mires el precio, llévatelos. Y así es como, de vuelta a casa, ya en zapatillas, llegamos al sillón orejero del comienzo. Su tapicería es de un gris discreto, sin estridencias. Recoge bien los riñones e invita a la lectura gustosa y prolongada. Hay que elegir un libro ya mismo y tomar asiento en el sillón. O al menos recordar una frase leída recientemente en él: "Era una voz tranquila y gruesa, de indiferencia y primer vermut."




viernes, 11 de marzo de 2016

la vida secreta de las palabras

     Ya lo he hecho aquí alguna vez, pero no está de más renovar los votos cada cierto tiempo y adquirir nuevos compromisos. Supongo que, al igual que nos sucede con las personas, cada uno siente debilidad o fascinación por determinadas palabras. A mí siempre me ha gustado paladear aquellas que con solo pronunciarlas se le hace a uno la boca agua. Es el caso de 'ambrosía', 'frambuesa' o 'muérdago', aunque 'magnolia', 'albaricoque' y 'bamboleo' también tienen lo suyo dentro. Luego están esas tan chispeantes y atrevidas como puedan ser 'frenesí', 'martingala' o 'barbitúrico'. Pero la que resulta imbatible en ese sentido es 'jitanjáfora', que lleva incorporados fuegos de artificio y efectos de luz y sonido. 'Churrigueresco' siempre ha tenido un punto desaforado y borrachuzo. 'Colibrí' es la más puntiaguda del diccionario. Y 'chapapote' la más espesa. Sin embargo, 'delicuescente' pertenece al ámbito de lo espumoso, de lo burbujeante. La primera vez que me encontré con el término 'taurobolio' experimenté una especie de arrobo fonético, como quien descubre restos de un idioma tan antiguo como el sánscrito o algo relacionado con la enjoyada Babilonia. 'Alabastro' y 'lapislázuli' emergen de un mundo sinuoso y resbaladizo, como jabones mojados que no hay modo de atrapar al vuelo. 'Linóleo' goza para mí de un gran prestigio literario, pues va asociado en mi memoria al suelo de la oficina del detective Philip Marlowe en las novelas de Raymond Chandler. Y de igual modo que Malena es nombre de tango, 'mórbido', 'ebúrneo' y 'turgente' son adjetivos de mucha voluptuosidad sonora. 'Anacoluto' es directamente una guarrada, igual que 'sinalefa'. Por el contrario, 'hiperestesia' y 'peristilo' poseen una elegancia inefable, aunque de una fragilidad extrema, como hilillos de un humo claudicante que abandona el pebetero. 'Barahúnda' y 'batahola' tienen algo de tumultuoso, sí, pero con esa superflua hache intercalada que aporta un cierto aire como del viejo esplendor austrohúngaro. Por su parte, 'laurisilva', 'láudano', 'paladio' y 'zirconio' constituyen una suerte de gang-bang semántica, una cama redonda o lugar de encuentros fragantes y estupefacientes. Muy cerca de ahí está el gabinete sadomaso, donde los gritos de 'vírgula', 'mácula', 'mártir' y 'anémona' -a manos de 'acrimonia', 'bergamota', 'rapsodia' y 'wolframio'- estremecen el fino oído de las lexicógrafas. Tan es así que, tras una temporada de escucha y trabajo, las lexicógrafas necesitan retirarse unos días al balneario de las palabras convalecientes, el lugar donde se restablecen los adverbios, hacen cura de silencio los pronombres, toman las aguas los tiempos de subjuntivo. Allí reina la paz de una limpia sintaxis, y en sus campos semánticos predomina el verde. Luego vienen las sesiones tan reconfortantes de talasoterapia y masaje. 'Talasoterapia' no llegó a mis ojos y oídos hasta bien entrado el verano de 1995: "La clínica talasoterápica era un edificio rosa con un gran jardín lleno de palmeras", se lee en el capítulo 14 de Sostiene Pereira.

viernes, 4 de marzo de 2016

google

     La verdadera aventura está en averiguar lo que no aparece en Google. Ese sí que es un viaje a ninguna parte. Algo así como adentrarse en un territorio donde no queda nada por explorar, ni resquicio que conduzca a cámaras secretas, a espacios exentos que no figuren en los mapas. Todo lo que uno pueda imaginarse está registrado en Google. O visualizado en YouTube. Siempre vamos a encontrarnos con la prueba de que alguien estuvo antes allí. La conclusión es desalentadora: no quedan islas, ni selvas, volcanes o ruinas por descubrir. Pero, ¿por qué no soñar con ciudades perdidas o tomadas por la jungla que esperan la llegada de los primeros exploradores? En la literatura y en la vida eso siempre ha existido. Un Titanic intacto, unas minas del rey Salomón, un templo camboyano en plena selva. Si damos por hecho que en Google está todo, ¿por qué no aceptar que también ha de haber espacios para lo inexplorado? No hay mayor tentación para el viajero, para el navegante de la red, que un territorio sin cartografiar. Aunque para no incurrir en lugares comunes, hay que descartar los destinos exóticos más previsibles. Por ejemplo, nada de parafilias y morbosidades. No perdamos el tiempo haciendo búsquedas a través de palabras como necrofilia, zoofilia, tabúes, violencia extrema. La red está saturada de todo eso. Quizá el secreto esté en buscar lo que aún no tiene nombre, lo innombrado. Y quizá sea ese también el único ámbito donde alguien pueda ocultarse o ponerse a salvo del Gran Hermano. ¿Quién no se ha preguntado alguna vez dónde esconderse en caso de necesidad? Creo que lo mejor no sería buscar un espacio físico, un refugio, sino hacerse pasar por otro, 'convertirse' en otro. En Viviré con su nombre, morirá con el mío cuenta Jorge Semprún cómo salvó la vida gracias a que intercambió el nombre, la identidad, con un moribundo francés en el campo de concentración de Buchenwald. El sueño de todo fugitivo siempre ha sido crearse una identidad nueva, a la medida. Y desaparecer. El huidizo impostor y agente doble o triple Francisco Paesa hizo publicar la noticia de su muerte en julio de 1998, en Bangkok, a consecuencia de un infarto. Se informó de que el cadáver fue incinerado, y el propio gobierno tailandés emitió el certificado de defunción. El País publicó la esquela. Por si algo faltara, la hermana del difunto encargó y pagó a los monjes de San Pedro de Cardeña, en Burgos, treinta misas ¡gregorianas! por el eterno descanso de su alma. Años después, Paesa fue localizado en Luxemburgo, donde vivía con una sobrina (?) dedicado a oscuras operaciones de blanqueo de capitales. En fin. ¡Lo que yo daría por una larga conversación con la sobrina de Paesa! Quizá ella me aleccionara acerca de lo que no aparece en Google. Qué novelón de 500 páginas. O de 500 sombras.