jueves, 31 de diciembre de 2015

para una novela que no escribiré

     Esta es la historia de un plagiario inverso, un prodigioso imitador de estilos literarios capaz de hacer pasar por obras inéditas de grandes maestros textos enteramente escritos por él. Así empezaría, más o menos, la sinopsis que habría de figurar en la contraportada del libro. Luego iríamos viendo cómo ese hombre gris de edad indefinida, discreto profesor de literatura, no ha logrado publicar ni una sola de sus novelas o alguno de sus relatos, pero las musas le agraciaron con el don de imitar voces literarias de tal modo  que ningún especialista sería capaz de detectar la impostura, tanto en la forma, el ritmo, el tono o la sintaxis como en los contenidos narrativos. Todo empezó como un juego, un mero pasatiempo, pero aquella tarde en que probó a escribir un relato ‘a la manera de Borges’, no tardó en darse cuenta de que lo que le estaba saliendo era puro Borges destilado, y además de su mejor época, la de El Aleph, la de Ficciones. Pero la cosa no quedaría en eso, en un consumado imitador de Borges. Por seguir con el juego, probó con Juan Rulfo, y lo que salió de allí fue algo que ningún experto en Rulfo pondría en duda que esos dos relatos titulados Silverio Collantes y La muerte espera son dos joyas inequívocas pertenecientes al mundo mítico de El llano en llamas, al parecer desechadas por su autor y 'venturosamente aparecidas', se diría. Pero quizá el mayor virtuosismo en el arte de suplantar de nuestro insospechado camaleón literario sería el exhibido en las 23 cartas secretas (salvadas del fuego por una mano anónima) que intercambiaron Idea Vilariño y su amante Juan Carlos Onetti entre marzo de 1957 y octubre del 58. Esa correspondencia apócrifa no es la obra de un falsificador genial sino la de un verdadero creador que se apodera del alma de Onetti y de Vilariño (o ellos se apoderan de la suya) y pone en boca de estos las palabras que acaso nunca se dijeron, pero que bien se pudieron decir. Todo ello –la genial impostura, las obras 'recuperadas', las rentables operaciones editoriales- acaba teniendo una finalidad que sólo se descubre en los últimos capítulos: nuestro anónimo hombre gris de mediana edad avanzada no tiene amor ni amante pero sí una alumna de 15 años de muslos bien torneados, sonrisa húmeda y mirada perturbadora. Y como él no puede ni quiere reescribir Lolita, puesto que sería su perdición, gana tiempo (y dinero) escribiendo a la manera de Onetti o de Lezama Lima, a la espera de que la nínfula cumpla los 18, y así evitar la acusación, el juicio y la cárcel. Tiene por delante dos años y cinco meses para crear variadas obras maestras. Pero diríase que ella lo sabe y va a hacer lo imposible para acortar los plazos y ser realmente Lolita, "luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta."



jueves, 24 de diciembre de 2015

de buen mal humor

     ¿El mal humor es proclive a la rebeldía, al ímpetu de la revuelta? Pudiera serlo. Si así fuera, yo he pasado una temporada -coincidiendo con la campaña electoral- inusualmente malhumorado, como poseído por un estado de rebelión casi adolescente. El mero hecho de ver u oír a determinados personajes del panorama político español (o a sus palmeros más acreditados) me irritaba hasta el sarcasmo, o incluso el exabrupto. Sospecho que el mío no es un caso aislado; cada cual tiene sus propias fobias. Pero ese mal humor de gesto adusto, esa "cólera de un español sentado" ante el telediario o el ordenador no deja de ser un derroche de energía, un alarde de pasión más propio de los impetuosos veinte años que de la sosegada edad. Y es ahí donde quería llegar, a esa relación casi reconfortante entre el airado descontento y la exuberancia juvenil que implica. Es un hecho cierto que la indignación revitaliza al indignado, lo saca del dulce sopor o del apacible bienestar y lo devuelve de algún modo a la edad de las audacias y de los excesos. La ira, como el loco amor - "desmayarse, atreverse, estar furioso", otra vez Lope-, son arrebatos juveniles que a veces irrumpen por sorpresa como caballos en el palacio de invierno. Imprudente, sin duda, pero hermoso; arriesgado, pero excitante. Puestas así las cosas, me veo en el deber de mostrarme agradecido a mis bestias negras de la campaña electoral, porque gracias a ellas me siento rejuvenecer, como Cary Grant en aquella comedia de Howard Hawks. Y tirando de ese hilo, quizá la fórmula para recuperar los ardores juveniles consista en mantener viva una continua campaña electoral, con todo su ruido y su tensión nerviosa. Estresante, desde luego, y agotador, pero revitalizante y energético como un potente concentrado de endorfinas, ginseng y jalea real. No daré nombres -¡es Navidad!-, pero estoy seguro de que si veo el telediario... en cuestión de minutos regresarán a mí el ardor guerrero y a la pulsión erótica de los alegres días. Por cierto, había una canción en aquellos años que quizá algunos recuerden: "Manda rosas a Sandra que se va de la ciudad", decía el estribillo. Pues bien, voy a tener que mandar rosas a todos y a todas las Sandras que, tanto si se van como si se quedan, me devuelven la ardorosa pasión, nunca perdida, es cierto, aunque sí atemperada. De modo que, en estos días tan familiares y a la vez expectantes, sólo puedo desearles feliz Navidad y rosas frescas, en agradecimiento por esa rebeldía saludable que suscitan en mí, por ese despertar de la beligerancia y el alegre enfado que sin ellos... no sería lo mismo. Paz, amor, humor.


viernes, 18 de diciembre de 2015

suena el teléfono

     ...Tres, cuatro, cinco, seis veces suena el teléfono y nadie lo descuelga. ¿En cuántas películas hemos visto esa imagen? Un teléfono que suena y suena sin que nadie responda es angustioso. De esa llamada puede depender la vida del protagonista o el futuro de una historia de amor. Mientras suena el teléfono los espectadores contenemos la respiración, como para no interferir. Porque, aunque las posibilidades sean mínimas, mientras siga sonando habrá un hilo de esperanza. Siempre puede aparecer una mano que en la última décima de segundo levante el auricular y evite la catástrofe. O la tristeza infinita. Una variante de esa llamada infructuosa sería cuando sale una voz que dice "en este momento todas nuestras líneas están ocupadas; por favor, permanezca a la espera." Abusarán de nuestra paciencia, sin duda, y, como les ocurría en Casablanca a los que aún no habían conseguido un visado, tendremos que esperar, esperar, esperar... Le entran ganas a uno de dejarse de músicas celestiales y asaltar la centralita o tomar por las bravas el servicio de atención al cliente. No sucederá tal cosa. Envejeceremos esperando. Pero volvamos a esa llamada que suena sin que nadie la recoja. Desconocemos si descolgar ese teléfono será un error irreparable o, por el contrario, el no llegar a tiempo nos salvará de un cúmulo de calamidades que se habrían desencadenado fatalmente. Elegir es terrible. Y no elegir, también. Pongámonos en situación. La casa está vacía (o lo parece). Suena el teléfono. A partir del tercer tono, la esperanza de que alguien responda empieza a decrecer. A partir del quinto, se convierte en una angustiosa llamada de socorro. Sin embargo, hay algo de poético, aunque desolador, en ese teléfono que suena para nadie. O más dramático aún: en ese teléfono que tenemos al alcance de la mano y dejamos que suene sin mover un dedo. Eso mismo es lo que ha ocurrido aquí hace unos minutos: estaba tecleando "esperar..." cuando ha sonado mi móvil. Compruebo que es un número desconocido que no figura en mis contactos. Dudo si responder o seguir escribiendo. ¿Y si fuera la llamada de una joven y apasionada seguidora de este blog que quiere conocerme? El que no se consuela es porque no quiere. Pero también pudiera tratarse de uno de esos sucios bromistas que gozan escuchando en silencio al interlocutor que pregunta una y otra vez: '¿Síii?' '¿Quién es?' '¿Oiga?' A veces se les oye respirar, incluso sonreír. Aunque yo prefiero esas otras llamadas que no llegan a realizarse, pero que están ahí, latentes. Creo que ya he traído alguna vez aquel graffiti: "si no suena el teléfono, soy yo." Puede uno pasarse media vida haciendo esas no llamadas, dejando esos silencios, tan nuestros, a la caída de la tarde. Porque de igual modo que cada uno tiene su propia voz, también tiene su propio silencio. Sí, a veces casi es mejor que no suene el teléfono. O dejarlo sonar.

viernes, 11 de diciembre de 2015

500 películas, 200 libros

     Ya sé que en México me llamarían don Precavido, pero, por si acaso, no estaría de más ir organizando la resistencia individual, el exilio interior. Veamos. En el supuesto de que el domingo 20 las urnas no hicieran ni siquiera una pizca de justicia, convendría tener prevista una estrategia para resistir los próximos cuatro años, que serán duros, me temo. Yo ya he hecho mis cálculos de lo que necesitaría para sobrevivir durante ese largo y crudo invierno: quinientas películas y doscientos libros. Con esa barricada y una buena calefacción, creo que estaré en condiciones de resistir. En estas últimas madrugadas he empezado a elaborar una lista de libros y películas irrenunciables. Por cierto, estoy releyendo un libro sabio del maestro Sánchez Ferlosio cuyo título -¡no lo quieran los dioses!- parece premonitorio: Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. Para contrarrestar, en mi listado cinematográfico incluyo muchas comedias clásicas y modernas, así como no pocas historias románticas para morir de amor (si cierro los ojos, veo a Juliette Binoche y suena la música de El paciente inglés). Pero todo esto, ya digo, no es más que un cauteloso 'por si acaso', incluso me atrevo a decir que un entretenimiento para hacer más llevaderos los despertares prematuros, las horas sin sueño, a la espera de que suene el despertador y el día se ponga en marcha. He leído que hacer listas es bueno para la mente: pone las cosas en orden y neutraliza el avance del caos. Nada menos. De modo que voy a seguir elaborando listas en el silencio de la madrugada. Es posible incluso que ese ejercicio mental me ayude a conciliar un sueño breve y reparador de última hora, tal como me ha ocurrido ya alguno de estos días. Pero si se cumplieran los pronósticos más agoreros, confío en que alguna mente esclarecida, algún científico de los comportamientos sociales nos explique qué mueve a millones de personas inequívocamente decentes a convalidar con su voto la indecencia. Para mí es un misterio, lo confieso. A no ser que -es hablar por no callar- la corrupción irradie un cierto morbo, una ebriedad del alma o excitante cosquilleo íntimo ante la transgresión perpetrada a conciencia... Algo así. Aunque lo veo poco verosímil: demasiada sofisticación para un comportamiento masivo, y más aún tratándose de España y de los españoles, que no solemos tener una especial sensibilidad para esas sutiles perversiones del espíritu. ¿Entonces, dónde está el quid de la cuestión? Hace algunos posts hablaba yo de una realidad ilusoria creada ex profeso para dar el cambiazo y hacerla pasar por la otra realidad, la que previamente se ha hecho 'desaparecer' como por arte de magia de los telediarios.  Pero, ¿y si fuera yo quien vive inmerso en ese matrix, ese mundo paralelo o realidad ficticia? Tantas películas, ficciones, cuentos, novelerías, ¿no me habrán transportado a una irrealidad que me hace ver gigantes donde sólo hay molinos? No sé. Quizá debería hacérmelo mirar.

viernes, 4 de diciembre de 2015

elecciones 20-D

     Supongamos que me pidieran una guía básica y algo mundana para que los viajeros de paso por España pudieran moverse por nuestro mapa electoral. Creo que optaría por retratar a los principales candidatos. Por ejemplo, Albert Rivera: sin duda la estrella más rutilante del momento. Funciona de maravilla como flamante novio, yerno impecable, amiguete avispado, socio con pico de oro. Basta un cruce de miradas para saber que te va a ser difícil renunciar a su sonrisa bandida y votar a otro. Aunque también hay algo vertiginoso en esa mirada tan líquida, en ese brillo un tanto temerario que vale igual para hacerle perder la cabeza a tu mujer ('¡anda y que te den!') como para sacar del armario a un defensa central muy rudo o a un brigada con bigotazo. Es un gran vendedor. Ojo con él. Va a por todas. Pablo Iglesias: buena prosodia y contundente dialéctica; sus adversarios le temen tanto como le odian. Hace no mucho le respondió suavemente a un conocido presentador de radio: "Eso es como si alguien dijera que las opiniones de usted son anacrónicas o de extrema derecha." Ha conseguido que sean multitud aquellos que al sentirse avasallados, ninguneados, precarizados, etc, ya no se resignen ni pierdan la cabeza: ahora aprietan la mandíbula y calculan en silencio los días que faltan para las elecciones. Pero a Iglesias quizá le sobre un punto de arrogancia justiciera que lo hace algo antipático. Todo lo contrario a lo que ocurre con Pedro Sánchez: nadie daba un duro por él hace un año, y sin embargo ahí lo tenemos, como un brazo de mar al que le sientan divinamente unos vaqueros ajustados y una camisa azul cielo con las mangas remangadas hasta el codo. Es alto y guapo, y lo sabe. Tiene el gesto noble y la mirada limpia (sin vértigos) de quien no conoce el rencor ni ha pasado por dificultades proletarias o grandes desengaños amorosos. Quizá su encanto radique en ese aire de buen chico bien educado a quien invitarías a comer en casa, con la familia. Aunque resulta algo soso y un poco blandito, la verdad; no le vendría nada mal una pequeña transfusión de mala leche. Mariano Rajoy: un misterio envuelto en una niebla de enigmas. Veamos. El hombre sin atributos conocidos (no hablemos ya de sex appeal); el que sólo lee el Marca; el que nunca da la cara ni responde a lo que se le pregunta; el que será recordado por una frase (que yo me digo a mí mismo): "Luis, sé fuerte"; el que se hace el longuis, confiando en que 'ya bajará el souflé'; el que cuando le preguntan por Rato, Bárcenas, Granados, Fabra e tutti quanti pone cara de estar oyendo la alineación de Corea del Norte. Hace tiempo que la palabra de Rajoy es un cheque sin fondos. Sin embargo, no se descarta que obtenga cinco millones de votos. O más. ¿Que no se lo creen? Esperen a la noche del 20-D, vean los resultados y, de regreso a sus países, intenten explicarlo. Spain is -sigue siendo- diferent.